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    Crítica | A Field in England

    A Field in England

    RESACA ENTRE BAYONETAS

    crítica de A Field in England | Ben Wheatley, 2013

    Casi todo gran director ha comenzado desde abajo, ofreciendo alguna historia mágica que, sin un gran presupuesto, ha llegado a ganarse un lugar en el corazón de la audiencia. De Ben Wheatley puede decirse lo mismo: su breve pero laureada filmografía le sirve como un respaldo para hacer lo que quiere, básicamente porque el público (o al menos una gran parte) lo ha aceptado pese a sus exageraciones y sus defectos. De ahí, que A field in England sea su producción más ambiciosa, y aun así, no deja de ser una económica representación en un campo inglés. La economía del Dogma 95, pensará alguno, ¿Por qué no? Pero no sólo se trata de ambición en términos materiales (que tampoco es tal, aunque en comparación con otros trabajos de su autoría, añade explosiones genuinas propias de cualquier mediana producción bélica que merecen resaltarse), sino también estilísticos. Wheatley, que no es talentoso en ningún género (y mucho menos en el de la comedia negra, aunque tantos lo encasillen ahí erróneamente, sin contar que para éste es necesaria mucha inteligencia y, por lo general, una sutileza que jamás ha demostrado), pretende en este caso particular ensamblarlos de una manera injustificada. De algún modo, lo que se presenta como armónico, deviene catastrófico. El argumento, en sí, es el de cualquier película de aventuras entre camaradas que están en continuo choque (como cualquier cuento de piratas que buscan un tesoro), pero que necesitan de su unión para atravesar algunos obstáculos, vencer el mal, las tormentas, o lo que sea. De hecho, probablemente sea más parecida a Resacón en Las Vegas que a cualquier otra película que se haya rodado sobre la Guerra Civil británica. El problema surge de las comparaciones que puedan hacerse entre A field in England y cualquier otra producción, pues la británica es notoriamente inferior. Razones sobran. La más importante, es que la dirige Ben Wheatley.

    Los antecedentes del director no hablan demasiado bien de su cine. Pero en este caso particular, su falta total de gracia, por ejemplo, es evidente: sus ansias por forzar momentos divertidos en contextos que no lo requieren se convierten en intentos fallidos que, consiguientemente, resultan perjudiciales para el desarrollo del filme. La explotación de sus recursos cinematográficos (porque abuso es una palabra demasiado suave para describir la manipulación de estos) alcanza a irritar: la cámara lenta, o acelerada de un modo vertiginoso, las escenas congeladas, las imágenes bifurcadas y simétricas (a la manera del Test de Rorschach, que son pura psicodelia en blanco y negro), se repiten hasta el cansancio, y se ubican a la altura del tedio y la decepción que puede generar el resto de la historia, incluso desde antes de los créditos iniciales. Nuevamente, la transición de un género a otro es demasiado visible, cuando debería presentarse de un modo amalgamado, homogéneo. Como en el teatro, los géneros arriban de la misma manera en que los personajes ingresan al escenario. Uno puede detectar los giros que toma la historia, categorizarlos como episodios distintos que confluyen en una historia que no existe. Entre estos géneros, están el cine de aventuras, el fantástico, el drama, el suspenso, la comedia, la acción, el cine bélico: una combinación estrafalaria y desconcertante. En síntesis, errores graves que atraviesan la filmografía de un director que promete (porque su originalidad es incuestionable) pero que es malo per se.

    A Field in England

    A field in England sigue los caminos de muchas películas, estilos e historias. Si uno toma El rey de California (esa intrigante obra con Michael Douglas y Evan Rachel Wood), le quita las cascadas de humor, la sitúa en un campo casi despojado de vegetación, y le añade vulgaridad, exceso, estupidez, un poco de historia de la nación y una fotografía en blanco y negro, el resultado será casi idéntico a la película de Wheatley. Ofensiva y frustrante hasta la médula, obliga al inconsciente colectivo digerir el lado más burdo del humor inglés. Personalmente, ignoro los móviles que han llevado al británico a montar esta insoportable farsa de extensa hora y media, o mejor dicho, cuáles son los motivos que lo han llevado a dedicarse a un séptimo arte que no domina en lo absoluto. Su ambición convierte A field in England en una producción todo terreno, tan empeñada a ser exitosa, enriquecedora, inolvidable, económica y ganadora, que olvida la importancia del alma de los personajes, la autenticidad de los diálogos, la cuestión del ritmo. Sus logros se reducen, además del costado técnico (que en última instancia, es lo menos relevante), a su aguda visión del absurdo de la guerra y cómo los bandos pueden invertirse de un momento a otro (como puede notarse en el plano final). Pero claro está, no es suficiente. Se necesita solidez para encarar un trabajo que pide compromiso a gritos, e intelecto para enamorar a un público que pide buen cine: organizado, consciente y satisfactorio, tres calificativos que Ben Wheatley debería buscar en algún escondite. Tal vez estén enterrados en algún campo inglés, quién sabe. ★★★★

    Rodrigo Moral.
    crítico de cine.

    Reino Unido, 2013, A Field in England. Director: Ben Wheatley. Guión: Amy Jump, Ben Wheatley. Productora: Film4 / Rook Films. Presentación oficial: Karlovy Vary 2013 (Premio Especial del Jurado). Música: James Williams. Fotografía: Laurie Rose. Intérpretes: Julian Barratt, Michael Smiley, Reece Shearsmith, Ryan Pope, Richard Glover, Peter Ferdinando.

    A Field in England poster
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