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    Cine Alemán Siglo XXI

    Crítica | The Sisters Brothers

    A Horse With No Name

    Crítica ★★★★ de «The Sisters Brothers», de Jacques Audiard.

    Francia, 2018. Título original: «The Sisters Brothers (Les frères Sisters)». Director: Jacques Audiard. Guion: Jacques Audiard, Thomas Bidegain (Novela: Patrick Dewitt). Duración: 121 minutos. Edición: Juliette Welfling. Fotografía: Benoît Debie. Música: Alexandre Desplat. Diseño de producción: Michel Barthélémy. Diseño de vestuario: Milena Canonero. Productora: Coproducción Francia-Estados Unidos-España-Rumanía; Annapurna Pictures / Why Not Productions / Michael De Luca Productions / Page 114 / Mobra Films Productions / KNM / Top Drawer Entertainment / France 2 Cinema / France 3 Cinéma / UGC Images / Apache Films / Les Films Du Fleuve. Intérpretes: Joaquin Phoenix, John C. Reilly, Jake Gyllenhaal, Riz Ahmed, Rebecca Root, Jóhannes Haukur Jóhannesson, Ian Reddington, Philip Rosch, Rutger Hauer, Carol Kane, Creed Bratton, Duncan Lacroix, Niels Arestrup. Presentación oficial: Venice Film Festival, 2018.

    El western posmoderno se concibe bajo la promesa de la nostalgia, con una cláusula ineludible que garantiza al espectador la suculenta evocación de una época dorada mediante el reflejo romantizado de lo clásico. Ya no es suficiente la presencia del héroe, ahora es necesario que ese héroe se consolide como una analogía del progreso bajo una reformulación de los valores tradicionales, sólo así podríamos validar la necesaria línea divisoria que plantea el argumento entre el bien y el mal. Este razonamiento maniqueo se desvanece, como también lo hacen héroes y villanos, en la nueva película de Jacques Audiard: The Sisters Brothers; y uno de los elementos que mejor nos permitirá entender este giro iconoclasta que Audiard le da al western es el caballo. Eterno compañero inseparable de soldados y forajidos, indios y vaqueros, el caballo representa como nadie el atavismo glorioso de las épicas batallas. Estoico cabalgador incansable, amigo inseparable de tamaña nobleza que, en más de una ocasión, los jinetes han llegado a sacrificar su vida por la de tan fiel camarada, pues por su lealtad y confianza consiguieron escapar de la muerte en tantas otras. No ocurrirá lo mismo con los animales de los hermanos Sisters, y prueba de ello será una poderosa escena fuera de plano en la cual, durante una noche de fiebres y pesadillas, el rocín del mayor de ellos, Eli, sufrirá el ataque de un oso salvaje que lo dejará maltrecho y arrastrando desde entonces una herida abierta y supurante en media cara que lo cegó de un ojo. Mediante este recurso, el director consigue incrementar la sensación de incomodidad y cansancio del peligroso y abrupto viaje, al tiempo que nos presenta una sutil metáfora del caballo como animalización del cazarrecompensas, con la particularidad de que un animal, por norma general, siempre logrará un grado de empatía y ternura mucho mayor que el que pueda alcanzar un humano.

    Como decíamos, al igual que se desmorona la mesiánica visión del caballo, también lo hace la axiomática participación del héroe y del villano, al menos, en su vertiente más tradicional. A primera vista, los protagonistas son dos asesinos a sueldo que trabajan para uno de los mayores canallas del oeste, el comodoro. Su implicación en el régimen totalitario y tiránico de este explotador los convierte sin ninguna duda en dos villanos, sin embargo, antes de lanzar conclusiones precipitadas, repasemos sucintamente las tres líneas narrativas paralelas de las que se compone el metraje. En primer lugar tenemos la historia principal que da título y argumento a la película: la trama de Eli y Charlie Sisters. Dos hombres con un mismo objetivo, aunque movidos por motivos muy diferentes; por un lado descubrimos al joven Charlie, un insensato e impredecible pistolero que ha sabido encontrar la felicidad en la miseria de su existencia. La satisfacción que encuentra en la violencia lo convierte en uno de los hombres de confianza del comodoro, quien no duda en ofrecerle más privilegios e información de los que puede otorgar a Eli, el más responsable de los dos, pero a quien desde el comienzo se le intuyen serias dudas en lo concerniente a un cambio de vida. Eli tendrá que sacar a su hermano menor de innumerables apuros, convirtiéndose así en el héroe de éste y, por lo tanto, en el personaje con más papeletas para acaparar la simpatía del público. Sin embargo, en la constante preocupación de Eli hacia el irresponsable de su hermano, podemos vislumbrar una deuda pendiente, una carga que ha estado torturando al mayor de los Sisters durante mucho tiempo, y que podría explicar que esa desquiciada fachada de Charlie sea el resultado de un trauma pretérito por el que Eli se siente de algún modo responsable. Aquí podríamos entrever el momento heroico de Charlie, un papel que no le tocaba asumir por jerarquía, pero que aceptó pese a todo, salvando quizá la vida de su hermano, quien quedaría desde entonces sujeto a una eterna deuda de gratitud mientras el héroe comenzaría en aquel momento, tras la toma de esa dramática decisión narrada con sucinta destreza, su descenso a una sórdida y vehemente locura.


    «[Los] protagonistas transitan por un continuo devaneo existencial, son conscientes de sus pecados, incluso llegan a mostrar arrepentimiento por ellos, pero continúan incurriendo en la vileza hasta que encuentran un salvoconducto que les permita cambiar de bando en una acción noble, aunque no falta de oportunismo, pues pareciera que en su esfuerzo por alcanzar una vida humilde, están en realidad buscando la redención con carácter retroactivo que los exonere de todo el mal que otrora salió de sus revólveres».


    Paralelamente, John, un astuto detective privado que también trabaja para el infame comodoro, sigue la pista, sin muchas complicaciones, de Hermann, un químico idealista y con delirios de alquimista que parece haber descubierto el medio definitivo para encontrar oro, al conseguir que, vertiendo un corrosivo líquido en el agua del río, el precioso metal comience a resplandecer de tal forma que solo haya que agacharse a recogerlo. Como es de esperar, en un mundo donde el poder se viste de amarillo, el hallazgo de Hermann podría valer una fortuna, sobre todo para un hombre de negocios como el comodoro. No obstante, no es el dinero y la riqueza la finalidad del joven químico, sino la esperanza de iniciar un nuevo mundo regido por valores democráticos en los que no sea necesario luchar por lograr alimento, donde la competencia dé paso a la colaboración y la hermandad. Pese a que para muchos, un razonamiento tan ingenuo podría ser considerado una muestra de debilidad que aprovecharían otros para arrebatar la ansiada fórmula, John termina por rendirse al fantástico universo que se abre frente a él. En el fondo, ha encontrado un alma gemela que, como él, anhela algo de razonamiento entre tanta violencia; un compañero con quien poder mantener una conversación agradable y con quien emprender un negocio visionario, aunque ello suponga traicionar a un hombre tan peligroso como el comodoro. La idea de utilizar el oro como medio de iniciar los pilares de una civilización utópica alejada de la barbarie y la descarnada lucha de poderes, que anularía de forma inmediata a personajes que se ganan la vida con la extorsión y la especulación, hace referencia a los mismos principios sobre los que debatía Tomás Moro allá por el siglo XVI, o Platón XX siglos antes.

    En este sentido, el comodoro podría simbolizar al tirano que encadenó al grupo de hombres que protagonizan la alegoría de la caverna, cuya noción de la realidad está completamente distorsionada por los deseos de un hombre al poder que dicta quien vive y quien muere. Esta tercera historia, pese a que se desarrolla casi por completo fuera de plano, no deja de nutrirse de las acciones, opiniones y consecuencias de todos los protagonistas, que nos permiten obtener un retrato y una perspectiva bastante fiables de este hombre y el imperio que gobierna. El comodoro representa la maldad sin ambages, él sería el único de los personajes que no reconoce deriva idiosincrática alguna y, aunque del lado de la villanía, puede que sea también el único de todos ellos que acepta y defiende su propia identidad, vive siendo un hombre malvado, y morirá orgulloso de lo que fue. Por otro lado, el resto de protagonistas transitan por un continuo devaneo existencial, son conscientes de sus pecados, incluso llegan a mostrar arrepentimiento por ellos, pero continúan incurriendo en la vileza hasta que encuentran un salvoconducto que les permita cambiar de bando en una acción noble, aunque no falta de oportunismo, pues pareciera que en su esfuerzo por alcanzar una vida humilde, están en realidad buscando la redención con carácter retroactivo que los exonere de todo el mal que otrora salió de sus revólveres. La culpa, el fracaso, el miedo, la miseria. Finalmente, y ahora sí con un desenlace que se doblega y somete a los estrictos dogmas de integridad y reciprocidad del clasicismo retributivo, cada cual deberá aceptar su castigo. No podemos asegurar que sea una condena justa, ecuánime o siquiera merecida, pero nadie dijo que el viejo oeste entendiera de justicia | ★★★★


    Alberto Sáez Villarino
    © Revista EAM / Dublín


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