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    Cine Alemán Siglo XXI

    Crítica | Fuck the polis

    || Críticas | ZINEBI 2025 | ★★★★★ |
    Fuck the polis
    Rita Azevedo Gomes
    Un cine para el yo


    Javier Acevedo Nieto
    Valladolid |

    ficha técnica:
    Portugal, Grecia, Francia, 2025. Título original: «Fuck the Polis». Dirección y guion: Rita Azevedo Gomes. Compañías productoras: Basilisco Filmes, con participación de otros productores asociados. Festival de presentación: FIDMarseille 2025. Distribución: [Información no disponible]. Fotografía: Bingham Bryant y Maria Novo. Reparto: Rita Azevedo Gomes, Bingham Bryant, Mauro Soares, João Sarantopoulos. Duración: 72 minutos.

    Escribió Alejandra Pizarnik a Julio Cortázar1:


    Julio fui tan abajo. Pero no hay fondo. Julio, creo que no tolero más las perras palabras. La locura, la muerte. Nadja no escribe. Don Quijote tampoco. Julio, odio a Artaud (mentira) porque no quisiera entender tan sospechosamente bien sus posibilidades de la imposibilidad.



    Pizarnik, sola en un hospital psiquiátrico, dedicó unas últimas palabras antes del suicidio a una de sus preocupaciones centrales: la incapacidad de comunicar con el lenguaje. Quizá no fue la enfermedad, ni la soledad, ni los sucesivos desengaños amorosos lo que la llevaron a tomar aquella decisión. La poeta, capaz de poner en palabras la experiencia falible y frágil del misterio de la existencia, decidió que ya no tenía un lenguaje propio.

    Escribió Marguerite Duras2:
     

    Escribir es lo único que llenaba mi vida y la hechizaba. Lo he hecho. La escritura nunca me ha abandonado.


    Duras, mujer atravesada por las contradicciones del racismo, el colonialismo y la literatura postcolonial, llegaría a declarar que la historia de amor escondida a plena vista en El amante era la mejor excusa para escribir. Las notas a pie de foto en las que el editor de Duras vio una posible novela eran, en esencia, una novela que usaba el amor como pretexto para entregarse al lenguaje. “Escribir es salirse de uno mismo”3 , llegaría a declarar la autora francesa. El lenguaje convertido en la experiencia extranjera de todo aquello que no se siente ni propio ni ajeno.

    Escribió Albert Camus4:

    Nosotros hemos exiliado la belleza; los griegos tomaron las armas por ella. Primera diferencia, pero que viene de lejos. El pensamiento griego se ha resguardado siempre en la idea de límite. No ha llevado nada hasta el final --ni lo sagrado ni la razón-, porque no ha negado nada: ni lo sagrado, ni la razón. Lo ha repartido todo, equilibrando la sombra con la luz. Por el contrario, nuestra Europa, lanzada a la conquista de la totalidad, es hija de la desmesura.


    Rita Azevedo recita un fragmento de El exilio de Elena (Albert Camus, 1948) para hablar de la belleza, pero también de los límites de su lenguaje y del lenguaje del cine. Fuck the polis (2025) parafrasea el poema de João Miguel Fernandes Jorge porque la directora portuguesa pone en palabras muchas experiencias límite: la muerte, el miedo, la artificialidad del lenguaje, la belleza, el pasado, el futuro, lo debido y lo regalado.

    Pienso que Azevedo no está muy lejos de Pizarnik o Duras. En algún momento de sus vidas, las dos autoras miraron atrás y comprendieron que el lenguaje podía ser una estructura para conocer el yo. Tanto es así que algunas críticas de la obra de Duras consideran que toda su vida está escrita como el recuerdo de un único instante: un amor de adolescencia. Pizarnik, atravesada por el trastorno de la personalidad límite, sufrió comparaciones eternas con su hermana mayor, Myriam, hasta el punto de que buena parte de su poesía puede leerse como la búsqueda de una identidad disidente, paralela, no tanto ficticia como especulativa, emanada de un riquísimo imaginario personal atravesado por el surrealismo, el simbolismo o el malditismo.

    Considero que Azevedo hace lo propio en esta película. La directora fue diagnosticada con una enfermedad fatal hace diecisiete años. Aparentemente sana, decide hacer una película donde vuelve a visitar Grecia, país en el que estuvo poco después de su primer diagnóstico. Es en la experiencia límite del contacto con la mortalidad donde Azevedo hilvana palabra e imagen a medida que recorre las islas de Syros, Mykonos y Delos. Es en este retorno donde la cineasta comparte con Duras y Pizarnik la necesidad de desnudar el lenguaje para llegar al yo.

    Admitamos que las etiquetas de literatura del yo, autoficción o ensayo confesional están un poco agotadas. Pero también reconozcamos que, para aquellas creadoras —en femenino, naturalmente—, cuyos universos tuvieron que replegarse hacia un interior tan doméstico como personal, estas fueron las únicas etiquetas que articularon su lenguaje. Así, la película de la portuguesa pone en escena una necesidad que, a falta de palabras mejores, definiremos como bonita. Es la necesidad que tiene la propia vida de expresarse para, en consecuencia, construirse. Cuatro jóvenes la acompañan en este falso documental —y decimos falso no en el sentido estricto, sino en su vocación de ensayo personal inagotable— y otras tantas texturas emergen en imágenes que se piensan más allá de las etiquetas previas.

    ¿Cómo construir un cine del yo? Azevedo tiene la serenidad de quien ya no es ambiciosa. Es una serenidad preciosa, si tuviera que volver a emplear un epíteto. Preciosa porque, mientras uno se rompe la cabeza en busca de palabras que adornen el propio pensamiento, la cineasta emprende el camino sereno de quien sabe que la expresión desnuda contiene la contundencia novedosa de las primeras intuiciones. Azevedo muestra la misma vista desde el ferry en dos tiempos diferentes. No ambiciona con ensayar sobre el pasado, el fluir del tiempo o la conciencia creadora que ordena la propia vida. Se limita a exponerlos y al instante, fruto de la palabra que enuncia y la imagen que mira, los paisajes se cargan de un tímido impresionismo: la mujer que temía la muerte se vuelca en el inmenso océano y, por un instante, la belleza vuelve plácida en el personalísimo punto de vista subjetivo del ferry. Pasan los años y el paisaje permanece. Se van los años y la muerte sigue, pero la mirada ya no tiene miedo. A continuación, un caprichoso inserto de Lilios rotos (D.W. Griffith, 1919): Lillian Gish aterida en el suelo. Nunca el impresionismo había desdibujado a Griffith en manchas esenciales de recuerdos.

    Fuck the polis es un cine para el yo que busca una forma transitoria, consciente de que la verdad es un concepto límite de la representación: ni la palabra puede encerrarla en su sistema lingüístico ni la imagen expandirla en su abstracción audiovisual.


    Quizá no hablemos de un cine del yo. Si por algo se ha caracterizado el cine de Azevedo y de otros creadores portugueses —citemos a Miguel Gomes o a João Rui Guerra da Mata— en los últimos años es por su naturalismo a la hora de cuestionar la narratividad del cine. No lo han hecho por la vía intelectual del modernismo cinematográfico de los De Palma con sus narradores desquiciados ni por la vía irreverente del posmodernismo con su fragmentación del punto de vista. No, nada de eso. Solo quienes han leído a Pessoa entienden el potencial de usar la ficción como heterónimo, es decir, como forma de construir identidades que jueguen a hablar de uno mismo, sin hablar de uno mismo. Por eso no hablaremos de cine del yo, sino de la habilidad de Azevedo para, alcanzada esa serenidad que da la experiencia y esa belleza que otorga el tiempo que te devuelve la mirada, erigir un cine por y para el yo.

    La Vivian burguesa de La vallée (Barbet Schroeder, 1972) espeta a su compañero Oliver a raíz de sus aventuras con un grupo de pseudohippies: “¿no es maravilloso? Nos hemos acercado tanto a ellos que prácticamente somos uno de ellos: ¡hemos encontrado la verdad, ya sabes!” Azevedo conoce bien el cine de Schroeder y ha ensayado antes sobre los procesos de adaptación de la palabra a la imagen. En esencia, Fuck the polis es un cine para el yo que busca una forma transitoria, consciente de que la verdad es un concepto límite de la representación: ni la palabra puede encerrarla en su sistema lingüístico ni la imagen expandirla en su abstracción audiovisual. Lo que une a Azevedo con Duras y Pizarnik es su consciencia de que el lenguaje nunca es suficiente y, a la vez, es necesario. Lo que la diferencia de ambas es que ha tenido el tiempo y la paciencia para cargar su palabra y su imagen de la ligereza más compleja. Entre imágenes de Super 8, otras captadas en un digital primigenio y algunas captadas para la ocasión, hay una película que emplea a Grecia y a la música de Maria Farantouri —colaboradora habitual de Vangelis o Eleni Karaindrou— como telón de fondo de un recuerdo que vuelve a narrarse. Este revisionismo de la propia vida podría interpretarse como otra muestra de un cine que se pliega en el yo y en una misma para no tener que afrontar la complejidad del mundo. Todo lo contrario, si hay humanismo en Azevedo lo hay porque volver al yo no es encerrarse. Acaso es expandir los límites del propio lenguaje en el sutil acto de volver a lo que una vez daba miedo, a lo que alguna vez enamoraba, a lo que de vez en cuando traía lágrimas.

    Es un impresionismo amateur que poquito a poco llena cada imagen declamada en poemas y otros recortes de citas con el inmenso paisaje que cada cual alberga dentro de sí. Amateur no en un sentido peyorativo. Amateur como ese préstamo del latín deformado por el francés amator (la que ama). Sí, porque Azevedo ama cada imagen y cada experiencia. Es una película pequeña, amateur. Es un yo que está aprendiendo a recordarse y a reconciliarse de la manera que Pizarnik o Duras no pudieron. Una segunda oportunidad tras la experiencia de la muerte que alumbra la belleza de las cosas pequeñas: paisajes en el ferry, coreografías por la noche, conciertos improvisados. Si hay un cine por y para el yo, esto debe ser lo más próximo. A Azevedo le pertenecen unas imágenes, unas palabras y unos recuerdos por el simple hecho de no haber dejado de quererlos. Y si María Zambrano nos recuerda aquello de que amar es verse como otro ser nos ve, quizá podamos albergar la esperanza de un lenguaje que nos vea y nos construya como quizá merezcamos. ♦


    notas:
    [1] Traducción de Blanca Berasategui. Recuperado de:
    https://cvc.cervantes.es/literatura/libros_cortazar/libros_firmados04.htm
    [2] Duras, M. (1992). Escribir. Tusquets Editores.
    [3] Marguerite Duras: Escribir es salirse de uno mismo. Lee por gusto [YouTube] https://www.youtube.com/watch?v=BdpOPYlc1rI
    [4] Camus, A. (1996). El verano. Alianza Cien.


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