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    Crítica | Anarchy: La noche de las bestias

    Anarchy: La noche de las bestias

    El violento encanto de la burguesía

    crítica de Anarchy: La noche de las bestias | The Purge: Anarchy, dirigida por James DeMonaco, 2014

    Si asumimos que cualquier película con un éxito medianamente aceptable en taquilla pasará a formar parte de la lista de reciclaje fílmico —ya sea como remake, spin-off, secuela o precuela—, la realización de la segunda parte del controvertido thriller apocalíptico de James DeMonaco, The Purge: La noche de las bestias, 2013 (que obtuvo un beneficio cinco veces mayor a sus gastos de producción sólo el día del estreno), era una simple cuestión de tiempo. Muchos han sido los casos en los que esas versiones posteriores no sólo no han aportado nada nuevo, sino que además han desmitificado por completo la atractiva percepción que pudiera conservarse del original. Sin embargo, no muy frecuentemente, el director aprovecha esa segunda oportunidad ofrecida por el público para mejorar su obra e intentar rectificar sus errores. Este es precisamente el caso de Anarchy: La noche de las bestias (The Purge: Anarchy) que, valiéndose de las críticas recibidas por parte de la prensa especializada, mejora su primer intento y ofrece una secuela igual de atrayente pero con mayor consistencia y energía. La idea original, escrita por el propio DeMonaco, se basa en un futuro distópico en el que las vidas humanas dejan de tener valor en un lugar y un momento específico, siguiendo con las tan de moda escaramuzas macabras propuestas por Battle Royale (Batoru Rowaiaru, 2000) o la saga de Los juegos del hambre. Uno de los principales problemas que condenaron a la primera noche de las bestias fue su rápida extenuación. La potencia inicial y la gran tensión acumulada en esa espeluznante apertura, en la que una cuenta atrás marcaba el inicio de la violencia, se veía rápidamente apagada por el lento transcurrir de la trama en el interior de una casa invadida por unos depravados. Un recurso demasiado sencillo en comparación a lo que se esperaba y que, además, ya había sido brillantemente ejecutado —por partida doble— por Michael Haneke en Funny Games (1997 y 2007). Contrariedad que se ha solventado astutamente gracias a la nueva localización de la acción en el impredecible y agorafóbico espacio exterior.

    Y, francamente, el filme parece más un segundo intento de realizar con más acierto el mismo producto que una secuela propiamente dicha. El director nos traslada a una especie de utopía futurista en la que el índice de criminalidad es tan bajo que la densidad de población ha aumentado exponencialmente desde que entró en vigor la ley de La purga. El gobierno atribuye el éxito obtenido en el mínimo porcentaje de delitos a la ejecución de un método catártico, aunque algo diferente al descrito por Aristóteles, basado en que para conseguir un comportamiento cívico y respetuoso por parte de la población es necesario liberar la ira acumulada, inherente a nuestra naturaleza, una noche al año. Una noche de abreacción vehemente y feroz que haría escandalizarse a Sigmund Freud o al mismo John B. Watson, apartado de la psiquiatría por su implacable aplicación del conductismo en humanos. Sin embargo todo resulta una tapadera estratégica de los malvados líderes del estado para reducir exponencialmente la población “conflictiva” sin aparecer como los culpables. Mientras las personas adineradas descansan en el confort de sus casas acorazadas, los delincuentes comunes se matan unos a otros en las calles —por supuesto contando con un pequeño porcentaje de muertes colaterales de inocentes—. Se retoma uno de los principios de guerra sucia más arcaicos que se recuerda. La conocida como Krypteia, utilizada por los jóvenes espartanos para demostrar su superioridad frente a los ilotas, a los que usaban para aprender a ser despiadados y perder el miedo a la muerte, en definitiva, para aprender a ser espartanos —¡AUUUHH!—. Una vez al año, la “cúpula jurídica” de este pueblo griego les declaraba la guerra con el fin de poder masacrarlos sin compasión y no incurrir en delito, ya que la ley marcial les eximía de toda culpa. Concepto que retoma esta película al mostrar la desigualdad e injusticia social estratificada de aquellos que pagan por una “cacería” sangrienta sin riesgos y que sacie sus necesidades homicidas.

    Anarchy: La noche de las bestias

    La trama muestra tres historias diferentes que se unirán en medio de ese caótico entorno nocturno. Por un lado un sargento de policía que, buscando vengar el asesinato de su hijo, se convertirá en justiciero y salvador de dos mujeres en apuros, una madre y su hija que estaban siendo secuestradas para ser víctimas de esa purga aristocrática hasta que el agente vengador las salva de las garras de un despiadado camionero y su ejército que se pasea por la ciudad como El diablo sobre ruedas (Duel, 1971). Por otro una pareja, en plena crisis sentimental (nada mejor que una experiencia traumática para limar asperezas), que se ve atrapada en el exterior de la ciudad fantasma instantes antes del comienzo de la violencia, a consecuencia de una avería en el coche —que parece haber sido deliberadamente ocasionada por una banda de espeluznantes asaltantes—, por lo que se unirá al grupo de supervivencia. DeMonaco no desiste en reiterar su animadversión hacia la crueldad, frialdad y desapego emocional con los que representa a la clase adinerada. Ese discreto, casi imperceptible, encanto de la burguesía sale muy mal parado en el envilecido retrato que el realizador tenía preparado. Un retrato, grotescamente caricaturesco, que resulta francamente aterrador gracias a la fotografía de Jacques Jouffret, que también mejora su perspectiva con respecto a la purga inicial mostrando el apocalipsis de los jinetes enmascarados en un terroríficamente cercano año 2023. Como en toda visión futurista, se juega con unas predicciones especulativas que, en este caso, permiten entrever una tendencia al primitivismo y a la búsqueda de una sociedad, en palabras de Pierre-Joseph Proudhon (padre del mutualismo) “sin amo ni soberano”. Se presenta sólo una noche al año, pero se deja intuir la posibilidad de un posible incremento en la frecuencia de la “terapia” que dé como resultado un estado anárquico y desorganizado sin intención de seguir ningún código de conducta, ni tan siquiera las bases expuestas por William Godwin en su Justicia política, 1793.

    Mucha pirotecnia para una película que mantiene muy bien la tensión en todo momento, con grandes escenas de persecuciones y algún guiño a los clásicos del cine de terror —por un momento me pareció ver una imagen (o epifanía) de la famosa creación de Stephen King e icono de las “horror movies”, Carrie. Todo es posible en la noche de las bestias, así que, o bien estás con ellos, o te escondes de ellos. | ★★★ |

    Alberto Sáez Villarino
    Dublín (Irlanda)

    Estados Unidos. 2014. Título original: The Purge: Anarchy (The Purge 2). Director: James DeMonaco. Guion: James DeMonaco. Duración: 103 minutos. Productora: Blumhouse Productions / Platinum Dunes / Universal Pictures / Why Not Productions. Fotografía: Jacques Jouffret. Música: Nathan Whitehead. Montaje: Vince Filippone y Todd E. Miller. Intérpretes: Frank Grillo, Michael K. Williams, Zach Gilford, Carmen Ejogo, Kiele Sanchez, Carmen Ejogo, Zoe Borde, Chad Morgan, Justina Machado, John Beasley, Jack Conley, Noel Gugliemi, Castulo Guerra, Michael K. Williams, Edwin Hodge, Keith Stanfield, Roberta Valderrama, Niko Nicotera, Bel Hernandez, Lily Knight. Presupuesto: 9.000.000 $.

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