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    Crítica | Caníbal

    Caníbal, de Manuel Martín Cuenca

    La carne, instinto y belleza

    crítica de Caníbal | Manuel Martín Cuenca, 2013

    Ya en el inicio, con un plano general de una gasolinera en la que reposta un coche en mitad de la madrugada, Manuel Martín Cuenca abre una distancia sideral con sus contemporáneos. Una toma que describe el tono y la indefensión y el desierto invisible. La naturaleza en su apogeo. La cámara fija, observando a esa pareja que llena el depósito antes de proseguir su viaje hacia no sé dónde. Cualquier punto muy al sur, en la nuca. Y de repente, tras un tiempo que pudiera ser tan centelleante como fugaz, el plano objetivo se transforma en subjetivo: basta el cristal de una ventanilla para romper esa visión (in)discreta, una especie de rutina estática que se hace pedazos con la acción del elevalunas. En cuatro minutos, nos presentan con elegante frialdad a un personaje brutal, infrecuente pero común. Nadie habla, nadie tiene nada que decir hasta el amanecer, cuando el lobo ya ha saciado su apetito salvaje e irreprimible. Cuando ya ha culminado su ritual y fileteado a la mujer, cuando la sangre ha tocado fondo en la tina tras repiquetear insistentemente. Cuando sólo la mirada del predador nos permite observar la esencia del personaje: víctima y verdugo por la pulsión no ya psicológica sino visceral que le atrae hacia sus presas siempre femeninas, cuyas feromonas se dejan olisquear como un perfume caro en la jungla nevada. Muy alto, y muy primarios los instintos, porque a fin de cuentas nunca nos hemos desprendido del animal que guardamos dentro, muy arriba y en la nuca. Ahí nace el asesino del filme más extraordinario del último cine español. Y europeo. Por algo Martín Cuenca narra como narra: porque ha absorbido a los grandes directores del viejo continente. Y, en este caso, parte de la filmografía de Claude Chabrol. La que comprende en un período de apenas tres años películas como La mujer infiel, El carnicero y Al anochecer. Esa conexión bastarda que activa lo peor de nuestra psique, y lo más fabuloso. Sin duda, la ensoñación del realismo que erosiona Martín Cuenca.

    Caníbal, de Manuel Martín Cuenca

    Tres cursos después de trabajar por vez primera con Antonio de la Torre en La mitad de Óscar, vuelve con una película intimidatoriamente íntima, persuasiva en su ejecución (pausada, que no lenta, pues esto sólo existe cuando el cine nace y se hace aburrido) y admirable de pies a paladar, como Antonio de la Torre y Olimpia Melinte, consagrado y debutante respectivamente. Si no la Bella y la Bestia, sí dos cuerpos condenados a encontrarse. Porque la Bella (así apodada para el caso, pero con razones de peso) es doble o se multiplica y el hambre, sí, tiene fin. O quizá no. Los hay insatisfechos. Gula, dicen. Aunque Carlos, el pulcro y laborioso sastre al que da vida Antonio de la Torre, más bien parece un gourmet de noir clásico. Nada de atiborrarse. Las palabras, en pequeñas dosis; las sonrisas, también. Sin perder ese acento granaíno que casi inspira generosidad cuando esa mujer excesivamente sexy y recién llegada al piso acude a él tras discutir con su doble morena, menos voluptuosa y tan solitaria como el propio sastre. Doble, decía, y familiar. Hermana gemela. Y el resto es Historia, pues Caníbal es ya historia hecha carne y celuloide. Un mordisco en la mente del espectador dispuesto a embutirse en el traje a medida que es el guión de Martín Cuenca y Alejandro Hernández, quienes (re)descubren en Pau Esteve —director de fotografía— un pintor excepcional. Siluetas a contraluz, rostros en penumbra, crepúsculos en una playa coloreada con témperas de luz fría, con el coche al ralentí, y después cogiendo carrerilla como un toro decidido a embestir el cuerpo desnudo de un hombre (muy) alejado de su casa. Ninguna secuencia tiene muchos cortes, y todas suelen concluir con fundidos a negro. Esperas lo inesperado y jamás te sorprende. Pero resulta inusual, ya sea en los lluviosos exteriores del pueblo o en la cabaña sobre blanco. La historia describe una naturaleza costumbrista (o acostumbrada) que, desde el ángulo cambiante que transforma también al asesino, se presume trágica y cada vez más trascendente.

    "Las mato y me las como". Así, en un arrebato de sinceridad forzosamente expiatoria, se descubre el monstruo. Humanidad no le falta, pero tampoco sabemos por qué. Tal vez sintamos ese fuego interior que le quema y, a su vez, nos quema a nosotros. Es su barba impoluta y su lento hablar. Su traje, que "no es prêt-à-porter". Es para siempre. La mirada perdida mientras tritura el solomillo, una nalga o un abdomen que sobresalía estético y apetecible. La cámara filmando desde la oscuridad, dentro de una habitación que deja ver al personaje en la de enfrente, tan siniestro como tú yendo a por un vaso de agua. "Las mato y me las como". Proteínas no le faltan. He aquí un autor, Manuel Martín Cuenca, probablemente minusvalorado. El noir y el western desde su Loma Blanca, muy al sur. Y que vengan los ministros de las venosas partidas presupuestarias. Les citaremos con este antropófago, que diseña trajes a medida y seguro conoce a otro que hace lo mismo, pero con ataúdes. ★★★★

    Juan José Ontiveros
    Redacción Madrid.

    España, Rumanía, Rusia, Francia, 2013, Caníbal. Director: Manuel Martín Cuenca. Guión: Manuel Martín Cuenca y Alejandro Hernández. Productora: La Loma Blanca / Mod Producciones / CTB Film Company / Libra Film / Luminor. Fotografía: Pau Steve Birba. Reparto: Antonio de la Torre, Olimpia Melinte, María Alfonsa Rosso, Joaquín Núñez, Gregory Brossard. Presentación oficial: Sección Oficial del Festival de San Sebastián 2013.

    Caníbal, de Manuel Martín Cuenca póster
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