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    Cine Alemán Siglo XXI

    Crítica | Fragmentos de una mujer / Netflix


    Ruido y señal

    Crítica ★★★☆☆ de «Fragmentos de una mujer», de Kornél Mundruczó.

    Canadá, Hungría, 2020. Dirección: Kornél Mundruczó. Guion: Kata Wéber. Producción: Little Lamb (Kevin Turen, Ashley Levinson), BRON, Proton, Aaron Ryder, Martin Scorsese. Montaje: Dávid Jancsó. Diseñador de producción: Sylvain Lemaitre. Fotografía: Benjamin Loeb. Sonido: Polina Volynkina. Música: Howard Shore. Diseño de vesturario: Rachel Dainer-Best, Véronique Marchessault. Sonido: Christopher Scarabosio. Reparto: Vanessa Kirby, Shia LaBeouf, Ellen Burstyn, Jimmie Fails, Molly Parker, Sarah Snook, Iliza Shlesinger, Benny Safdie. Duración: 128 minutos.


    Cómo encuadrar un suceso traumático, delicadísimo, es una de las cuestiones más apremiantes del cine como generador de espectáculo, así como el centro de las tres últimas películas de Kornél Mundruczó junto a la guionista Kata Wéber. Desde White God, el realizador húngaro ha desarrollado una propuesta coherente de acercamiento a la idea del trauma, en la que no renuncia al despliegue audiovisual de recursos impactantes, que usa para construir y relacionar todo un aparato dialéctico alrededor de aquello que puede ser vivido, pero no contado. En este sentido, Mundruczó edifica sus películas sobre la base de unas pocas secuencias capitales, memorables, ejes alrededor de las cuales orbitarán el resto de imágenes de la cinta.

    En Pieces of a Woman, este acercamiento se evidencia desde el suceso que motoriza o, más bien, congela la diégesis de la pareja protagonista. Se trata, sin desvelar demasiados detalles, de una secuencia en la que el parto de la criatura que Martha (Vanessa Kirby) y Sean (Shia Labeouf) estaban esperando toma un camino nefasto, concluyendo en la muerte del bebé. Mundruczó apuesta, ante todo, por el impacto emocional; por el trabajo, desde la misma planificación, alrededor de la idea de aquello que no tiene nombre pero que, no solo merece ser visto, sino también recordado, a modo purgativo. Esgrime el director un énfasis expreso con respecto al proceso de aprehensión de lo que sucede delante de nuestros ojos, como si hablara directamente sobre los procesos de la memoria, sobre aquello a lo que nos aferramos y a lo que no. Los mecanismos del recuerdo se llevan al nivel superficial, táctil, de la imagen a partir de un trabajo de cámara completamente opaco; este partirá del artificio del plano secuencia para oscilar entre el mood y el detalle, siendo estos algunos de los elementos principales de la semántica de la evocación. A nivel formal, pendulamos entre dos polos. Uno, el detalle: la mano crispada de Martha, la mirada angustiada de Sean o la expresión de puro pavor de Eva, la doula, al darse cuenta de que algo va mal. Aquella mancha de mostaza que Walter White vio en la bata del doctor que le diagnosticó cáncer terminal.

    Por otra parte, el mood, encarnado en el vértigo de los cuerpos danzantes de los intérpretes y la cámara, que por momentos se unen y se separan, se persiguen, deshacen sus pasos y van al unísono. En el Mundruczó más reciente (puedo identificarlo, como mínimo, desde White God) nos encontramos de forma constante con el uso del movimiento, de la coreografía de los cuerpos fílmicos –también la cámara–, como elemento principal de significación en la construcción iconográfica de estas pocas secuencias capitales. En White God, la culminación de la rebelión canina se da en la pura carrera hacia ninguna parte y acaba en el parón, sentades todes en el suelo; en Jupiter’s Moon, en cambio, la acción de cuerpo imparable y tomcruisero, propio del cine de atracciones, se veía alterada, deformada ante la imposibilidad del refugiado protagonista de moverse libremente. Pieces of a Woman también castiga a sus personajes al parón, encerrándolos en coches, despachos y ascensores, en una puesta en escena, por lo general de corte transparente, que relega el baile formalista a dos secuencias principales. Serán la de la muerte del bebé y la de la reunión familiar, ambas narrativamente claves, pues, al desenlace de cada una de ellas habrá una revelación que cambiará las normas del juego de forma radical e inesperada.



    «Sirva este instante de emoción pura para celebrar la mayor virtud del filme: haber confiado en la potencia del cuerpo inmóvil de Kirby como elemento clave en una puesta en escena que funciona por pura sustracción. Mundruczó edifica un batiburrillo formalista para deconstruirlo, revelando a su paso la señal oculta en el ruido».


    El movimiento, pero también la dualidad entre los mismos intérpretes, son claves para situar a la puesta en escena en paralelo con la naturaleza experiencial de lo que se está contando. Me interesa destacar, ante todo, el papel que esgrime Shia Labeouf en su aportación como cuerpo a una determinada construcción escénica. Sean es un tipo bruto, de clase baja, que se niega o es incapaz de moverse y comportarse según los estándares de la politèsse burguesa. El papel va como anillo al dedo para Labeouf, actor que durante los últimos años ha convertido la dejadez, y un trabajo descarnado con la voz, en sus mejores aliados. Pienso en Honey Boy, por ejemplo, en la que también daba vida a alguien socialmente «inferior» y destartalado: ante su propio cuerpo maltrecho, condenado al desprecio por su mera apariencia decadente, Labeouf hacía uso de la voz, histriónica, potente y socarrona, para imponerse. En la primera secuencia capital de Pieces of a Woman, Sean no puede estarse quieto, sereno, ante el parto que está a punto de tener lugar en su salón. Se mueve, hace el tonto y no para de hablar. Va a la par con la interpretación de Kirby, quien está completamente fuera de sí, entre contorsiones, muecas, gritos y eructos. Este es su primer parto, y la torpeza con la que actuarán los situará a ambos bajo un mismo tapiz audiovisual en forma de murmullos y cuerpos descompuestos.

    Solamente después de la pérdida del bebé, en la segunda secuencia eje, va evidenciarse el abismo que se ha abierto entre los cuerpos de Martha y Sean: en la reunión familiar, la cámara va a seguir el personaje de Kirby, que deambula el espacio mientras su marido habla con los cuñados de nimiedades que, poco a poco, dejan de serlo. Labeouf aquí sigue añadiendo capas de ruido, en voz over, al canal de ella, que parece no seguir la conversación. Cuando la voluptuosidad del acercamiento de la cámara, en un preciso seguimiento en el plano horizontal, y el barullo de las palabras de Sean hayan cesado, nos quedaremos con la que es la protagonista verdadera de la escena: una Martha completamente dominada por el hieratismo, mirada perdida al infinito ante lo que descubrimos es un vacío irrecuperable. Sirva este instante de emoción pura para celebrar la mayor virtud del filme: haber confiado en la potencia del cuerpo inmóvil de Kirby como elemento clave en una puesta en escena que funciona por pura sustracción. Mundruczó edifica un batiburrillo formalista para deconstruirlo, revelando a su paso la señal oculta en el ruido. La señal de un dolor que –recordemos– no puede ser contado, pero sí vivido, purgado | ★★★☆☆


    Mariona Borrull Zapata |
    © Revista EAM / 77ª edición de la Mostra de Venecia


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