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    Crítica | 99 Homes

    99 Homes

    Desde el desprecio

    crítica a 99 Homes (Ramin Bahrani, 2014)

    Con la llegada del nuevo milenio se cumplían —metafóricamente— los pronósticos que vaticinaban el fin del mundo. La iniciada recesión financiera era motivo suficiente para dar crédito a los malos augurios con los que hechiceros, agoreros, pitonisas y adivinos nos habían bombardeado durante los últimos años del siglo XX. Estados Unidos encontró un subterfugio muy efectivo contra esa crisis económica espoleada por el pinchazo de la burbuja del sector informático. Gracias al boom inmobiliario, mientras otros países comenzaban a notar los devastadores efectos producidos por su mala gestión y la corrupción, Norteamérica sufrió un nuevo ciclo de expansión económica a partir del año 2003. Sin embargo, como es habitual en este tipo de explosiones bursátiles, se exprimieron egoístamente hasta el completo agotamiento de recursos los posibles medios de regeneración global, originando, al comenzar la década actual, que la hegemonía financiera de los Estados Unidos llegara a un punto crítico. 99 Homes muestra los resultados directos de ese contexto, resultados que van desde el comportamiento de los agentes inmobiliarios y su degeneración moral, hasta las consecuencias en las familias de clase media, una clase media que fue suprimida por completo, con lo que la sociedad quedaría dividida tan solo en ricos y pobres, como en los sistemas de castas más arcaicos. La nueva película de Ramin Bahrani examina esta debacle inmobiliaria y sus consecuencias más devastadoras, yugos hipotecarios ocultos en una letra pequeña que condenaba de manera deshonesta e impúdica a familias que firmaban, por medio de contratos con intereses de auténtica usura, su propia sentencia de muerte.

    En Estados Unidos es admisible un concepto que en España se lleva reclamando desde hace tiempo: La dación en pago. Un acto por el cual la entrega de la vivienda sirve como pago total de la hipoteca cuando el propietario se ve incapaz de afrontarla. No obstante, ese “lujo” también está sujeto a una legislación concienzuda que siempre beneficia al banco. Si la reventa o subasta de la vivienda no cubre la deuda acumulada, el banco continuará embargando más propiedades o, en su defecto, se incluiría al ciudadano en una lista de morosos con la que se le bloquearía durante años el acceso a cualquier ingreso. Por este motivo surgieron, como una plaga de comadrejas, agentes inmobiliarios de la calaña de Rick Carver, dispuestos a sacar beneficio de las desgracias ajenas. Su estrategia consiste en comprar todas las casas que han pasado a ser propiedad del banco a precios muy reducidos, para posteriormente revenderlas por mucho más dinero. En ocasiones, el especulador ofrece una liquidación de 3500 dólares a los propietarios que van a perder su hogar, pagando posteriormente el resto de la deuda y logrando un beneficio mucho mayor. Dennis Nash es un joven obrero que, víctima de la recesión laboral, se queda sin trabajo y, por lo tanto, sin modo alguno de pagar su hipoteca. El señor Carver es el encargado de arrebatarle su vivienda, en la que se había criado y en la que vive junto a su madre y su hijo. Sin embargo, y por un irónico giro del destino, ese malvado hombre se convertirá también en su salvador al ofrecerse a convertirlo en su mano derecha.

    99 Homes

    Se aprecia el juego de identidades Carver-Nash desde el comienzo. Ambos son hombres que trabajan duro por un salario, con la diferencia de que mientras el agente obtiene un beneficio desproporcionado, Nash lleva dos semanas subido a un andamio y no ha cobrado (ni cobrará) un solo céntimo. El primero es un hombre de negocios pegado a un teléfono móvil que posee todos los lujos que desea, sin embargo tiene que vivir mirando continuamente hacia atrás y portando una pistola. Es un hombre odiado y amenazado, por lo que no puede encontrar la comodidad necesaria para disfrutar de todas esas posesiones. El segundo es un joven movido por la desesperación, querido por su familia y sus vecinos, que se ve obligado a mudarse a un bloque de viviendas sociales con un ambiente pernicioso en el que criar a su hijo. En ese justo momento llega una de las grandes incógnitas de la película, una de esas situaciones tan cercanas que nos hacen ponernos en la piel del protagonista y preguntarnos ¿Qué haríamos nosotros en condiciones similares? ¿Traicionaríamos a nuestro lado más humano y nos convertiríamos en esa persona despreciable que te arrebata sin compasión todo lo que tienes? Y por muy claras y seguras que sean nuestras convicciones en la actualidad, no podemos evitar pensar en todos esos casos de familias que han sido traumáticamente despojadas de sus bienes, personas que han llegado hasta el suicidio por ser incapaces de afrontar una situación semejante. Si gente con principios y con personalidad, es capaz de llegar a quitarse la vida como única salida ¿Qué no serían capaces de hacer si encontraran la menor esperanza de salvarse a sí mismos y a los suyos? Cambiarían sus principios sin pensarlo y hasta venderían su alma al mismo diablo. Desde ese momento el director centrará su discurso narrativo en mostrar la decadencia de Nash, un hombre que comienza justificando sus actos por el bien de su familia pero, al final terminará por ceder a la codicia en una evolución envilecida que lo convertirá en reflejo de la persona a la que más desprecia.

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    «Al final, todo se reduce a la primigenia ley de la selva y a la del cazador o la presa. Supervivencia urbanística.»

    Es un juego de demagogias baratas que nos muestra todas las esferas de la terrible situación de los desahucios. Las razones del banquero, el que expropia, roba con impunidad jurídica y comercia con personas como en una deleznable trata de obreros; y las del desahuciado que, en algunos casos, será responsable de no haber sabido administrar su economía, en otros será una víctima más de esos intolerables contratos bancarios, pero bajo ningún concepto es merecedor de ser privado de uno de los derechos universales: la vivienda. Guerra de argumentos en la que todo el mundo opina sin importar lo que dice el resto, cada uno se mantiene firme a sus ideas y no acepta contradicciones, por lo que todo pasa por una prostitución ideológica descarnada. Vemos los rostros de las personas a quien culpar, la depravada y oportunista especie humana sin compasión, sin embargo, ellos no serán más que unos esbirros del verdadero culpable, el único responsable de esta situación y el que más se ha beneficiado de ella: el banco, oculto en las esferas y moviendo los hilos de sus mercenarios a sueldo. Nash se verá obligado a revivir su pesadilla continuamente, ahora desde el otro lado de la puerta. Se visitará a sí mismo una y otra vez en un mezquino juego de identidades que lo lleva a odiarse a sí mismo y a avergonzarse de aquello en lo que se ha convertido, pues si bien ha recuperado su estabilidad económica, es incapaz de disfrutarla. En el desenlace, Bahrani añade una variable a toda esa ecuación despiadada: la condición humana. En ella podremos observar a quienes siempre llevan la cabeza alta, miran a los ojos y pueden vivir consigo mismos, y a los que no son capaces de acostumbrarse al dolor ajeno, a ser los portadores de las noticias que destrozan la vida a cientos de personas, gente que no es capaz de hablar a la cara porque el peso de la conciencia les impide levantar la barbilla. Al final, todo se reduce a la primigenia ley de la selva y a la del cazador o la presa. Supervivencia urbanística. | |

    Alberto Sáez Villarino
    Enviado especial al Jameson Dublin International Festival 2015


    Ficha técnica
    Estados Unidos. 2014. Título original: 99 Homes. Director: Ramin Bahrani. Guion: Ramin Bahrani. Duración: 112 minutos. Montaje: Ramin Bahrani. Música: Antony Partos. Fotografía: Bobby Bukowski. Productora: Noruz Films. Intérpretes: Michael Shannon, Andrew Garfield, Laura Dern, Noah Lomax, J.D. Evermore, Tim Guinee, Deneen Tyler, Donna Duplantier, Nicole Barré, Nadiyah Skyy Taylor. Presentación en el Festival de cine internacional de Dublín.


    Póster: 99 Homes
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