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    Crítica | The Execution

    Frío, sangre y barro

    Crítica ★★★☆☆ de «The Execution», de Lado Kvataniya.

    Rusia, 2021. Título original: «The Execution» / «Казнь». Director: Lado Kvataniya. Guion: Lado Kvataniya y Olga Gorodetskaya. Productores: Pavel Burya, Ilya Dzhincharadze, Murad Osmann e Ilya Stewart. Productora: Hype Film. Fotografía: Denis Firstov. Música: Kirill Rikhter. Montaje: Vlad Yakunin. Reparto: Niko Tavadze, Daniil Spivakovsky, Yuliya Snigir, Evgeniy Tkachuk, Aglaya Tarasova, Viktoriya Tolstoganova.

    Se la ha comparado genérica y formalmente con Memories of Murder (Salinue chueok, Bong Joon ho, 2003), Zodiac (David Fincher, 2007) y Mindhunter (Joe Penhall, 2017-2019). Sin embargo, The Execution, ópera prima del director ruso Lado Kvataniya, tiene más que ver con el fondo envenenado de Encontré al diablo (Ang-ma-reul bo-at-da, Kim Jee-woon, 2021) y el cine de Aleksey Balabanov, que con las convenciones narrativas y estéticas al uso del thriller psicológico sobre asesinos en serie. Desde luego, seduce el imaginario visual desplegado por Kvataniya y Denis Firstov, su director de fotografía, para dotar a la historia de la atmósfera turbia y malsana que pide su argumento, basado en el caso real del Carnicero de Rostov, el asesino tristemente más famoso en la historia de la Unión Soviética. Pero si la película crece y se desmarca de sus referentes obvios es porque contextualiza esas imágenes de tono bárbaro e incómodo en una magnífica comprensión cinematográfica del infierno según Dostoievsky.

    «¿Qué es el infierno?» —se preguntó en una ocasión el autor de Crimen y castigo— «Yo sostengo que es el sufrimiento de ser incapaz de amar». Si algo define a los protagonistas de The Execution es precisamente esa clase de desgarro interior, vinculado a sus vidas personales, como se aprecia a medida que avanza la película, y no tanto el horror que producen los asesinatos del psicópata al que persiguen. Durante más de una década, entre 1978 y 1991, los agentes de policía Issa Valentinovich (Niko Tavadze) e Ivan Sevastyanov (Evgeniy Tkachuk) investigaron sin descanso la identidad del autor de casi medio centenar de muertes violentas, todas ellas mujeres que fueron vejadas y violadas brutalmente; las víctimas aparecían con un puñado de barro en la boca. El guion reproduce los detalles del caso para plantear una potente reflexión en torno a la naturaleza del mal, aunque esta acaba importando menos que la radiografía de un doble desmoronamiento. Por un lado, el de la pareja de agentes, desprovistos acertadamente de cualquier atributo heroico. Y por otro, el de un país siempre al borde del colapso, pero de manera sustancial durante los últimos años del régimen socialista.

    Estamos, en definitiva, ante la clásica ficción rusa de subtextos basada en la dialéctica marxista, que en este caso enfrenta el horror individual y el horror social, la violencia contra los cuerpos y la violencia contra las mentes, el orden de la naturaleza y el orden del Estado. The Execution retrata la lucha constante del ser humano contra las estructuras que lo constriñen, y por esa rendija se cuela el terror auténtico de una ficción en la que todos son culpables de algún crimen sin castigo. ¿Quién es el monstruo? A esta pregunta, que planea sobre el espectador desde la modélica escena inicial en el bosque, trata de responder un filme de género puro y duro, con pocas concesiones, denso e irregular, que encuentra en la técnica del montaje discontinuo su mejor arma para mostrar el carácter disfuncional de sus protagonistas. Todos ellos, asesinos y policías, se hallan perdidos en el mismo laberinto existencial de la Rusia inmediatamente anterior a la perestroika, y por esta razón, y con los mismos medios salvajes, se dedican a llenar de ira y odio el vacío de unas vidas espectrales. Encuentran al diablo dentro y fuera de ellos mismos, es evidente, pero lo significativo de la película en último término es la convicción con que afirma que el infierno está en la tierra.

    Казнь (2005), Lado Kvataniya.
    Oficial Fantàstic Competición.

    «The Execution retrata la lucha constante del ser humano contra las estructuras que lo constriñen, y por esa rendija se cuela el terror auténtico de una ficción en la que todos son culpables de algún crimen sin castigo. ¿Quién es el monstruo? A esta pregunta, que planea sobre el espectador desde la modélica escena inicial en el bosque, trata de responder un filme de género puro y duro, con pocas concesiones, denso e irregular».


    Los escenarios y paisajes de ese Tártaro están empapados de los colores del frío, la sangre y el barro en virtud de un cuidado ejercicio cromático que saca buen partido de las claves del expresionismo abstracto. Atención, por ejemplo, al trabajo de gradaciones con el rojo y el negro, los colores típicos de la utopía socialista, que se apagan progresivamente a medida que avanza la acción. Cuerpos y objetos, por su parte, desprenden humo y vapores crudos, como los gusanos de la tierra de Howard, presentándose y representándose como testigos mudos de un conflicto de instintos primarios. The Execution es una película que primero se huele, luego se ve y después se mastica. Es un plato de gusto amargo y seco, por momentos indigesto, deudor del radicalismo conceptual de Balabanov, aunque no tan arriesgado como éste en sus conclusiones sobre el ocaso imparable de la humanidad. Tan fino es el ejercicio sensorial diseñado por sus creadores que, mucho me temo, a partir de ahora su filmografía será medida en comparación con los logros de este filme.

    La coincidencia final de todos los arcos temporales y, por tanto, de las distintas subtramas que alimentan la historia puede resultar decepcionante después de dos horas de máxima tensión. Ciertamente, algunas respuestas son más convincentes que otras. En concreto, las que atañen a la relación de Issa con su esposa y a la amistad entre Issa e Ivan encajan en la categoría de lo previsible. Queda fuera de toda duda, eso sí, la satisfacción general ante una obra que sortea con éxito los caminos trillados de la redención y el sacrificio, dejando en su lugar a cada personaje a solas con su miserable vida; condenados al martirio, la pena y el remordimiento infinito, desnudos ante el apocalipsis que ya los retuerce entre sus manos. La vida que se colma con horror es un horror aún mayor.


    Raúl Álvarez |
    © Revista EAM / Sitges Film Festival


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