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    Crítica | I'm Beso

    I’m Beso

    El recuerdo de la traumática Unión Soviética

    crítica a I’m Beso (Me var Beso, 2014), dirigida por Lasha Tskvitinidze.

    Tres meses atrás, en el marco del Festival de Venecia, tuvo lugar una gran polémica alrededor de una ruda ópera prima que competía en la Sección Oficial. Sivas (2014) narraba la historia de un menor turco, descompuesto por el hastío existencial del pueblo en el que habitaba. Una desidia que el niño vencía entrenando su pastor de Anatolia, día tras día, para futuras peleas de perros a vida o muerte. La crítica, dividida entre los que se oponían al visionado del gratuito maltrato animal y quienes apreciaban su realismo, redujo aquel documento antropológico a un intrascendente juicio ético, basado en la aceptación o el rechazo del impacto que producían las escenas violentas. Asimismo, no se consideró el significado que el novel cineasta Kaan Mujdeci proyectaba sobre la furia, el sadismo o las agresiones que transcurrían en esa localidad anónima de Anatolia, síntomas de la aldeana represión instaurada desde tiempos pretéritos. El no-cuestionamiento de las retrógradas pautas de comportamiento por parte de la misma población campestre es un tema de actual debate en las cinematografías emergentes de los países más remotos de Europa del Este. Nos referimos a películas de estilo neorrealista que no apuestan por la idealización del espacio, como sería el caso de la española Arraianos (2012). Más bien, su propósito es el inverso. Es decir, mostrar la cotidiana conducta nihilista y autodestructiva del ser humano en villajes casi abandonados, rodeados por una naturaleza ora bucólica, ora salvaje. Como decíamos, los largometrajes que siguen la tendencia citada suelen realizarse en un límite geográfico muy preciso, aunque englobe múltiples nacionalidades. La mujer del chatarrero (2013) rodada en Bosnia y Herzegovina, Nabat (2014) en Azerbaiyán, Song of my mother (2014) en Turquía o I’m Beso (2014) en Georgia, son cuatro títulos que manifiestan el mismo malestar socialmente consentido desde cuatro países distintos. Los dos últimos mencionados fueron proyectados —y uno de ellos premiado— en el Festival de Sarajevo. Y ahora, ambas películas compiten en el Festival de Gijón en la heterogénea sección Rellumes.

    I’m Beso es uno de los largometrajes más elocuentes del creciente panorama cinematográfico de Georgia. Si bien cada uno de los principiantes directores que lo integran ha conseguido desarrollar su propio universo, todos los proyectos comparten el mismo estigma: el recuerdo de un traumático pasado soviético. En otras palabras, sea cual sea el género que traten los filmes realizados en el país antedicho, éstos ostentan, de forma directa o indirecta, los vestigios del terror que sembraron sus poderosos ex gobernantes. En los últimos cuatro años hemos advertido ese fantasma en las tramas dramáticas de Susa (2010) de Rusudan Pirveli e In Bloom (2013) de Nana Ekvtimishvili y Simon Gross; también en el falso documental The machine which makes everything disappear (2012) de Tinatin Gurchiani, y sobre todo en la misma I’m Beso. Pese a la variedad ejemplos, la ópera prima de Lasha Tskvitinidze es el paradigma de dicho lugar común en esta nueva ola de cine georgiano. Dicha afirmación no sólo se hace evidente tras escuchar el discurso del padre del personaje principal del filme en el que arremete contra el comunismo. I’m Beso es una película reveladora porque destapa los motivos de la sintomática actitud vandálica y desmoralizadora de los niños de ese mundo pastoril de Europa del Este que citábamos con anterioridad. Los jóvenes protagonistas son la segunda generación post soviética, es decir los hijos de los georgianos que fueron destruidos psicológicamente por los comunistas que les gobernaban. En otras palabras, los pequeños Beso y Beka nunca han conocido el significado de la palabra ‘felicidad’ porque sus padres les han criado entre odio, resentimiento y amargura.

    Me var Beso

    La trama de I’m Beso es simple, pero en su sencillez se halla la autenticidad. Solo es un niño descarriado, como todos los de esa aldea. Solo no va a la escuela porque prefiere merodear por el bosque rapeando, beber y quemar neumáticos con su amigo Beka, espantar a las chicas, fumar gasolina o espiar a su hermano Leri, quien se defiende como puede de los rumores sobre su clara tendencia homosexual. Solo pasa sus días en la calle porque no quiere volver a su hogar desestructurado. Allí le espera su padre Tamaz, la malvada personificación del trauma soviético. El borracho e irascible Tamaz, interpretado por Zaza Salía (el único actor profesional del filme), pronuncia un monólogo sobre su forzado éxodo a Chernóbil que indica el mensaje del largometraje: no hay esperanza en ese pueblo porque nunca la hubo en toda Georgia. Sin embargo, un relato tan macabro como I’m Beso no podría narrarse únicamente desde el punto de vista dramático. En su debut, Lasha Tskvitinidze añade ciertas pinceladas de humor negro que facilitan la asimilación de la angustiosa historia. Un humor que queda lejos del onirismo y la carcajada, pues se trata de un sádico sarcasmo cargado de conciencia social. A mención especial, es necesario destacar la reiterativa persecución de los personajes mediante planos secuencia con la cámara en mano. Con el mismo proceder de Benedek Fliegauf en Solo el viento (2012), Tskvitinidze filma las largas paseadas sin rumbo de Beka y Solo con una inquietud documentalista que advierte el futuro desolador que les depara. Un desenlace que nada tiene que ver con el del filme húngaro, pero que comparte con éste su capacidad por sugerir el clima de inestabilidad, dejando siempre las escenas más sanguinarias en fuera de campo. |

    Carlota Moseguí
    Enviada especial a la 52ª edición del Festival de Gijón


    Ficha técnica
    Georgia, 2014, Me var beso. Director: Lasha Tskvitinidze. Guion: Lasha Tskvitinidze. Productoras: Move Movie / Gaumont. Presentación Oficial: Festival de Sarajevo 2014. Fotografía: Shalva Sokurashvili. Reparto: Tsotne Barbakadze, Soso Tarkashvili, Leri Bekhauri. Duración: 90'.


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