|| Críticas | Seminci 2025 | ★★☆☆☆
Golpes
Rafael Cobos
Nombrar sin nombrar
Rubén Téllez Brotons
ficha técnica:
España, 2025. Título original: «Golpes». Dirección: Rafael Cobos. Guion: Rafael Cobos, Fernando Navarro. Compañías: Vaca Films, Grupo Tranquilo PC. Festival de presentación: Seminci 2025 (Sección Oficial). Distribución en España: A contracorriente. Fotografía: Sergi Vilanova. Montaje: Darío García García. Música: Bronquio. Reparto: Luis Tosar, Jesús Carroza, Teresa Garzón, Cristina Alcázar. Duración: 101 minutos.
España, 2025. Título original: «Golpes». Dirección: Rafael Cobos. Guion: Rafael Cobos, Fernando Navarro. Compañías: Vaca Films, Grupo Tranquilo PC. Festival de presentación: Seminci 2025 (Sección Oficial). Distribución en España: A contracorriente. Fotografía: Sergi Vilanova. Montaje: Darío García García. Música: Bronquio. Reparto: Luis Tosar, Jesús Carroza, Teresa Garzón, Cristina Alcázar. Duración: 101 minutos.
De entrada, parece que dentro de Golpes sólo hay dos películas: el thriller y el cine realista. Sin embargo, dentro de cada una de ellas hay más relatos esbozados: por un lado, el prólogo situado en la posguerra, el seguimiento de la lucha del protagonista por la memoria histórica, y el retrato de la España del tardofranquismo; por el otro, la atmósfera palpitante del cine de atracos, la opresiva del noir clásico y la descreída del neo-noir de los años 90. Así, las imágenes de Golpes no son sino simulacros de otras imágenes, esbozos de historias que nunca llegan a existir como tal y que comparecen en forma de superficial enunciación. La película tiene una vocación omnívora, busca capturarlo todo, devorarlo todo y utilizar todos los materiales de los que dispone para trazar una genealogía completa de la España contemporánea, incidiendo en algunos de los momentos históricos más determinantes del pasado siglo. Sin embargo, su gran ambición no tarda en frustrarse: Cobos quiere hablar de tantas cosas y hacerlo tan rápido, abriendo y cerrando temas, épocas, personajes y conflictos con tanta velocidad, que termina no diciendo nada de ninguna de ellas.
En la secuencia de créditos iniciales, los carteles vienen acompañados por el sonido de un golpe seco, similar al de un disparo. Ese efectismo organiza tanto el devenir del guion como la planificación de la puesta en escena. Hay diálogos enteros que toman la forma de una batalla —la palabra no es casual— de ingenios: la frase se convierte en una sentencia pretendidamente brillante y el personaje capaz de cerrar la conservación de la forma más perspicaz es el que sale victorioso. Hay algo de la estilización y la sequedad de los diálogos de Sergio Leone en Golpes, pero, de nuevo, convertido en un cliché, en un recurso cristalizado, en un lenguaje abstracto que no consigue nunca ajustarse a la idea que quiere expresar. El director pretende que la mera referencialidad cinéfila justifique su estilización de la palabra. Una lógica parecida rige su trabajo con la cámara: el plano es un golpe seco, un disparo crudo, un gesto violento que intenta abrirse paso en un entorno violento. Sin embargo, la violencia de dicho entorno nunca llega a nombrarse, ni se indaga en sus mecanismos: el cineasta se conforma con enunciar su existencia, con decir que ahí hay algo. Pero entre la imagen elegida para nombrar una realidad y la realidad misma, entre las estructuras de poder y el modo en que se hace una referencia elusiva a ellas, es donde está la verdad que Cobos no parece querer filmar. Carlos Losilla lo explica muy bien cuando escribe que Cobos “intenta penetrar en los entresijos del poder para responsabilizarlo del universo criminal que crece y crece a su sombra. Pero para lograr ese tipo de retratos suele recurrir a una serie de motivos que se repiten de película en película sin demasiados cambios, sin profundizar tampoco en sus intersticios, como si nombrarlos ya fuera suficiente”. Nombrar sin nombrar, hablar, pero en voz baja, sin molestar a nadie. Siguiendo esa lógica, Golpes avanza a trompicones, sin desarrollar en ningún momento personajes, discursos o emoción alguna, hasta llegar a un final previsible y mil veces visto. La película no funciona ni como onanista thriller autosuficiente, ni como crítica del relato de la Transición. Y es que su presentación de una España cainita en la que los hermanos se pelean por diferencias ideológicas no es más que un discurso falso y capcioso extendido por esos poderes a los que el director no se atreve a nombrar, con la intención de ocultar bajo una retórica equidistante y completamente ahistórica el golpe de Estado fascista, los crímenes del franquismo, y la sistemática represión de la clase obrera durante la dictadura. ♦




















