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    Valhalla Rising (Nicolas Winding Refn, 2009)

    Forasteros en tierra extraña

    Valhalla Rising (Nicolas Winding Refn, 2009)

    Dinamarca / Reino Unido, 2009. Título original: Valhalla Rising. Director: Nicolas Winding Refn. Guion: Nicolas Winding Refn, Roy Jacobsen y Matthew Read. Productoras: BBC Films, La Belle Allee Productions, NWR Film Productions, Nimbus Film Productions, One Eye Production y Savalas Audio Post-Prpoduction. Productores: Johnny Andersen, Henrik Danstrup y Bo Ehrhardt. Estreno: 4 de septiembre de 2009. Fotografía: Morten Søborg. Música: Peter Kyed y Peter Peter. Montaje: Matthew Newman. Dirección artística: Natalie Astridge y Allie Milligan. Diseño de producción: Laurel Wear. Intérpretes: Mads Mikkelsen, Alexander Morton, Maarten Stevenson, Matthew Zajac, Andrew Flanagan, Gary Lewis, Jamie Sives, Ewan Stewart, Rony Bridges, Douglas Russell.

    A los ojos de un extraño el otro siempre es un salvaje, un bárbaro. Hace casi un siglo que el vaticinado fin de los tiempos del año mil ha quedado atrás. Estamos en la época más oscura de la Edad Media, las cruzadas a Tierra Santa acaban de comenzar y los cristianos emprenden sus viajes de conquista y combate para recuperar los lugares santos que holló Cristo en nombre de la cristiandad. La Biblia los empujaba, las palabras del apóstol Mateo, “renuncia a ti mismo, toma tu cruz y sígueme”, eran la espuela que los impulsaba. La guerra santa no atiende a razones pues Dios la exige y justifica. Entre el barro de los pueblos bárbaros se alzará la luz de las espadas, la cruz de estas, símbolo de aquella de madera en la que fue crucificado su Señor. Los paganos observarán aterrorizados cómo estos hombres de lugares lejanos invadirán sus tierras, seres terribles que devoran la carne y beben la sangre de su propio y único dios.

    En esta época entreverada por las brumas de los siglos se desarrollará Valhalla Rising (Nicolas Winding Refn, 2009), una película que en su inicio se nos muestra dominada por la niebla y un paisaje gélido, agreste, inhóspito para la vida humana donde tribus paganas apuestan en combates a muerte. Sus campeones enfrentados en cruenta lucha, prisioneros maltratados que ofrecerán más dinero que diversión si logran la victoria. Uno de ellos es el que conoceremos después como One Eye (Un Ojo), un guerrero tuerto con una fuerza casi sobrenatural, de origen desconocido y rostro inmutable, todo su cuerpo marcado por horribles cicatrices. Su vida discurre en el lodazal helado de una celda en lo alto de colinas brumosas, encadenado y atendido por un niño. Obligado a pelear combate tras combate, esperará su momento de liberarse y cobrarse justa venganza de su esclavitud. Solo el niño que lo atendía escapará a su ira. Este se convertirá en su sombra, lo seguirá a todas partes, le dará un nombre, One Eye, y será su voz cuando se muestre ante otros hombres. Serán extraños para todos, ese guerrero brutal y temible que ni pronuncia una palabra ni se inmuta ante nada y ese niño que habla por él.

    Nuestros dos parcos protagonistas pronto toparán con unos cruzados que acaban de asesinar a un grupo de paganos. Se unirán a ellos en su viaje a Tierra Santa, pues allí es donde afirman encaminar sus pasos. Los cristianos temerosos de ese salvaje al que precede su fama asesina, Un Ojo y el niño que no entienden a esos hombres que hablan de dios con las espadas refulgentes de sangre. Valhalla Rising deja avanzar el relato en una mezcla de elegancia y parsimonia casi esteticistas con unos estallidos de violencia que lejos de romper el tono casi parecieran apuntalarlo. La atmósfera de extrañeza y salvajismo no se abandona jamás, esas montañas agrestes y desoladas habitadas por personas que no se comprenden y que solo buscan destruirse entre sí. Pero se inicia el prometido viaje y la pantalla se inunda de rojo, la travesía en barco se convierte en un viaje por el Hades, un descenso a una tumba líquida cuyo devenir discurre como un paseo fúnebre. Atrapados por una pertinaz y densa niebla, los hombres lucharán contra lo que no pueden dilucidar avanzando a ciegas, sin agua, con los primeros brotes de locura supersticiosa cuando atribuyen al niño la culpa de tan desgraciado viaje. Silencio, oscuridad y susurros serán la letanía de este descenso al inframundo. Porque otra cosa no parecen pensar los viajeros: nada más pisar tierra, no reconocerán el lugar al que han llegado y no dudarán en afirmar que se trata del mismo infierno.

    Valhalla Rising, Nicolas Winding Refn.
    La obra maestra escondida entre la bruma del director danés.

    «La atmósfera de extrañeza y salvajismo no se abandona jamás, esas montañas agrestes y desoladas habitadas por personas que no se comprenden y que solo buscan destruirse entre sí. Pero se inicia el prometido viaje y la pantalla se inunda de rojo, la travesía en barco se convierte en un viaje por el Hades, un descenso a una tumba líquida cuyo devenir discurre como un paseo fúnebre».


    Un río y una orilla desconocidos tras un agotador viaje por mar. Y el primer paseo de reconocimiento los llevará a toparse con un cementerio indio. Plataformas de madera elevadas sobre postes encima de las cuales yacen los cadáveres. El ritual religioso de unos de nuevo se torna horror para los extraños. Los cristianos observarán con terror esas tumbas que para ellos son muestras de unos ritos salvajes. Una tierra de criaturas incivilizadas que serán salvadas por la luz de la cruz de Jesucristo. Pero pronto el grupo se verá mermado por el ataque invisible de indios ocultos. Flechas surgidas del mismo bosque que los circunda, manos invisibles que cercenan vidas sin lograr entender el porqué salvo que aquel lugar es un lugar infernal. La locura se apoderará de los hombres. En los planos más crípticos y arriesgados a nivel narrativo Winding Refn dará muestras de su poder simbólico en una de las escenas más diáfanas de la película: el líder de los cristianos clavará su espada en el agua señalando que ellos traen la fuerza de su religión, de su dios. Es un bautismo, es una toma de posesión, pero también es un gesto inútil y desesperado: las aguas del río jamás mantendrán esa espada en pie.

    Un Ojo es el único que conserva un mínimo de cordura ante el desastre de la expedición, quizá porque sus dioses son otros. Él también alzará su monumento de piedras en esa nueva tierra. Y se adentrará por los bosques seguido por el niño y dos de los cristianos que aún permanecen con vida, los únicos que no han sucumbido a la locura. Pero son forasteros en tierra extraña, gentes de un país lejano que ni comprenden ni saben dónde están. Siglos antes de que la historia dé fe, ellos han atravesado un mar para encontrarse en un Nuevo Mundo. Un mundo que para ellos no será sino el equivalente de haber llegado al otro, al inframundo, al lugar donde terminarán sus días ante esos salvajes invisibles. Un Ojo ha ido teniendo visiones de lo que sucederá a lo largo de la narración y ya conoce qué le espera en aquel lugar. Cuando a solas en su ordalía con el niño al fin los indios se dejen ver ante ellos, Un Ojo se ofrecerá en sacrificio para salvar a la única persona a la que ha demostrado un mínimo de afecto. Dos extraños que se han comprendido no porque sepan qué y quiénes son el uno y el otro, sino llevados por la más pura necesidad. La inmolación voluntaria en un tiempo que ha vaticinado como su final, personajes perdidos en la niebla de los tiempos, sus pasos olvidados en los siglos venideros. Un Ojo estuvo allí antes en sus sueños. Y sus sueños serán su muerte. Solo le esperan ya los salones dorados del Valhalla.


    José Luis Forte
    © Revista EAM / Cáceres


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