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    Crítica | Noche de paz

    || Críticas | Streaming | ★★★★☆
    Noche de paz
    John Woo
    Sobre el silencio y otros monstruos


    Raúl Álvarez
    Madrid |

    ficha técnica:
    EE.UU. 2023. Título original: Silent Night. Director: John Woo. Guion: Robert Archer Lynn. Productores: Luke Daniels, Will Flynn, Mike Gabrawy, Joe Gatta, David Haring, Basil Iwanyk, Ruzanna Kegeyan, Joel Kinnaman, Erika Lee, Tony Mark, Perla Martínez, Christian Mercuri, Alan Pao, Zach Staenberg, Lori Tilkin, Fernando Uriegas, Roman Viaris, John Woo. Productoras: A Better Tomorrow Films, Capstone Studios, Corazón Films, Thunder Road Pictures. Fotografía: Sharone Meir. Música: Marco Beltrami. Montaje: Zach Staenberg. Reparto: Joel Kinnaman, Harold Torres, Catalina Sandino Moreno, Kid Cudi, Yoko Hamamura, Valeria Santaella, Vinny O’Brien.

    Cuando John Woo presentó Stranglehold (2007), un shooter en tercera persona sobre el enfrentamiento entre un policía desencantado (Chow Yun-Fat) y dos bandas criminales de Hong Kong y Chicago, el cineasta cerró un círculo ético y estético que había comenzado a trazar casi dos décadas antes con Un mañana mejor (Ying hung boon sik, 1986), el primero de sus thrillers de acción canónicos. Podría considerarse un acto poético, de hecho, que Woo se decidiera a codirigir junto con Brian Eddy y Martin Stoltz aquel videojuego, ya que sus películas previas habían inspirado no pocos títulos de multiplataforma. Los personajes, los escenarios y la historia de Stranglehold le servían a Woo para concluir de manera amarga su discurso acerca de la falsa dicotomía entre la justicia de la ley y la justicia de los hombres: ninguna procura alivio a las familias de las víctimas. Este es el mismo tema, por cierto, que recorre los mejores westerns.

    Varado desde entonces en la orilla de la épica propagandística de Acantilado rojo (Chi bi, 2008) y el díptico The Crossing (2014-2015), el viejo profeta de la acción plantea en Noche de paz una suerte de vuelta a los orígenes que, todo hay que decirlo, ya había susurrado en su trabajo inmediatamente anterior, Manhunt (2017), apenas conocido fuera del ámbito del VOD y las descargas de Torrent, y que consiste, en esencia, en reabrir las heridas que el propio Woo había suturado en Stranglehold. ¿Por qué? Acaso la respuesta la encontremos en Brian (Joel Kinnaman), su protagonista, un padre de familia que, ante la incapacidad de superar la muerte de su hijo en un tiroteo entre bandas latinas, toma la decisión de tomarse la justicia por su mano. Hasta aquí nada nuevo con respecto a otros antihéroes de Woo. La novedad radica en la decisión, consciente, por parte de Brian de revivir día a día su tormento; de regodearse en el dolor físico y la fractura psíquica; de apartarse de su esposa y sus amigos; de no dejar sanar sus heridas.

    La herida de bala que recibe en la garganta y que le priva para siempre de la voz funciona como tropo de esa condición doliente para la cual no hay consuelo posible. Brian ya no puede vivir y tampoco quiere sobrevivir. Si cabe buscar algo parecido a la belleza existencial en Noche de paz, es precisamente ahí, en ese mutismo que encarna la atronadora no-voz de los muertos, tanto de los que se fueron como de los que siguen entre nosotros. Lo intentó sin éxito Duncan Jones en Mute (2018) y ahora le ha salido a Woo. Esta idea –hay películas que no necesitan más para establecerse en nuestra memoria– anima de forma notable una propuesta que va más allá de un film de justicieros urbanos al uso. Cierto es que cualquier aficionado a este subgénero puede ver la sombra de Charles Bronson en la concepción de Brian como un hombre común que planta cara a los violentos. El ciclo «luto–rabia–entrenamiento–venganza» está clavado. Aunque Bronson nunca participó en una cinta que, como ésta, emplea los códigos de la acción para ofrecer una narración clásica de vampiros.

    Sí, en Noche de paz hay un monstruo inmortal que sale cada noche en busca de sangre, un monstruo que tiene su castillo y sus Venus encadenadas, un monstruo que dirige desde las sombras un ejército de depredadores, un monstruo cuyas víctimas habitan las visiones de sus familiares en busca de paz. Una sola noche de paz. Brian es el Van Helsing de esta historia cuya evidente pobreza de medios –apenas tres localizaciones y escenas de acción muy contenidas para las costumbres de su autor– Woo acierta a compensar con este endiablado juego de textos y subtextos, heridas visibles y heridas invisibles. En el tramo final, la secuencia en la guarida de Playa (Harold Torres), concebida como un infierno de Dante al revés, Woo alterna con brillantez hasta tres convenciones narrativas diferentes y aun así complementarias: el asalto al final boss de un shooter, la orgía pirotécnica del viejo y noble thriller de acción oriental, y la entrada ominosa en la tumba del vampiro.

    Funciona… Claro que funciona, porque las tres comparten el sustrato común de su mito referencial: la venganza. Woo no tiene rival cuando reubica y reinterpreta mitos en la conciencia nihilista de nuestro tiempo. Sin estar a la altura de El asesino (Dip huet seung hung, 1989) o Una bala en la cabeza (Dip huet gai tau, 1990), felices además por su sentido desinhibido y autoparódico, Noche de paz, como la reciente The Killer (David Fincher, 2023), aunque ésta con otro tono, arbitra un oportuno discurso en torno al dolor como posible y quizá única vía de escape de la alienación contemporánea. Este motivo es suficiente para desmarcarla de cualquier comparación impertinente con la saga John Wick. A diferencia del personaje interpretado por Keanu Reeves, para Brian la violencia no tiene un sentido satisfactorio per se, sino que se trata de un camino de redención gregaria. Vive y muere por él y por su hijo.

    Suele hablarse de la capacidad de la ficción para influir en la realidad, una realidad que, a su vez, mediante el cine u otras disciplinas artísticas, le devuelve, mejoradas, sus ficciones a la ficción. Menos, en cambio, se habla del poder de la realidad para influir en la ficción, o cuando menos para sugerir nuevas lecturas de relatos olvidados. Recuperar hoy Noche de paz, pasadas semanas desde su estreno, debería servirnos para recordarle a todos los monstruos de nuestro mundo que, por impunes que se crean, les aguarda un destino peor que el de sus víctimas: el silencio de los demás. Ya que Woo nos habla de mitos, esa es la espina más venenosa de la mantícora. ♦


    «Brian es el Van Helsing de esta historia cuya evidente pobreza de medios –apenas tres localizaciones y escenas de acción muy contenidas para las costumbres de su autor– Woo acierta a compensar con este endiablado juego de textos y subtextos, heridas visibles y heridas invisibles».



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