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    Crítica | La revolución silenciosa

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    Crítica ★★★★ de La revolución silenciosa (Das schweigende Klassenzimmer (The Silent Revolution), Lars Kraume, Alemania, 2018).

    Alemania. 2018. Título original: Das schweigende Klassenzimmer. Director: Lars Kraume. Guion: Lars Kraume (Libro: Dietrich Garstka). Productores: Miriam Düssel, Susanne Freyer, Isabel Hund, Thomas Kufus, Kalle Friz. Productoras: Akzente Film- und Fernsehproduktion / Studiocanal Film / Zero One Film / ZDF. Fotografía: Jens Harant. Música: Christoph Kaiser, Julian Maas. Montaje: Barbara Gies. Dirección artística: Tobias Frank. Reparto: Leonard Scheicher, Tom Gramenz, Lena Klenke, Jonas Dassler, Isaiah Michalski, Michael Gwisdek, Florian Lukas, Ronald Zehrfeld, Max Hopp, Judith Engel, Jördis Triebel.

    Con una formación mayoritariamente televisiva a sus espaldas, el realizador alemán Lars Kraume ha conseguido hacerse un nombre dentro de la industria del cine gracias a los notables resultados obtenidos en su recuperación de episodios algo olvidados (y merecedores de no caer en el olvido) de la historia social y política reciente de su país, una vez finalizada la Segunda Guerra Mundial. Ya en su premiadísima El caso Fritz Bauer (2015), el director realizó un acercamiento a la figura de Fritz Bauer, el fiscal general que libró una lucha para detener a los criminales de guerra nazis, con Adolf Eichmann como objetivo más anhelado. Una suerte de activista en favor de la democracia que, además, tuvo que lidiar contra un Código Civil que también penalizaba la homosexualidad, considerada "actividad lasciva", siendo él mismo gay. En su nuevo trabajo, La revolución silenciosa (2018), Kraume nos vuelve a trasladar a la década de los 50 (si su anterior cinta se desarrollaba en 1957, esta lo hace tan solo un año antes, en 1956), para contarnos una historia real, acontecida, en esta ocasión, en la Alemania del este, tan solo cinco años antes de la construcción del muro de Berlín, que podría haber quedado en mera anécdota de no haber sido por las durísimas consecuencias que trajo consigo un, en principio, inofensivo minuto de silencio ejecutado por un grupo de estudiantes de 18 años, durante una de sus clases, en solidaridad con las víctimas de la Revolución Húngara. Para ello, se ha tomado como base la novela autobiográfica de Dietrich Garstka, uno de los alumnos involucrados en la conocida como revolución silenciosa que da título a una película que, independientemente del especial contexto histórico que rodea a su historia, posee un válido mensaje en defensa de la libertad de expresión que se siente atemporal y cercano, sobre todo teniendo en cuenta que aún quedan lugares en el mundo donde un derecho tan fundamental como ese sigue sin poder llevarse a cabo con normalidad, siendo castigado con condenas de prisión e incluso, la pena de muerte, algo que indica que aún queda mucho camino por recorrer y muchas pequeñas batallas que ganar para hacer de este un mundo mejor.

    La historia de La revolución silenciosa, a pesar de su carácter coral, pone su foco de atención, fundamentalmente, en dos de los chicos protagonistas, Theo (Leonard Scheicher) y Kurt (Tom Gramenz), amigos inseparables que utilizan la excusa de la visita a la tumba del abuelo, en el cementerio de guerra, para cruzar la línea a la Alemania del oeste y colarse en una proyección en cine de un filme que, según se rumorea, contiene desnudos femeninos. Una travesura juvenil que, sin buscarlo, cambia sus percepciones de la realidad cuando observan, en el noticiario que antecede a la película, la brutal represión a la que es sometido el pueblo húngaro a manos de las tropas rusas. Conscientes de que las informaciones llegan a la otra punta de Alemania de manera distorsionada y manipulada, los muchachos se solidarizan con la lucha de los revolucionarios y contagian su corriente de simpatía hacia ellos al resto de compañeros de secundaria. Comienzan así las visitas secretas a casa de Edgar (un entrañable Michael Gwisdeck), el anciano tío homosexual de su compañero Paul. Desde allí siguen las noticias provenientes desde Budapest, con los avances de la revuelta, a través de la radio RIAS, quedando impactados cuando se enteran de que, entre los cientos de víctimas de las fuerzas invasoras, se encuentra el capitán del equipo de fútbol nacional húngaro Ferenc Puskás. Es entonces cuando los jóvenes deciden llevar a cabo ese minuto de silencio que marcaría en resto de sus vidas para siempre. Lo que comienza con una simple acción de rebeldía propia del fervor de la edad de sus protagonistas, es entendido como un peligroso acto de protesta política, algo que debe ser rápidamente extinguido y castigado. El filme nos muestra la investigación llevada a cabo por la consejera escolar del condado y los profesores, utilizando retorcidas tácticas más propias de la Gestapo, para arrancar de boca de los estudiantes los nombres de los artífices de la idea del minuto silencioso, así como el dilema al que los muchachos se enfrentan cuando, presionados por las amenazas de expulsión de los docentes y los consejos de unos padres preocupados por sus futuros, tienen que elegir entre mantenerse fieles a sus convicciones políticas y no dar un paso atrás, o camuflar el movimiento como un homenaje hacia el futbolista muerto, por devoción deportiva.

    Cine europeo de calidad, pulcramente realizado, interesante, comprometido y muy emocionante, sobre todo en su tramo final, que tenía todas las papeletas para incurrir en la manipulación emocional pero que, por fortuna, sabe qué resortes tocar en su narración para no traspasar la débil frontera que separa la sensibilidad de lo sentimentaloide. 


    Estamos ante un drama histórico maravillosamente ambientado, interpretado con extrema solvencia por todo el reparto y, muy especialmente, por los actores más jóvenes. El guion del propio Kraume acierta a la hora de enfrentar el conflicto desde los diferentes puntos de vista de los personajes involucrados. Por un lado, el más evidente, el de los chicos protagonistas, empujados por el entusiasmo, la lealtad de sus vínculos de amistad y amor (ni el problemático triángulo amoroso conformado por Kurt, Theo y Lena, la joven a la que ambos quieren, es capaz de destruir su relación) y la solidaridad, manteniéndose unidos para jugarse su futuro académico y, tal vez, la libertad, por defender una causa que consideran justa. Por otro, el de los profesores, despiadados ejemplos de la represión ideológica que las instituciones educativas socialistas imponían sobre sus juventudes. Y, finalmente, los de unas familias movidas por sus propios fantasmas del pasado a la hora de influir sobre los chicos y hacer que estos expíen los pecados de unos padres que se movieron en diferentes bandos de la contienda, empleando la traición para sobrevivir. La revolución silenciosa nos regala así un maravilloso mensaje de esperanza, a través de la promesa de que las generaciones venideras no volverán a incurrir en los errores pasados. Es un drama juvenil, con ambiente académico de fondo, muy en la línea de la inspiradora El club de los poetas muertos (Peter Weir, 1989), ya que también propaga la importancia de luchar por los ideales, sea cual sea el precio. Kraume ha entregado una obra mucho más preocupada por lo que cuenta (el calado del mensaje que subyace detrás es lo que prevalece) que por cómo lo cuenta. Lo que habitualmente solemos llamar una “película necesaria”, que sirve para mantener la memoria política fresca, a la vez que transmite valores morales que no son habituales de encontrar en el cine actual. Cine europeo de calidad, pulcramente realizado, interesante, comprometido y muy emocionante, sobre todo en su tramo final, que tenía todas las papeletas para incurrir en la manipulación emocional pero que, por fortuna, sabe qué resortes tocar en su narración para no traspasar la débil frontera que separa la sensibilidad de lo sentimentaloide. | ★★★★ |


    José Martín León
    © Revista EAM / Madrid


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