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    Festival Ibérico 2019: 3ª sesión oficial

    Festival Ibérico

    3ª Sesión oficial de Cinema Cortometrajes.

    A la hora de la verdad no es difícil conectar con cualquiera de las manifestaciones y circunstancias sociales que ponen sobre el tablero muchos de los cortometrajes de esta edición. Los grandes teóricos y cineastas del llamado cine de vanguardias han hablado y cuestionado la naturaleza del cine como artefacto de la realidad. Realizadores que huyen diametralmente de la espectacularización ciñéndose a una voluntad más a pie de calle, cercana a la mirada de un espectador que pretende conectar con el ojo de la cámara y radiografiar la verdad de aquello que le insta y preocupa, en choque con los autores cuyos aspectos visibles ocultan vendajes traumáticos y manipuladores.

    Tanto Cerraduras (Pedro del Río, 2019), como Maras (Salvador Calvo, 2018), subrayan, quizás sin darse cuenta de ello, las palabras del crítico Serge Daney cuando se refería al cine como un arte del presente cuyos remordimientos carecen de interés. En el cortometraje dirigido por Pedro del Río, se toca la fibra de una situación reciente que atraviesan personas que nunca pensaron coquetear con la mendicidad y que se ven desplazadas a ello debido a las abruptas caídas de clases y la precariedad laboral. Una mujer sin techo deambula por la ciudad mendigando en bares y rebuscando en la basura de la calle. En una de las veces encuentra unas llaves y comienza a fantasear con la idea de a qué casa puedan pertenecer. Cerraduras plantea el filme como un proceso abierto de investigación, en el que la protagonista acaba por hallar un oasis en medio de su particular desierto. La usurpación de una identidad le permite volver a reencontrarse con los pequeños placeres de la vida capitalista. Esta verdad, tomada como mero anclaje de ficción al suponer una mentira, una mimetización con el lugar prestado, nos ayuda a encuadrar el horror de una pobreza cercana y terriblemente cotidiana. Apenas se hace uso del dialogo lo cual refuerza el misterio, quedando como un genial simulacro de la supervivencia.

    En Maras se perfila una historia de fuerte impacto social basada en testimonios de victimas reales de estas violentas pandillas que operan principalmente en países como Honduras, El Salvador o Guatemala. Una cruenta realización en blanco y negro, con predominio de los tonos oscuros, dado el espesor de los negros que se abalanzan sobre las víctimas, y que pone énfasis a una crítica estructural y global al resto de países que impiden dar asilo a los miles de personas que huyen diariamente de países controlados por las maras callejeras. Esta situación de desprotección es el nudo de la narración siguiendo dos historias paralelas que nunca acaban por cruzarse; la de Walter, un chico que huye a España, estudiante de informática buscado por las maras para hackear móviles, y la de una familia trabajadora que prepara minuciosamente su huida del país. Salvador Calvo apunta con maestría una problemática que tiene mucho de guerra, dado el alto índice de mortalidad, y que no obtiene el mismo grado de valor por parte de gobiernos y entidades. La nota artística la pone la excelente banda sonora de Roque Baños, con una música emocional que da respiro y pone un simple ápice de esperanza a las vidas de los protagonistas.

    El tema de los desahucios sigue muy vigente gracias a Réquiem (Juanma Juárez), una pequeña muestra de ingeniería visual rodada en un brillante único plano secuencia. La cámara arranca en primerísimo primer plano para retroceder en un travelling que nos lleva al interior de un piso. La perspectiva del cortometraje conecta con la mirada del espectador. Captura en apenas 5 minutos una profundidad que muchos largometrajes ni siquiera alcanzan a desarrollar. Un buen golpe de efecto que sintetiza el terrible control del sistema financiero y de nuestra inconsciente participación en la rueda monstruosa del mundo capitalista.

    Maras, de Salvador Calvo.


    Son varios los trabajos de esta edición rodados y hablados en idiomas orientales y con actores asiáticos aumentando la globalidad del cine. Xiao Xian (Jiajie Yu Yan, 2018), es una película de bellas hechuras, con un tratamiento de la luz y del color excelentes. La sensualidad de la propuesta queda matizada por los encuadres pictóricos y un clima tenue susurrante de filtros velados, y espacios cerrados. El uso de los rojos y azules, así como los neones, le dan un aspecto de deseo, al ejercer sobre el cromatismo una mirada de descubrimiento sexual. No costaría nada emparejarla con el mejor cine de Park Chan-wook (La doncella, Stoker), no solo por su estética espectral, elusiva, sino también por su capacidad exquisita, de buscar los contraplanos en miradas fuera de campo, sugiriendo entidades invisibles acerca del deseo interno de la mujer. Una protagonista que atrapada en una red opresiva acaba rompiendo el cascaron como las mariposas liberando todo un torrente de luz e intensidad. En esas miradas, y en el silencio el director se acerca al misterio de las grandes obras maestras del amor fantasma, desde la inmortal y canónica Vértigo de Hitchcock, dispar uso de un vestido como objeto del deseo, hasta la longitud desmesurada del mejor Bertolucci.

    Vaca (Marta Bayarri, 2018), transmite la soledad a la que muchas personas están abocadas. La vida y la rutina de Marga denota un hecho, que, aunque insignificante y absurdo, activa en ella un impulso para cambiar. Una vaca en el matadero donde trabaja la ha mirado fijamente. En la mirada del animal encuentra la salvación, la tabla a la que agarrarse para empezar de cero. Bayarri, que también escribe y protagoniza el filme, no recurre a la densidad dramática, pese a que en la desesperada huida de Marga intuimos cosas terribles, su interés es moldear el camino necesario para romper ese letargo, esa zombificación a la que estamos sometidos en el día a día de nuestras grises y acomodadas vidas.

    Precisamente ese dialogo con las pequeñas cosas de la vida es lo que hace inmensa y grande una obra como Sleepwalk (Filipe Melo, 2018), sin duda una de las mejores y más profundas cintas de esta edición. El color, el paisaje y las texturas del imaginario del western, serán usados aquí como inesperados recursos melodramáticos. Melo relata la historia de un viejo cowboy solitario que llega a un desolado pueblo en busca de la mejor tarta de manzana del estado. Todo corresponde a un viaje, primero creemos escuchar una vieja canción noir alrededor de los paisajes y horizontes de las películas de Robert Altman, más tarde, el sonido se acrecenta, en la angustia existencial de los nuevos westerns modernos tipo Comanchería (David Mackenzie, 2016), y finalmente apelan a la memoria del mejor Eastwood, en un alegato bellísimo sobre los derechos humanos y la conciliación de los hombres. La manera, asombrosa, muy plástica, que Mello tiene de adentrarse en la geografía y entrañas de la narración, con esos ocres y amarillos genuinamente americanos, recuerdan vagamente a unas viñetas de comics, una pantalla en la que se combinan varios estilos pero con una tremenda y rocosa efectividad expresiva.

    El humor se encarga de poner broche de oro final a la noche del jueves. Moscas (David Moreno, 2018), se define a sí misma como una comedia casi romántica. Un corto muy teatral, con dos únicos personajes. Un dialogo, o mejor monologo acerca del matrimonio y las relaciones de pareja. El trabajo de sus veteranos intérpretes, Rosario Pardo y Antonio Valero eleva el conjunto, a años luz de otras propuestas más ambiciosas, pero muy valiosa en su ritmo y planificación de timing cómico. Una comedia de enredo en formato reducido, una miniatura, con la Sinfonía del Nuevo Mundo de Dvorák sonando de banda sonora de fondo.


    David Tejero Nogales
    © Revista EAM / Festival Ibérico de Badajoz


    Xiao Xian, de Jiajie Yu Yan.


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