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    Cine Alemán Siglo XXI

    Crítica | El regreso de Mary Poppins

    Nueva dosis de píldora azucarada

    Crítica ★★★★ de «El regreso de Mary Poppins» (Mary Poppins Returns, Rob Marshall, Estados Unidos, 2018).

    Estados Unidos. 2018. Título original: Mary Poppins Returns. Director: Rob Marshall. Guion: David Magee (Libro: P.L. Travers). Productores: John DeLuca, Rob Marshall, Marc Platt. Productoras: Walt Disney Pictures / Lucamar Productions / Marc Platt Productions. Fotografía: Dion Beebe. Música: Marc Shaiman, Scott Wittman. Montaje: Wyatt Smith. Reparto: Emily Blunt, Lin-Manuel Miranda, Ben Whishaw, Emily Mortimer, Pixie Davies, Nathanael Saleh, Joel Dawson, Julie Walters, Colin Firth, Meryl Streep, David Warner, Jim Norton, Dick Van Dyke, Angela Lansbury, Jeremy Swift, Kobna Holdbrook-Smith.

    Disney sigue desempolvando sus viejos éxitos de toda la vida, tal vez por escasez de nuevas ideas o para aprovechar lo bien valorado que está el factor nostalgia a la hora de atraer al público a las salas de cine. La jugada le está saliendo redonda a la factoría de los sueños animados, vistas las abultadas recaudaciones de las puestas al día de El libro de la selva (Jon Favreau, 2016) o La bella y la bestia (Bill Condon, 2017), y, mientras esperamos a que el Genio de Aladdin, el elefante volador Dumbo y el Rey León vuelvan a desembarcar en las carteleras a lo largo de 2019, ha llegado el turno de resucitar a uno de los personajes más mágicos de la casa: la niñera Mary Poppins, surgida de la imaginación de la escritora Pamela Lyndon Travers. El largo camino recorrido para que finalmente pudiese saltar de los libros al cine es por todos conocido. Walt Disney, empujado por el amor que sus hijas profesaban a aquellos cuentos fantásticos, trató de comprar los derechos a Travers en 1938, pero ella se negó a ceder su creación, alegando que no se le haría justicia en una película. Una negativa que se mantuvo imperturbable hasta más de dos décadas después, cuando, en 1961, la escritora dio luz verde al proyecto con la única condición de que el guion fuese de su agrado. Mary Poppins (Robert Stevenson, 1964) fue el feliz resultado de años de lucha, todo un clásico del cine familiar que, más de medio siglo después de su estreno, continúa maravillando a través de sus pegadizas canciones, unos encantadores efectos especiales que combinaban con acierto acción real y animación, y unas deliciosas interpretaciones de Julie Andrews y Dick Van Dyke. La historia de la familia Banks, formada por un estricto banquero, su esposa sufragista y dos hijos pequeños, que acogía en su caótico hogar a una institutriz que desciende desde el cielo, paraguas en mano, para poner orden y, de paso, algo de ilusión y alegría al gris Londres de 1910, fue un éxito de taquilla apoteósico que, además, se llevó cinco Oscars, incluido el de mejor actriz. ¿Quién no ha tarareado alguna vez el enérgico tema Supercalifragilísticoespialidoso?¿Alguien ha olvidado la letra de aquella A Spoonful of Sugar con la que la niñera enseñaba a los niños a recoger su habitación? Por no hablar de la mítica Chim Chim Che-ree inmortalizada por Van Dyke y ganadora de la estatuilla dorada. Sin duda, Mary Poppins es mucho más que una película. Es parte de nuestras vidas.

    Cincuenta y cuatro años han tardado los productores en devolvernos al personaje y, por una vez, se agradece que no hayan cometido la osadía de acometer un remake, optando por el más creativo camino de la secuela tardía. Una empresa, aun así, ambiciosa y arriesgada, ya que tendrá que enfrentarse a las duras comparaciones con uno de los títulos intocables del catálogo Disney, pero que ha sabido sobreponerse a todos los malos augurios gracias a una perfecta elección de cada uno de los ingredientes que la conforman. Para empezar, un director, Rob Marshall, suficientemente curtido en el género musical gracias a su experiencia en los teatros de Broadway y a obras cinematográficas como Chicago (2002), Nine (2009) o Into the Woods (2014), que ha sido la persona idónea para manejar el timón de un guion de David Magee que copia la estructura de la cinta original sin apartarse ni un milímetro de las normas establecidas en aquella fórmula de éxito. Prácticamente, la historia se vuelve a repetir dos décadas después, en la misma casa del 17 de la calle del Cerezo, donde habita el pequeño Michael Banks (Ben Wishaw), ya convertido en adulto viudo y padre de tres niños, enfrentado, junto a su inseparable hermana Jane (Emily Mortimer) a la amenaza de desahucio de su hogar, por parte del banco, a causa de sus múltiples deudas. La acción tiene lugar, de hecho, durante la Gran Depresión de la década de los 30, un tiempo en el que la desesperanza y la crisis económica se apoderó de la población londinense, así que la llegada de la niñera mágica era más necesaria que nunca para devolver la luz y los sueños olvidados a los protagonistas. Julie Andrews dejó el listón demasiado alto en su encarnación de la institutriz aparentemente estricta y, en el fondo, vendedora de ilusiones, que nos enamoró a todos, pero hay que admitir que Emily Blunt ha sabido recoger su testigo con mucha clase, llevando el personaje a su terreno y dotándolo de un aire de picardía que se agradece. La actriz está espléndida, incluso en los números musicales, haciendo que no notemos la ausencia de Andrews, algo que dice mucho de su interpretación. Pero si hay una revelación en este filme, esa es la del carismático Lin-Manuel Miranda, salvando la papeleta de ser el nuevo amigo y compañero de aventuras de Mary Poppins (en ausencia de Bert), el farolero de perpetua sonrisa Jack. Miranda ofrece una actuación arrolladora, carismática y que funciona igual de bien como contrapunto cómico y como bailarín con aires de Gene Kelly en algunas de las mejores secuencias de la función. La química con Blunt es, además, tan chispeante como la que desprendieron Andrews y Van Dyke en su día.


    «El regreso de Mary Poppins es un triunfo artístico y uno de los productos más redondos que Disney ha facturado en la última década, echando la vista atrás con cariño pero sin perder nunca la perspectiva de un futuro en el que no serían descabelladas más entregas protagonizadas por las criaturas de P.L. Travers».



    El regreso de Mary Poppins es el tipo de secuela que merecía el clásico original. Una película que bebe con respeto de aquella, conservando la estética, el colorido y, sobre todo, el espíritu almibarado, presente tanto en unos diálogos cargados de moralina como en unas canciones que parecen escritas en la época dorada del musical americano. Marshall juega muy bien las cartas de la nostalgia y, de esta forma, se gana con facilidad a las distintas generaciones que crecieron con Mary Poppins, pero también ha sabido dotar de dinamismo y frescura al relato para cautivar a unos niños de 2018 que, fácilmente, lograrán conectar con este universo de fantasía y buenos sentimientos tan atemporal. Nos encontramos ante un divertido y sentimental espectáculo visual y sonoro de gran envergadura, para el que Marc Shaiman y Scott Wittman ha compuesto un puñado de canciones que, si bien no alcanzan los niveles de genialidad de la banda sonora de los hermanos Sherman en la primera película, sí cumplen con su cometido de recuperar un estilo de cine musical añejo y entrañable, entregando algunas coreografías de baile espectaculares, como las protagonizadas por los faroleros (que nos remiten, sin remedio, a aquellos deshollinadores de la película de 1964). La magia sigue estando presente a través de maravillosos pasajes como el de la peripecia en el interior de la ensaladera o el baño mágico, que propician la inclusión de personajes animados (en clásico 2D, como no podía ser menos) en la trama, como ese lobo con piel de cordero que simboliza al malvado banquero encarnado por Colin Firth en el mundo real. Él es solo uno de los múltiples secundarios ilustres que refuerzan el extraordinario elenco estelar de la cinta, ya que también aparecen las entrañables Julie Walters, Angela Lansbury –célebre protagonista de La bruja novata (Robert Stevenson, 1971)– y, sobre todo, Meryl Streep, que deja huella en su corta pero magnífica encarnación de la alocada prima de Mary Poppins, Topsy, algo así como la alternativa al inolvidable tío Albert de la anterior entrega. También vuelve el gran Dick Van Dyke, desprendiendo una energía asombrosa a sus más de noventa años, mientras que el veterano David Warner rescata al almirante Boom, siempre obsesionado con la puntualidad y amigo de dar la hora a cañonazos. La conjunción de todos estos elementos es suficiente para lograr que El regreso de Mary Poppins sea el triunfo artístico que es y se establezca como uno de los productos más redondos que Disney ha facturado en la última década, echando la vista atrás con cariño pero sin perder nunca la perspectiva de un futuro en el que no serían descabelladas más entregas protagonizadas por las criaturas de P.L. Travers. Y es que, como ya entonara Bert en una de sus canciones, «mas lo que ahora pase, ya pasó otra vez». | ★★★★ |


    José Martín León
    © Revista EAM / Madrid


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