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    Crítica en serie | Hannibal (T3)

    Hannibal

    El arte que esconde la muerte

    crítica a Hannibal (2012-2015).

    NBC / 3ª y última temporada: 13 capítulos | EE.UU, 2015. Creador: Bryan Fuller, basado en los personajes de la novela Dragón rojo, de Thomas Harris. Directores: Vincenzo Natali, Guillermo Navarro, Michael Rymer, Marc Jobst, John Dahl, Neil Marshall, Adam Kane. Guionistas: Bryan Fuller, Steve Lightfoot, Jeff Vlaming, Nick Antosca, Don Mancini, Angelina Burnett, Tom De Ville, Helen Shang, Angela Lamanna. Reparto: Mads Mikkelsen, Hugh Dancy, Laurence Fishburne, Caroline Dhavernas, Gillian Anderson, Katharine Isabelle, Raúl Esparza, Richard Armitage, Rutina Wesley, Nina Arianda, Joe Anderson, Fortunato Cerlino, Tao Okamoto, Scott Thompson, Aaron Abrams, Kacey Rohl. Fotografía: James Hawkinson, Michael Marshall. Música: Brian Reitzell.

    Bien pensado, es un milagro que Hannibal haya durado tanto. 39 episodios de esta serie operística, excesiva y magistral son una cifra insólita si tenemos en cuenta que NBC estaba detrás del proyecto. Sí, la misma cadena que la canceló hace unos meses tras apenas tres episodios y que la relegó a morir con la emisión en los sábados estadounidenses. Pero también la misma cadena que le ha dado alas (grandísimas alas) al creador Bryan Fuller (pretencioso y esteta, en el mejor sentido de ambos términos) para que contara su historia sobre la historia de amistad y amor entre Hannibal Lecter y Will Graham. Una historia que parte de la prosa de Thomas Harris pero que Fuller ha hecho suya –demostrando así que la mejor adaptación es aquella irrespetuosamente fiel– hasta el punto de cambiar tiempos, géneros, razas y hasta destinos –Frederick Chilton sustituyendo a Freddie Lounds como víctima del Gran Dragón Rojo– en una preciosa y macabra sesión de exploración de la psique humana. Y la explora en dos partes, ya que esta temporada adapta los libros Hannibal (1999) y Dragón Rojo (1981) para que ocupen respectivamente siete y seis episodios, tomando como punto de partida el sangriento final de la segunda temporada, donde nuestros protagonistas quedaron heridos de muerte y Hannibal y Bedelia escaparon en un avión con destino incierto.

    Dos partes que, aún estando obviamente conectadas por la pura lógica de que es la misma gran historia, se pueden separar en cuando a la intención estética y el ánimo que quieren transmitir, en cuanto a la actitud más densa o juguetona del creador. Los primeros siete episodios, que recogen los eventos de la novela situados cronológicamente antes que Dragón Rojo y El silencio de los corderos (1988), nos muestran la vida del doctor Lecter y Bedelia un año después del fallido intento de captura de éste por parte de Jack y Will. Su exquisita estancia en Italia será expuesta cuando el caníbal quiera que vayan en su busca. Paralelamente a esto, y jugando hacia detrás y delante en el tiempo, veremos quién sobrevivió los eventos de la fatídica noche en casa del buen doctor y las secuelas físicas y mentales que tales eventos han dejado en los supervivientes. Se ha criticado el exceso de imaginería onírica, planos detalles a cámara lenta (rodados por Chris Byrne, director de la segunda unidad) y rebobinados que interrumpían la acción con frecuencia durante la parte europea de la temporada, y aunque no se puede negar que su uso convierten la serie en una experiencia arrítmica y algo pesada (las crípticas y relamidas escenas con Abel Gideon en Antipasto –3.1–, hasta en blanco y negro), hay que entender que la intención de Fuller y su equipo es transmitir de manera no muy obvia que los supervivientes de la masacre se encuentran todavía en estado de shock, en una suerte de catatonia emocional que nublaba sus sentidos y agrietó sus caracteres irrevocablemente. Un estado del que salen a voluntad del doctor, con la creación de una de sus famosas y retorcidas escenas del crimen como invitación para llamarlos a su búsqueda. Una búsqueda incentivada por la rabia, y que hará que el propio caníbal quede marcado para siempre.

    Hannibal

    «Hannibal ha sido una rara avis dentro del mundo televisivo durante tres años, y su existencia una bendita anomalía. Pedante y pretenciosa en las mismas proporciones que hermosa e inteligente. Una excitante revisión de la noción de la muerte y del asesino en serie».


    Y es que la serie ha jugueteado siempre con la idea de que el personaje de Hannibal funciona con un demiurgo, una presencia superior hasta sobre la propia historia que mueve las piezas de un gigantesco tablero de ajedrez y que mata y cocina lo matado con sobrenatural habilidad. Esta vez, quizá conscientes los responsables de que bien podía ser la última tanda de episodios, se ha resquebrajado esa armadura. Will ha ido a su pasado en busca de respuestas para desmontar su presente –y por el camino se ha llevado a una ¿aliada? en la figura de Chiyoh–, Jack (finalmente viudo, otro signo del inminente cierre de serie) le propina una paliza casi mortal y la furia vengativa y fortuna de Mason (un estupendo Joe Anderson tomando el relevo de Michael Pitt) casi hacen que muera. Hasta Bedelia, uno de los personajes más enigmáticos de toda la serie, juega en el límite de lo soportable para el buen doctor, indagando en su trauma originario pero sin participar directamente en sus crímenes europeos, lo cual la pone en una posición de –falsa– seguridad (esa imagen que despide la temporada, abierta a múltiples interpretaciones). Si buena parte de los episodios en Italia exploran la psique de los protagonistas, a través de sus conversaciones imposibles llenas de humor negro y alusiones que van por debajo del texto y los sueños y alucinaciones como metafóricas formas de lidiar con sus traumas, la acción acaba explotando y la cosa se anima en lo físico cuando todas las subtramas confluyan en el museo donde trabaja Hannibal y posteriormente en la granja de los Verger. Alana (espléndida Caroline Dhavernas), la más cambiada tras la experiencia en la aciaga noche y cuyo arco como personaje es excelente, trabaja desde la sombra y se pone bajo el foco al salvar la función y enamorarse por el camino –además de ganarse unos años más de prestado, que cómo vemos aprovecha a las mil maravillas–. El culmen de esta parte de la temporada termina con una poderosa conversación en casa de Will, donde Hannibal y éste discuten la influencia que ejercen sobre el otro y la decisión del agente especial de dejar de perseguirlo. Ni contigo ni sin ti, es la conclusión de la parte europea de la temporada, ya que el caníbal se entrega a las autoridades para que Graham sepa donde está en todo momento.

    El fundido a negro de Digestivo (3.7) nos propulsa en el tiempo tres años y a una de las historias más interesantes del universo literario de Thomas Harris, y probablemente la más fidedigna adaptación que Fuller y su gente han hecho de su obra. Contada en seis capítulos, la irrupción en la vida de nuestros protagonistas de Francis Dollarhyde, alias El Gran Dragón Rojo, va a terminar de dinamitar sus existencias para siempre. De entrada, era difícil olvidar los grandiosos trabajos de Ralph Fiennes y Emily Watson en la adaptación cinematográfica que Brett Ratner dirigió en 2002, pero con el doble de metraje para profundizar en la historia, los personajes de Francis y Reba McClane vuelven a la vida con las extraordinarias interpretaciones de Richard Armitage y Rutina Wesley, la última en una de esas grandes ideas de casting de Fuller de cambiar la raza de un personaje. La triste y hermosa historia de amor entre el psicótico asesino en serie de labio leporino y la mujer ciega que desprecia la compasión está resuelta con una química ejemplar, una graduación de las conversaciones y progresiva intimidad (la escena con el tigre, romanticismo bizarro) que funciona casi como una narración independiente y que intenta que tengamos otra perspectiva de la psique del monstruo que mata familias porque odia su felicidad. Es la mejor forma de entender la dualidad mental de Dollarhyde y su Dragón Rojo, amén de un homenaje a la potencia artística de la obra de William Blake y la enésima demostración –si hiciera falta más– de que esta maravillosa y negrísima serie expresa estados anímicos a través de recursos visuales de primera categoría (qué trabajo de banda sonora, fotografía y sonido más admirable).

    Hannibal

    «Uno de los más endiablamente entretenidos y originales productos televisivos de la última década».


    Mientras esto sucedía, Will había formado una adorable familia con la cabal Molly (magnífica Nina Arianda) y su hijo de diez años Walter, pero la felicidad está siempre a un paso de romperse en este universo, y la llamada de Jack inocula en el agente especial el virus de las pesadillas, además de volver a poner al caníbal en su vida. El caso del Dragón Rojo/Hada de los Dientes requiere su habilidad empática, y demanda de Hannibal la comprensión más profunda de una mente altamente perturbada. La segunda parte de la tanda se encarrila en el terreno más familiar de Hannibal, con el regreso de los forenses Jimmy y Brian, de la divina Freddie Lounds y del pomposo doctor Chilton, que sufre su ataque anual y, de nuevo, sobrevive a la más desagradable de las torturas –espléndido el largo fragmento que recoge la charla entre Francis y él– para revelar que quizás Will esté dispuesto esta vez a cruzar al lado de los asesinos, esta vez sin defensa propia. Y es que no se puede postergar más la eterna pregunta que acaba por dar sentido a todo el cuerpo dramático de Hannibal: ¿cuál es la relación entre Will y Hannibal de verdad, pensada ésta en su concepción más elemental? De nuevo ante la certeza de que la serie podía no tener mucha más vida, el creador y sus colaboradores –incluyendo a los propios Hugh Dancy y Mads Mikkelsen, excelsos en sus actuaciones– han decidido responder lo más posible a esa pregunta. De ahí que Will pase a ser un paciente de Bedelia en una sucesión de impagables encuentros que parecen más un duelo de pullas celosas o que el caníbal use al Dragón Rojo para causarle el mayor daño posible a su amigo, incluso poner a Molly y Walter en peligro. Un ataque, el del hogar de los Graham, primorosamente planeado y ejecutado, porque parece que no hay subgénero que Hannibal no pueda emular sin estilo. Tan estilosa como la resolución de otra de las grandes cuestiones de la serie, referida en concreto a la muerte del paciente (un cameo estelar de Zachary Quinto) de Bedelia que Hannibal le ayudó a encubrir, uniendo así sus destinos para siempre. Y no fue una muerte en defensa propia sino un brutal asesinato, motivado por la actitud de la mujer de desprecio ante la debilidad y curiosidad por el sentimiento de control supremo que da quitar una vida.

    Llegados al final de la tanda, quizá de la historia total en su formato seriado, las subtramas confluyen en un último episodio de sugerente título –The Wrath of the Lamb– y que conecta a los personajes y sella sus sinos irremediablemente. Todo lo plantado en las 38 entregas anteriores germina en unos vibrantes 43 minutos que tienen sus notas más tristes en la última visión de Chilton o en la elección de Francis de aceptar su transformación en lugar del amor de Reba. Al ritmo de un tema de Siouxsie Sioux compuesto expresamente para la serie, la canción “Love Crime”, nuestro dúo protagonista lucha salvajemente contra el Gran Dragón Rojo y en su victoria estriba el pacto de sangre que cumple una profecía hecha apenas diez episodios antes. Que la imagen final de Will y Hannibal sean unos puntos suspensivos o finales depende de muchas cosas externas a la serie en sí, pero parece haber un poco de luz al final del túnel de la cancelación –ya sea en forma de película cuya financiación ya se está buscando o en forma de miniserie especial dentro de unos años–, algo que se puede medir en función del culto que Hannibal gane con el paso del tiempo. Cuestiones extratelevisivas aparte, Hannibal ha sido una rara avis dentro del mundo televisivo durante tres años, y su existencia una bendita anomalía. Pedante y pretenciosa en las mismas proporciones que hermosa e inteligente. Una excitante revisión de la noción de la muerte, del asesino en serie y los límites de una mente frágil. Una incómoda y escalofriante mirada hacia la naturaleza del ser humano. Imperfecta pero nunca dubatitiva en sus intenciones. Y, y esto es importante, uno de los más endiablamente entretenidos y originales productos televisivos de la última década. | ★★★★ |


    Adrián González Viña
    © Revista EAM / Sevilla


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