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    Crítica | Longa noite

    Cosas viejas y olvidadas|

    Crítica ★★★★☆ de «Longa noite», dirigida por Eloy Enciso.

    España, 2019. Dirección: Eloy Enciso. Guion: Eloy Enciso. Productora: Filmika Galaika. Producción: Beli Martínez. Fotografía: Mauro Herce. Montaje: Patrícia Saramago. Sonido: Joaquín Pachón, Juan Carlos Blancas, Miguel Martins. Dirección artística: Melania Freire. Vestuario: Fanny Bello, Melania Freire. Reparto: Misha Bies Golas, Nuria Lestegás, Celsa Araújo, Verónica Quintela, Manuel Pumares, Suso Meilán. Duración: 90 minutos.

    ¿Cómo afrontar desde el cine la memoria histórica, que de raíz es colectiva y reelaborada, indiscernible de una cierta cuestión de identidad grupal? La respuesta rápida parece ser que la mejor manera de hacerlo es justamente no hacerlo. Así, el camino que tantos creadores toman a la hora de encaminar una ficción acaecida en un periodo claramente reconocible de un pasado común es el de la misma negación del núcleo colectivo como eje de la narración: al «espectador medio» le apetece que le cuenten historias personales, con las que pueda compartir un sustrato emocional estrechamente ligado a una vivencia íntima. La ficción colectiva, sin guarniciones, aburre.

    Llamémosle empatía, trasmisión patética, la mirada humanista del cine: el gran logro de Serguéi Eisenstein fue el de perpetuar la lucha de clases, solo que, convirtiéndola en un escaparate de lo melodramático, un catálogo operístico eternamente reactualizable. Encontrar ejemplos de esta particularización de lo colectivo es relativamente fácil: este año, sin ir más lejos, 16 nominaciones a los Goya habrán ido para la narración de sufrimiento personal, muy para adentro (literalmente), del protagonista de La trinchera infinita. La repetición de este patrón, obviamente, no refiere a un criterio de calidad –faltaría más–, sino más bien de valor. El valor de todas aquellas cintas que han querido alejarse de lo sentimental para encuadrar la historia de un pueblo y su propia memoria histórica (quede el juego de palabras), para tratar lo social con sus propios términos. Nada nuevo bajo el sol, en definitiva: se trata de la lucha incansable de cierto cine de autor por hacer primar la verdad sobre el afecto. Y si no la verdad (que son palabras mayores), por lo menos la honestidad por encima de la emoción, la causa por encima del síntoma, con plena conciencia de que lo personal es, al fin y al cabo, político, y no al revés.

    En la bravamente austera Longa noite, Mejor Dirección en Locarno, Eloy Enciso parece recuperar esta búsqueda de la honestidad para abordar una problemática totalmente a la orden el día en la España de hoy. Es el mal de la polisemia, del exceso de palabras, historias y realidades acumuladas, cual pus en una herida mal curada, alrededor de un núcleo social compartido que todavía nos falta. Un vacío de base –el de las atrocidades acaecidas durante Guerra Civil– al que hemos llegado a base de negar una historia compartida, que no es otra que aquella de un genocidio fascista blanqueado por el sistema desde hace décadas. En nuestro país, y por lo tanto también de alguna forma en nuestra cinematografía, se ha construido una historia social sin pasado, una memoria que ya no es histórica, que somos incapaces de compartir, porque la Amnistía quiere esconderla y casi «protegernos» de ella. «Hacer la revolución es traer al presente cosas viejas pero olvidadas», decía Jean-Marie Straub. Longa noite es una cinta social justamente porque comprende nuestra oscuridad histórica de base y decide, con ánimo valientemente modesto, ser fiel a su naturaleza descoyuntada. Por ello, la película reniega de la posibilidad de completarse, de unir todos los hilos que harían que su historia, cosida a base de auténticos tableaux vivants, tuviese un corazón dramático al que aferrarse; decide, si se quiere, dejar espacios en blanco para una próxima memoria histórica.

    Longa noite, Eloy Enciso.
    Naturaleza descoyuntada | Estrena en España Numax.

    «Si no nos dejan llegar a las «cosas viejas pero olvidadas» de Straub mientras por las calles pasean aún vivaespañas con pantalones, nuestro deber, desde el mundo de la realización y la crítica de cine, debe pasar necesariamente por reivindicar nuevas formas –incómodas, con voz propia– de enmarcar nuestra historia dolorosa y fantasmal. Clamar desde la militancia (¡qué menos!) cinematográfica, porque siempre hay y habrá suficientes historias en primera persona y, en cambio, la memoria sigue faltándonos».


    En la cinta de Enciso siempre «falta algo». La ausencia de ese centro histórico, que uniría y justificaría las relaciones empáticas y causales entre personajes, es quizás la más evidente. En el pueblo de la Galicia rural donde se enmarca la cinta, todos se conocen, pero no hay más relación entre los caracteres que una mirada o un comentario, inmediatamente cortados por el silencio de quien sabe que no debe hablar. Solo el Retornado protagonista (el artista plástico Misha Bies Golas), huido durante la guerra, es capaz de desvelar este estado de alteridad colectiva, porque su presencia pululante, fantasmagórica, es quizás la última fachada que el franquismo no podrá tapar, reconstruir y abrillantar. Tampoco podrá el sistema eliminar ese proletariado desarraigado, que no habla sino declama, partiendo de textos de Max Aub, Celso Emilio Ferreiro, Luís Seoane y Ramón de Valenzuela, como si su memoria del conflicto ya no fuera la suya, como si su experiencia de lo cotidiano estuviese embargada por el más puro estrés postraumático. Faltan las palabras (de uno), solo quedan las palabras (de otros).

    Redondea la propuesta una simplicidad formal atronadora, de la que destaca la fotografía de Mauro Herce, que rehuye sistemáticamente cualquier aproximación que pudiera recordar al tratamiento visual predominante de la Guerra Civil: no hay marrones, ni grises, ni imágenes desaturadas. No hay espacio, pues, para entrar en el imaginario ya institucionalizado de la historia como producto estético, ni intención alguna de usar un hecho real como marco de base para jugar a los héroes y villanos. Parece sencillo: la lucha (fílmica) contra el sistema que nos ha arrebatado nuestra memoria histórica debe pasar por la negación, también, de los recursos formales sobre los que este se ampara. Si para ello hace falta romper con la suave sutura cinematográfica de la falsa «convivencia cinematográfica», adelante con ello: trabajemos con retratos vivientes y naturalezas muertas, antes que con la falsedad de un clásico plano-contraplano.

    Lo cual no niega las concesiones de la cinta de Enciso a un cierto humanismo: desde la aparición de personajes como el nacionalista-víctima o la abuela sufridora, hasta un cierto trabajo sobre el habla popular, tan repudiada por el centralismo franquista. Hay también en los textos de referencia de la película cartas escritas durante la guerra que el cineasta no quiere apartar de su propuesta: quizás el más memorable, por ser el más clásico, sea el monólogo de la mujer que cuenta la ejecución de una compañera. Y, sin embargo, el retrato particular y emotivo queda pronto puesto en duda, olvidado por el irrenunciable abîme que se esconde tras las imágenes y las hilvana. Un fundido a negro, una entrada en la noche (literal), que entronca con la cuestión de la honestidad que introducíamos al inicio de este texto y que da valor a toda la propuesta del cineasta gallego. Si no podemos construir –quizás, rehabilitar– una memoria histórica compartida, no debemos, en su lugar, tapar los atisbos a la oscuridad que esta descubre. Si no nos dejan llegar a las «cosas viejas pero olvidadas» de Straub mientras por las calles pasean aún vivaespañas con pantalones, nuestro deber, desde el mundo de la realización y la crítica de cine, debe pasar necesariamente por reivindicar nuevas formas –incómodas, con voz propia– de enmarcar nuestra historia dolorosa y fantasmal. Clamar desde la militancia (¡qué menos!) cinematográfica, porque siempre hay y habrá suficientes historias en primera persona y, en cambio, la memoria sigue faltándonos.

    «Ya ni me acuerdo de que os he pasado. Estaba durmiendo cuando os he pasado», dice el barquero que lleva al Retornado al otro lado del río. Debajo del bote, el agua solo muestra su superficie violácea, opaca | ★★★★☆


    Mariona Borrull |
    © Revista EAM / Barcelona


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