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    Crítica: Carmen y Lola

    A vueltas con la mirada externa

    Crítica ✷✷✷ de Carmen y Lola, de Arantxa Echevarría.

    España, 2018. Dirección: Arantxa Echevarría. Guion: Arantxa Echevarría. Fotografía: Pilar Sánchez Díaz. Música: Nina Aranda. Montaje: Renato Sanjuán. Reparto: Moreno Borja, Carolina Yuste, Rosy Rodríguez, Zaira Morales, Rafaela León. Presentación: Quincena de los Realizadores, Cannes. Duración: 103 minutos.

    Resulta, como poco, paradójico, que en estos tiempos de guerras tuiteras, boicots fratricidas y sociedades de piel fina los mismos que se enzarzan en estas batallas enarbolen rápidamente la bandera de la libertad. ¿Se puede acusar, profundamente ofendido, de apropiación cultural a una directora o a una cantante, o directamente llamar al boicot de una película, porque no representa una supuesta realidad, y unas líneas (o tuits) más abajo abogar con fe ciega por la libertad? La pregunta resulta más pertinente que nunca, principalmente porque el concepto de libertad individual dentro de una sociedad con unas normas y unos códigos propios es uno de los temas que subyace en Carmen y Lola. Como tal, el pájaro, a modo de símbolo, es una imagen recurrente. En la ópera prima de Arantxa Echevarría, que cuenta con una larga trayectoria como guionista, productora y que además ha dirigido varios cortometrajes, estos animales aparecen en distintos momentos: Carmen lleva unos pendientes con dos pájaros la primera vez que conoce a Lola, quien los pinta en las paredes y en sus apuntes del instituto. Además, en la antigua torre de vigilancia que se alza en medio de la plaza del barrio donde vive Lola, bandadas de aves revolotean creando distintas formas. Las caprichosas nubes que dibuja el vuelo libre de las aves contrastan con este símbolo de control y rigidez, no en vano fuera de uso, obsoleto, como un vestigio del pasado. Sirve esta imagen como metáfora del conflicto que viven las protagonistas de la cinta: dos adolescentes de etnia gitana que se enamoran en una comunidad regida por conceptos anacrónicos como las tradiciones, la religión y el fuerte poder patriarcal. Carmen y Lola trata en su esencia el miedo al poder reinante y lo difícil que es salirse del redil en una sociedad donde todo el mundo acepta su papel. Y en este mundo, la mujer siempre está varios peldaños por debajo del hombre en todos los aspectos. Un techo insalvable que se acrecienta por su condición sexual.

    En su superficie, Carmen y Lola puede parecer una película romántica de amor imposible: Carmen está a punto de ser pedida en matrimonio por un joven y toda su familia se prepara para celebrarlo. Lola es una chica «rara» para su entorno: no parece tener mucho interés en encontrar novio pese a sus casi 17 años, pero ella tiene clara su condición sexual, que esconde de su familia. Un día, en el mercado, Lola se fija en Carmen y a partir de ahí se inicia un acercamiento progresivo por parte de ambas que las llevará a enfrentarse con ellas mismas y con el mundo. Sin embargo, en el fondo, y también en su forma, Carmen y Lola se acerca más al cine social. Y lo hace porque la dirección de la directora bilbaína es muy dinámica, captando el ambiente del barrio y del mercado, reposando la cámara en pequeños detalles, como una mano abierta al cielo en medio de una oración o los gritos de un vendedor ambulante en el mercadillo. A Echevarría le interesa la atmósfera. Entre la calma y la viveza de estos ambientes urbanos, Echevarría se detiene constantemente en estos pequeños instantes y evita la representación de delincuencia y hampa que rodea al cliché del mundo gitano. Más bien al contrario: se acerca con respeto, siempre adoptando la mirada de su entorno, mostrando tradiciones y pensamientos que pueden resultar desfasados pero que nunca se muestran forzados o juzgados. Lo consigue, sobre todo, porque alterna la mirada individual con la colectiva. Y así, donde algunos solo consiguen ver una representación que no les acaba de complacer, otros vemos una película luminosa, que no se deja llevar por la vertiente miserabilista para mostrar un mundo gitano que no se presenta en ningún momento como contraposición del payo. Es más, ciertas actitudes y tradiciones no son únicas del mundo gitano, y no hay que recurrir a la ficción para reparar en ello: cualquier sección de sucesos de cualquier diario está plagada de acontecimientos marcados por actitudes homófobas, propias de una sociedad patriarcal e inspiradas por la tradición religiosa. Quien quiera ver en la película un retrato único y distintivo del mundo gitano es que no ha acabado de entender la sociedad y el momento en que nos ha tocado vivir.

    «Es en el plano de la representación social donde el filme despunta, y no solo por los detalles de calidad y mimo que demuestra la directora en su puesta en escena, sino también, y en gran medida, gracias al gran trabajo de naturalidad que hay detrás de los diálogos, que aportan verdad a las situaciones, y a un reparto formado por actores no profesionales donde destacan las dos protagonistas, Zaira Morales y Rosy Rodríguez».


    Por todo ello, resulta curioso que los grandes reproches a la cinta de Echevarría lleguen desde ese frente, algo que, por otro lado, no hace más que demostrar cierto cinismo a la hora de mirarnos al espejo. Especialmente, es en el plano de la representación social donde el filme despunta, y no solo por los detalles de calidad y mimo que demuestra la directora en su puesta en escena, sino también, y en gran medida, gracias al gran trabajo de naturalidad que hay detrás de los diálogos, que aportan verdad a las situaciones, y a un reparto formado por actores no profesionales donde destacan las dos protagonistas, Zaira Morales y Rosy Rodríguez. Es, sin embargo, en el estrato más superficial, en el plano más inmediato, en el que la rutina se apodera de Carmen y Lola. La historia de amor imposible y sus distintos estadios se acaban desarrollando casi de manera automática, sin apenas hueco para la sorpresa y dejándose llevar por el subrayado y la verbalización de muchas ideas que ya están en sus imágenes. Quizás este punto flaco no haga más que reincidir en esa idea que apuntábamos antes: no estamos ante una cinta romántica, sino ante una película de voluntad social y naturalista. Es ese pulso costumbrista que tan bien sabe adoptar el que dota a la cinta de entidad y el que la empuja a no dejarse llevar por el pesimismo para arrojar luz y esperanza, por mucho que esa imagen del mar como escapatoria final ya esté demasiado manida en el imaginario cinematográfico. | ✷✷✷✷✷ |


    Víctor Blanes Picó
    © Revista EAM / Cannes


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