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    Crítica | A 47 metros

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    crítica de A 47 metros (47 meters down, Johannes Roberts, Reino Unido, 2016).

    Han pasado más de cuarenta años desde que Steven Spielberg conmocionara al mundo con Tiburón (1975), su adaptación de la novela de Peter Bentchley, sobre la guerra sin cuartel que mantenía el jefe de policía Brody con un sanguinario escualo que sembraba el pánico en las playas de un pueblo de Nueva Inglaterra. El enorme triunfo comercial de la película (más de 470 millones recaudados en todo el mundo), además de conseguir que miles de bañistas se lo pensaran dos veces a la hora de meterse en el mar, significó el inicio del fenómeno conocido como blockbuster veraniego –rara vez este tipo de éxitos de consumo rápido se aproxima a la categoría de obra maestra que sí ostenta la cinta de Spielberg, gracias a esa magistral lección de suspense que fue unánimemente alabada por la crítica–. Como era de esperar, multitud de sucedáneos intentaron sumarse a su estela (cuatro secuelas oficiales, incluidas), con mayor o menor acierto, haciendo que el público comenzara a tener miedo a adentrarse en las aguas del mar. Desde pequeños clásicos como Orca, la ballena asesina (Michael Anderson, 1977) o Piraña (Joe Dante, 1978), a terroríficos dramas de serie B basados en hechos reales como Open Water (Chris Kentis, 2003) o El arrecife (Andrew Traucki), pasando por espectáculos más increíbles del tipo Deep Blue Sea (Renny Harlin, 1999) o la incombustible serie Sharknado perpetrada por Asylum, los tiburones han seguido estando muy presentes en las carteleras cinematográficas, hasta el punto de que, en 2016, han coincido dos estrenos de corte muy similar: la taquillera Infierno azul (Jaume Collet-Serra) y A 47 metros, una cinta bastante más humilde y modesta que nos llega desde Reino Unido.

    Amparada por los hermanos Weinstein desde la producción, A 47 metros puede presumir de contar con un esmerado acabado visual –es formidable el trabajo de Mark Silk en la fotografía– que dignifica a este tipo de productos de serie B. Si Collet-Serra dispuso de 17 millones de dólares para poner en pie su Infierno azul, al servicio de una estupenda Blake Lively, enfrentada a un voraz tiburón blanco que la mantiene atrapada en una roca a punto de desaparecer bajo una inminente subida de marea (con una gaviota herida como improvisada compañera de fatigas), Johannes Roberts —cineasta mucho menos dotado, cuyo trabajo más conocido hasta la fecha había sido la floja El otro lado de la puerta (2016)— ha sabido, en esta ocasión, exprimir cada dólar de su escaso presupuesto para construir una aventura de supervivencia repleta de tensión, situaciones límite y un terror más psicológico de lo esperado. A través de una rápida introducción, los guionistas nos presentan a las heroínas de la historia, Lisa y Kate, dos hermanas que están pasando unas vacaciones en México para olvidar el desengaño amoroso de la primera —un punto de partida, el del viaje como evasión de una circunstancia traumática, que también sirvió de anécdota argumental para Infierno azul, donde la protagonista trataba de superar el fallecimiento de su madre surfeando en su playa favorita—. Desde las primeras escenas de A 47 metros, quedan descritas, a grandes rasgos, las personalidades de ambas protagonistas, siendo la mayor, Lisa, una chica insegura y miedosa, que tiene que competir con el arrollador carácter y espíritu aventurero de Kate. De hecho, es ésta última la que convence a Lisa para embarcarse en la experiencia de sumergirse entre tiburones blancos en el interior de una jaula, algo que termina tornándose en pesadilla desde el instante en que se rompe el cabestrante que las sujeta y acaban atrapadas a 47 metros de profundidad.

    Desde el momento en que Johannes entra en faena —se agradece que esto suceda rápidamente, a los 20 minutos de comenzar la película—, A 47 metros se revela como un survival que se desmarca de anteriores títulos con tiburones, relegando sus apariciones a un segundo plano para potenciar otros elementos igual de aterradores como a atmósfera claustrofóbica o la amenaza ante la inminente falta de oxígeno, lo que la acerca más a títulos como The Descent (Neil Marshall, 2005) o El santuario (Alister Grierson, 2011) que a cualquier hija bastarda del Tiburón de Spielberg. El filme, en un alarde de inteligencia muy valorable, construye un suspense sustentado en la sugerencia, sabiendo sacar el máximo partido al escenario (esquiva caer en el tedio o la monotonía que conllevaría una trama que se desarrolla, de forma casi íntegra, en el fondo del océano) y manejando con inteligencia un recurso como el fuera de campo. Esto no quiere decir que los ataques de los escualos no estén rodados con gran eficacia y el necesario sentido del espectáculo, gracias a unos convincentes efectos digitales, y a una notable planificación, capaces de dejar para el recuerdo una impactante escena que remite directamente a Pitch Black (David Twohy, 2000) –con ese peligro amenazante tras la oscuridad más profunda–, que ya justifica por sí sola el visionado de la cinta. A A 47 metros, se le puede achacar toda la falta de originalidad del mundo o el arquetípico perfil de sus personajes secundarios (con un Matthew Modine chapurreando español a la cabeza), pero no se le puede negar su condición de ejercicio de suspense honesto, bien dirigido y ejecutado, e interpretado con solvencia por dos actrices entregadas a la causa en unos papeles que, además de convicción dramática, requieren de un gran esfuerzo físico –se agradece el cambio de registro de una Mandy Moore hasta entonces relegada a comedias románticas de dudosa calidad, aunque es Claire Holt quien entrega una actuación más enérgica–. En definitiva, estilosa serie B de calidad que no desmerece (incluso la supera en angustia) a Infierno azul, más supeditada a los efectismos propios del cine de acción más comercial. | ★★★ |


    José Martín León
    © Revista EAM / Madrid


    Ficha técnica
    Reino Unido. 2016. Título original: 47 meters down. Director: Johannes Roberts. Guion: Johannes Roberts, Ernest Riera. Productores: James Harris, Mark Lane. Productoras: Dimension Films / Tea Shop, Film Company. Fotografía: Mark Silk. Música: tomandandy. Montaje: Martin Brinkler. Dirección artística: Natalia Veloz Chapuseaux, María Fernanda Sabogal. Reparto: Mandy Moore, Claire Holt, Matthew Modine, Santiago Segura, Chris J. Johnson, Axel Mansilla, Yani Gellman.

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