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    Crítica | Guerra Mundial Z

    Guerra Mundial Z

    LA CHUFLA DEL VERANO

    crítica de Guerra Mundial Z | World War Z, Marc Forster, 2013

    Padecía de anemia la taquilla española. Millones de lectores y no pocos catedráticos del fandom soñaban con la exhibición en pantalla grande de una historia —surgida a partir de la novela homónima de Max Brooks— capital para los efluvios de la fenomenología zombi, todo un algoritmo de consumo en torno al género. El tributo a un sistema mercadotécnico que comprende ya nuestro recién estrenado siglo y avala sin pudor una cierta decantación natural hacia el sainete. Llegaban noticias acerca de las múltiples reescrituras que estaba sufriendo el libreto del filme. Poco importaba: saldría a flote sí o sí, tras muchas discusiones (se rumorea que también entre el director, Max Brooks, y su actor protagonista, Brad Pitt) que acabarían elevando innecesariamente el presupuesto de esta producción cercana al gafe (ejem). Pero se impuso la profesionalidad. O eso, o alguna cláusula del contrato. Ah, Hollywood. Qué perseverante. Gracias a su buen hacer, hoy podemos disfrutar del virus. Literal pero ficticiamente, paradojas de una distopía inútil. Contradicciones de una película enlatada y a disposición del público masivo, sobre la sangre que sólo intuimos fuera de campo porque las restricciones son las restricciones, y cuya acción despunta con imágenes periodísticas a modo de documental muy acongojante. La señal transporta interferencias y una voz en off profetiza vagamente un Apocalipsis lento pero rápido, definitivo aunque reversible. Contradicciones de una peli que señala a su público con la imprecisión de un láser a plena luz del día: primero te vendo el producto (caos) y luego me río de ti (toma thriller de pandemias). Adiós a tu retina, a la incertidumbre. Solo queda el horror. Y estruendos. Y gritos. Histeria total. Y una columna de humo al norte del drama. Y en mitad de la carretera, una familia muda ante el griterío de miles y miles de transeúntes y turistas desubicados. No queda tiempo, así que el que no corre, se suicida; y el que corre se contorsiona y reparte con gesto narcótico potentes mordiscos que transmiten la rabia o una enfermedad insólita cuyo brote surgió en Corea del Sur.

    Guerra Mundial Z

    De repente, Filadelfia se ha convertido en el reverso tenebroso del FIB: sus asistentes no son nada diplomáticos, ni siquiera buenos conversadores etílicos. Visten mal y huelen peor. Para entonces ya he detectado las influencias —lógicas, eso sí— de otro blockbuster argumentalmente similar a esta Guerra Mundial Z. Lo protagonizaba Will Smith, pero lo más memorable era un pastor alemán. Allí conocimos también la desoladora panorámica de un futuro distópico en el que las grandes ciudades han sido asoladas por cierto virus letal que, lejos de arrebatarle la vida a su portador, lo convierte en (glup) un zombi olímpico: sin rigor mortis ni cosas así, como el velocista y agresivo Robert Carlyle en 28 semanas después. El Apocalipsis a escala mundial. La raza humana pende de un hilo extremadamente reconocible. O sea, América. Con mayúscula. Estados Unidos. A punto de pinchar el himno nacional en su versión más descafeinada, el director Marc Forster nos somete a la cara bonita de Brad Pitt. O mejor dicho, a su inconsistente embrujo. Le han roto el retrovisor y sus hijos tienen miedo. Su mujer le quiere muchísimo y tal. Entre lo más granado de la cúpula heroica estadounidense, el personaje de Pitt se erige en hombre multitarea o multifunción. Lejos parecen quedar sus días en la ONU, instalados él y su familia en el portaviones luego de matar a una decena de espídicos zombis en su camino hasta una torre de apartamentos, donde han sido rescatados —al filo de lo imposible, que diría el amante de la hipérbole— por una familia de latinos que tienen, ay, pinta de caer no tardando mucho. Pero ahí han dormitado antes de salir forzosamente a la azotea, previendo la inminente llegada del helicóptero salvador. Minuto treinta. Zombis boltianos, 0; Familia Feliz; 1. El desarrollo se adivina igual de insustancial y paradójicamente renqueante. Cuanto más ritmo imprimen a las escenas de acción —tiros, hordas de cuerpos con pústulas que se agolpan a la entrada de cualquier callejón o edificio, mientras esgrimen una sonrisa quejumbrosa y putrefacta en sus rostros, y el rubio se juega el tipo viajando hacia el origen del virus, en Corea, volando más tarde a Jerusalén, ciudad aparentemente saludable e inmunizada por anticipación estratégica, que levantó un muro alrededor de Tierra Santa como prolongación de ese otro Muro de las Lamentaciones—, menos siente el espectador. A su paso por Israel, la película invita a desempolvar aquellos conflictos atávicos que extienden su guerra hasta la actualidad. ¿Quiénes son esos fantasmas cargados de ira, si no un pueblo desarraigado que reclama sus tierras? Y quién si no, Estados Unidos y su (loco)motora política en Oriente Medio, Israel, los retrataría veladamente como a enfermos potenciales, reduciendo todo al común denominador de la guerra: cazadores y cazados, vencedores y vencidos. Goliat confundiéndose con David en el valle de Elah. Más o menos pertinente, esta reflexión no pasará desapercibida a ojos del espectador medio, ya sea un pirómano con gafas 3D o un perezoso amante del gatillo.

    Guerra Mundial Z

    Forster se empeña en rodar los mismos planos aéreos de siempre, con los mismos encuadres insípidos que ni expresan ni describen. Así, Guerra Mundial Z empieza y acaba siendo un desastre no sólo visual, sino narrativo. Humo al cuadrado. Posee varias de las escenas más infames del cine veraniego reciente, ejemplificada en el anticlímax del vuelo a Gales, cuyo principal y único acierto es el ladrido de un chihuahua blanco, un guau que encierra la única aproximación a la sensatez y al buen gusto de una película excesivamente larga, donde Brad Pitt permanece impasible ante cualquier peligro: su mujer le quiere, sí. Su país… God bless America. He de suponer que el autor de la novela en que se inspira (no basa) este filme, Max Brooks, sufre pesadillas de cuando en cuando. Porque Guerra Mundial Z resume punto por punto la mala praxis de una industria, la hollywoodiense, que hoy por hoy solo aspira al “menos por más a toda costa”. Caigan los cerebros que caigan, para disfrute de los descerebrados. ★★★★

    Juan José Ontiveros.
    crítico de cine.

    Estados Unidos, 2013. Director: Marc Forster. Guión: J. Michael Straczynski, Matthew Michael Carnahan (Novela: Max Brooks). Fotografía: Robert Richardson. Música: Marco Beltrami. Reparto: Brad Pitt, Mireille Enos, Daniella Kertesz, David Morse, Matthew Fox, Eric West, James Badge Dale, Bryan Cranston, David Andrews, Ludi Boeken, Fana Mokoena, Abigail Hargrove, Elyes Gabel, Pierfrancesco Favino, Moritz Bleibtreu, Ruth Negga.

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