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    Crítica | Cementerio de animales

    No profanar el sueño de los muertos

    Crítica ★★ de «Cementerio de animales», de Dennis Widmyer, Kevin Kolsch.

    Estados Unidos, 2018. Título original: «Pet Sematary». Directores: Dennis Widmyer, Kevin Kolsch. Guion: Dave Kajganich, Jeff Buhler (Novela: Stephen King. Historia: Matt Greenberg). Productores: Lorenzo di Bonaventura, Steven Schneider, Mark Vahradian. Productoras: Alphaville Films / Paramount Pictures. Fotografía: Laurie Rose. Música: Christopher Young. Montaje: Sarah Broshar. Reparto: Jason Clarke, Amy Seimetz, John Lithgow, Jeté Laurence, Obssa Ahmed, Alyssa Brooke Levine, Maria Herrera.

    En 1989, en plena efervescencia de triunfales traslaciones al cine de obras de Stephen King, que conformaron casi un subgénero propio dentro del terror de aquella década, la directora Mary Lambert estrenó Cementerio viviente, sólida adaptación de Cementerio de animales, una novela que el autor de Maine había publicado con gran éxito en 1983, inspirándose en el cuento del británico W.W. Jacobs La pata de mono. Rápidamente se convirtió en de uno de sus libros más populares y queridos por los fans y King, famoso por lo crítico que se ha mostrado siempre con las películas basadas en sus trabajos –conocida por todos es su animadversión hacia la, por otro lado, magnífica El resplandor (Stanley Kubrick, 1980)–, dio el visto bueno al resultado final de una cinta que, además de ser considerada como una de sus adaptaciones más fieles, también logró un importante éxito de público, con 57 millones de dólares recaudados en las taquillas de todo el mundo, algo que originaría el rodaje de una secuela bastante más prescindible. Coincidiendo con el 30 aniversario de aquel estreno, nos llega a la gran pantalla un remake, Cementerio de animales (2018), realizado por Dennis Widmyer y Kevin Kolsch, directores que se habían labrado una considerable buena reputación gracias a uno de los títulos de terror psicológico más perturbadores de los últimos años, Starry Eyes (2014), incomprensiblemente, inédito en España hasta la fecha. King está volviendo a vivir un momento dulce de popularidad, con multitud de productos que beben de su desbordante imaginación estrenándose en los dos últimos años, con dispares resultados que van desde lo decepcionante –The Mist (serie de Netflix que no pasó de su primera temporada en 2017) y La Torre Oscura (Nikolaj Arcel, 2017)– a lo correcto –1922 (Zak Hilditch, 2017) y El juego de Gerald (Mike Flanagan, 2017)–, aunque, por encima de todos ellos, ha sido el enorme fenómeno de It (Andy Muschietti, 2018) el que ha animado a Paramount Pictures a desempolvar la macabra historia de aquel cementerio indio maldito que devolvía del más allá a las criaturas que allí fuesen enterradas.

    Como en la versión ochentera, a la que se mantiene muy fiel, repitiendo algunas de sus escenas más famosas (a veces con una falta de creatividad alarmante), Cementerio de animales vuelve a trasladarnos a un pequeño pueblo de Maine al que se muda el doctor Louis Creed junto a su esposa y sus dos hijos, descubriendo que dentro de sus propiedades se encuentra un antiguo cementerio de mascotas que arrastra una leyenda negra desde tiempos inmemoriales. Los directores han elaborado en esta ocasión una película considerablemente más tenebrosa y seria, que abandona por completo los acertados apuntes de humor negro de la realizada por Mary Lambert en beneficio de una apuesta por el terror más torpe y efectista, más basado en los manidos sobresaltos y golpes de sonido de lo más previsibles (esas irrupciones en pantalla de los camiones que transitan, a toda velocidad, la autopista junto a la casa) que en un suspense verdaderamente elaborado. También las apariciones fantasmales y los flashbacks del pasado que conciernen a la hermana de la esposa de Creed ganan en truculencia pero pierden en factor sorpresa. Sorprende que la realización no sea todo lo solvente que cabría esperar de un producto de estas características, presupuestado en 21 millones de dólares (el doble que la original) y diseñado para arrasar en las taquillas, y Widmyer y Kolsch decepcionan por la falta de personalidad de su acabado final. Eso sí, si hay algo en lo que esta nueva relectura de la novela aventaja a la de 1989 eso es la labor de los actores, mucho más carismáticos y convincentes. Jason Clarke entrega una interpretación más compleja que la que ofrecida por el inexpresivo Dale Midkiff en el rol del doctor Creed, mientras que John Lithgow deja constancia de su profesionalidad en la piel del viejo vecino que conoce los secretos que esconde el cementerio y que, de alguna manera, actúa como desencadenante de la pesadilla que caerá sobre la familia protagonista. Su actuación es, de lejos, lo más destacable de este filme, rivalizando de igual a igual con el, por otra parte, muy decente trabajo desempeñado por el veterano Fred Gwynne en Cementerio viviente, donde conseguía dotar a su bienintencionado personaje de un halo inquietante que Lithgow no termina de alcanzar.

    «Es una verdadera lástima que la película, que trata de mantener un estilo sobrio y elegante durante su primera mitad, termine perdiendo los papeles conforme se adentra en un clímax final desmadrado que, en muchos instantes, cae de lleno en los terrenos de la comedia involuntaria».


    Ante la falta de riesgo y originalidad de la propuesta, lo único que hace que Cementerio de animales no sea un mal filme es el enorme potencial del texto en el que se basa, por mucho que no esté todo lo bien explotado que debería. Así, resulta muy sugestivo el debate que plantean esos padres protagonistas a la hora de explicar a su hija de nueve años qué puede haber después de la muerte. Un dilema que siempre ha inquietado al hombre y al que Stephen King da una retorcida respuesta que tiene como moraleja que hay umbrales que nunca se deberían traspasar. El cambio más sustancial en la historia respecto a su recordada antecesora reside en la identidad del progenitor que “vuelve a la vida” después de ser atropellado por un camión, algo que no termina de funcionar con la misma intensidad que lo narrado en la novela. Sin duda, uno de los elementos que los fanáticos de Cementerio viviente no podrán olvidar jamás era la figura del pequeño Gage transformado en letal asesino y, por mucho que la joven Jeté Laurence se esfuerce, provoca más risa que terror en su versión zombie de Ellie. Tampoco las incursiones de Church, ese gato de la familia que es la primera víctima de la maldición del cementerio, consiguen que olvidemos las mostradas en la anterior versión, mucho más espeluznantes y amenazadoras. Es una verdadera lástima que la película, que trata de mantener un estilo sobrio y elegante durante su primera mitad, termine perdiendo los papeles conforme se adentra en un clímax final desmadrado que, en muchos instantes, cae de lleno en los terrenos de la comedia involuntaria. El giro final, también distinto al que conocíamos, no es del todo una mala idea pero se antoja insuficiente para camuflar los (demasiados) puntos débiles de un remake estéril y carente de alma. No podría considerarse que Cementerio de animales merezca figurar entre las peores adaptaciones de una obra de King a la gran pantalla, pero sí se mantienen en una dolorosa tierra de nadie en la que también estaría, por ejemplo, Carrie (Kimberly Peirce, 2013). Ambos títulos, correctos y disfrutables únicamente si no se conocen las películas anteriores, vienen a constatar que, cuando es imposible mejorar el material original, lo más sensato es abstenerse de acometer nuevos intentos. Ha tenido que llegar este descafeinado remake para que podamos valorar lo buena (que no genial) que fue Cementerio viviente hace treinta años, que, al menos, dentro de su modestia, supo capturar a la perfección la ambigüedad moral y esa negrura característica del universo de su autor | ★★


    José Martín León
    © Revista EAM / Madrid


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