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    Libros | Servicio completo, de Scotty Bowers

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    La proeza orgiástica de Scotty Bowers

    crítica de Servicio completo: La secreta vida sexual de la estrellas de Hollywood, de Scotty Bowers y Lionel Friedberg | Editorial Anagrama, 2013

    Un silencio atronador. Y rumor de sábanas. Habitaciones en bolas. Copas a medio llenar con algo de carmín en sus bordes húmedos. Olor a tabaco, a ceniza, a oropel. Vivir en Los Ángeles es distinto a todo. Las luces brillan con más intensidad en el horizonte parpadeante que, según cuentan, nunca se apaga. Metáforas que se han adherido a nuestra imaginería cinéfila, aquella que se forjó en el mito y la certidumbre de que el show business es tan inalcanzable y veraz como una polaroid de Robert Mitchum. Nadie duerme allí arriba, nadie es quien dice ser. Se reprimen y viven vidas paralelas, viven sus vidas sin ser ellos: reyes del mundo envidiados por una cultura incipiente que ha resistido el duro golpe del crash. La Gran Depresión ha inaugurado un proyecto social en el que la clase trabajadora es más pobre y algunos ricos se retiran de circulación por la vía menos discreta. Sin fortuna, sin pudor. "Es imposible" y "es catastrófico" y "es demasiado" son frases más o menos recurrentes para los tabloides nacionales. En el año 1929, América se desploma generando un tsunami catatónico a nivel mundial, mientras un joven de apenas 9 años se dedica a ordeñar vacas en un pueblecito de Illinois. Y si bien el silencio es implacablemente estrepitoso, a miles de millas de distancia, en Hollywood, ya han hecho enmudecer —para siempre, para avanzar en taquilla— al cine mudo. Y ese chico que agarra y exprime con fuerza la ubre aún no sabe que allí, muy lejos del Medio Oeste sin esa mitad adjetival y geográficamente brumosa, le espera su futuro. Su 50% de sonrisas y polvos —nunca mejor dicho— estelares. Sesenta años siendo el más reconocido alcahuete en torno a Sunset Boulevard. Un compañero fiel, un confidente cercano pero tardío —hoy nos llegan sus memorias traducidas—, un amante rijoso, una amistad a conservar, desinteresada o sin intereses ocultos. Así es él, una celebridad entre celebridades. El bueno de Scotty Bowers.

    O eso cuenta, y así lo creemos. Pocos se han atrevido a —o durado lo suficiente para— desmitificar los mitos con una lúbrica pirueta hagiográfica que (des)monta cualquier intención o análisis espiritual. Tan limpio que ensucia. Servicio completo es un desfile incesante de pollas y coños que se entremezclan con la facilidad del whisky blend en una fiesta para exalcohólicos: una facilidad furtiva para aquellas personas que sólo quieren seguir sus impulsos, aumentar la graduación de su líquida existencia. Quizá zamparse una entrepierna, o simplemente ser zampado, cosa muy habitual entre catadores de bajos fondos, que, como saben, son bajos hasta cierto punto y no tienen fin. O sí, aunque estén limpios. Si me permiten la cursilería. ¿A quién le importa si el vecino es más o menos alto? Más aún: ¿por qué no cristalizar el sueño húmedo? En asépticos botes sanitarios; en cine; en literatura. Desde una gasolinera en Hollywood Boulevard, donde el antaño niño que jugaba a descubrir la anatomía con su vecino cuarentón se granjea la confianza del star system, de gente como Walter Pidgeon y Cole Porter y Randolph Scott y George Cukor y Katharine Hepburn y Spencer Tracy y un largo etcétera de luminarias en busca de algún querubín o alguna muchacha con quien pasar la noche, quizá veinte aeróbicos minutos o una batalla de polvos esporádicamente placenteros. Sexo en la parte de atrás, por ambas puertas, eludiendo la pose socialmente aceptada y siendo, al fin, gays practicando sexo con otros gays y lesbianas compartiendo alcoba con otras lesbianas. A veces, incluso, bisexuales que se confunden (o más bien son envidiados) en medio de tanta oferta.

    Vivien Leigh

    Nacido George Albert Bowers en Illinois hace ochenta y nueve años, a sus 23 Scotty Bowers ya había combatido en la Segunda Guerra Mundial —donde perdió a su hermano pequeño— y probado las mieles del éxito como puto versátil. Tras su desembarco en Los Ángeles, rápidamente interpretó cuál sería su lugar en aquella selva suntuosa y apasionante. Los biorritmos de la ciudad se ajustaban a las perspectivas del joven Scotty, quien, al tiempo que atendía sus obligaciones caseras —por entonces tenía una mujer y una hija recién nacida— y cumplía su jornada laboral, se abría camino en fiestas cuyos invitados casi siempre eran más famosos que los propios anfitriones. Nombres de primera categoría que solicitaban los servicios del mejor amigo invisible: Bowers y sus artes sexuales. Y la agenda negra que llevaba consigo, cientos de contactos que remitían a jóvenes apetecibles y fácilmente comprables. Se (la) dejaban chupar o meter por una cantidad módica, y una vez fuera no se mataban por que los plumillas plasmasen sus hitos en papel. Si George Cukor, un eficiente mamador de falos según Bowers, había hecho poesía contigo, ahí se quedaba todo. Lo que pasaba en el Picadero, se quedaba en el Picadero. Salvo contadas excepciones. Bowers narra con estilo y ternura el recuerdo de una época irrepetible. Y no escatima en detalles, sin resultar forzosamente impúdico. Se vale del buen criterio de Lionel Friedberg, oyente y transcriptor último de esta proeza orgiástica protagonizada por leyendas del cine. Ahora clásico, y para siempre. Con el esplendor de las majors y la caída de algún ídolo maldito —nótese James Dean, a quien Scotty describe como una "maricona remilgada, de humor cambiante e imprevisible, que tuvo algunas aventuras románticas con mujeres pero era esencialmente gay"—.

    Errol Flynn

    Resulta imposible quedarse con el encuentro, esa anécdota dentro del anecdotario. Bowers abarca la cronología de un mundo con tendencia a la disparidad: es muchas cosas sin ser nada en concreto. Una permanente erección al borde del colapso sanguíneo. Que estalla una noche con Vivien Leigh, mujer tan bipolar como rijosa en la cama. Una salud que también le sirve a Scotty para realizar trucos durante su loooongeva trayectoria como barman, con su "bastón del cóctel". En apenas trescientas páginas, este buscavidas traza un retrato minucioso y divertidísimo de la contracultura sexual hollywoodiense. E incluso con apariciones aún más insospechadas para el lector, como pudiera ser la de los duques de Windsor, dos aristócratas entregados al placer homosexual. La fiesta es multitudinaria y no discrimina. Servicio completo narra en sus estertores la aparición estelar del director menos artístico de la historia: John Edgar Hoover. A su cargo, el FBI llegaría a ser la organización más relevante (y conspiranoica) en la lucha contra el crimen, que incluía a los homosexuales. De alguna manera, Hoover se autoperseguía. Y, de cuando en cuando, se disfrazaba con plumas y tacones. ¿Sorprendente? No creo. La anécdota gastrointestinal, en cambio, sí.

    Int/Noche. Cocina de Charles Laughton| Laughton se prepara una hamburguesa. Lava la lechuga y corta en rodajas un tomate rojo. Hay un chico desnudo sobre la encimera. Bowers permanece sentado, contempla el cuchillo y el sudor caer por la frente de Laughton y cómo la polla del joven se arruga. Laughton agarra un bol y deposita en él la hamburguesa. Laughton (tomando de la mano al chico): "Acompáñame". Laughton y el chico desnudo entran al baño. Corte. Abrupto. Exigencias del auteur. Porque la escena se inicia, y continúa, en el paladar. Es repugnante y, sin embargo, deliciosa. Evocadoramente mcdonaldiana. Pero ya da igual porque todos se fueron hace algunos minutos. Ha sido una dura sesión de orgasmos sin IVA. Que hacen tope, enmudecen y endurecen. Y luego se derriten. Y son pretéritos y demás. Historias clásicas para gente curiosa. En Hollywood, en los años 40, 50 y 60. Un silencio atronador.

    Juan José Ontiveros.
    Redacción Madrid.

    Servicio completo: La secreta vida sexual de las estrellas de Hollywood.
    de Scotty Bowers y Lionel Friedberg
    editorial| Anagrama
    ISBN| 978-84-339-2601-2
    Precio| 21,90 €
    Nº de páginas| 328
    Colección| Crónicas
    Traducción|  Jaime Zulaika
    El perdón Fantasías de un escritor Memoria Clara Sola
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