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    Cine Alemán Siglo XXI

    EL HOBBIT: UN VIAJE INESPERADO | CRÍTICA

    Crítica de 'El hobbit: un viaje inesperado' - The Hobbit review
    TODO POR LA PASTA
    El hobbit: un viaje inesperado (The Hobbit: An Unexpected Journey, Peter Jackson, 2012)

    La sala está a rebosar. Decenas de espectadores se agolpan en sendas butacas para ver El hobbit: un viaje inesperado (2012), un título sospechosamente irónico: a fin de cuentas, se trata de uno de los estrenos más esperados de la temporada. Tras diez años en suspenso, el barbudo Peter Jackson retoma el imaginario de Tolkien con la adaptación del precedente de El señor de los anillos, obra que marcó –y sigue marcando– al lector de amplio espectro, necesitado de aventuras y épica sin concesiones. La sala, como decía, es un hervidero de gente desconfiada y entregada a partes iguales. El show promete a pesar de las terribles reseñas que llegan del otro lado del Océano. El monstruo mercadotécnico se ha convertido en una religión justificada, amparando su gancho comercial en los progresos tecnológicos (la astracanada de rodar a 48 fotogramas por segundo, en lugar de los 24 clásicos), por aquello de nuestro confort, de la salud del ojo (“sufre menos”), del prodigio visual, de la búsqueda de esa anhelada tercera dimensión que suele ser tal cuando no miramos a través de la pantalla grande. El director neozelandés persigue la estela de realizadores coetáneos y maximalistas como James Cameron, tal vez el mayor hacedor de pirotecnia inútil que ha dado el mundo del cine. Son tipos que, a falta de buenas historias, buscan coartadas en el espectáculo de corto recorrido: más calculado, pero menos perdurable.

    Martin Freeman es 'El hobbit'
    Martin Freeman es Bilbo Bolsón en 'El hobbit', de Peter Jackson
    El retorno del rey fue un éxito importante; cosechó once Oscars y un gran bote en taquilla. Era un peliculón a todas luces. Pero han pasado nueve años y el director de Agárrame esos fantasmas se ha convertido en un multimillonario que busca la innovación en detrimento de la historia, lo cual se advierte notablemente en la primera entrega de El Hobbit, cuyo argumento nos sitúa en la Tierra Media seis décadas antes de la partida de Frodo y la famosa Comunidad, para contemplar el primer acto de una epopeya que llevará a su tío, Bilbo, y a trece valerosos Enanos a reclamar su reino a los pies de la Montaña Solitaria, donde aguarda un sanguinario dragón llamado Smaug. Una bestia que duerme sumergida en montañas de oro, presagiando la inminente llegada de las sombras y las hachas amenazantes. La novela de Tolkien servía en bandeja un filme repleto de emoción, aventuras, épica, paisajes oníricos, magia, fuego, batallas en desfiladeros o movimientos imposibles al borde de cualquier precipicio. Pero Jackson confirmó hace varias semanas que ese cuento se dividiría en tres episodios necesarios para cerrar sólidamente el círculo. Y bastan cuarenta y cinco minutos de Un viaje inesperado para constatar que sobra metraje, minutos de calzador: suerte, eso sí, que los enfrentamientos entre el séquito de Gandalf y los trasgos, orcos y trolls que surgen en aquella geografía son numerosos y se suceden con frecuencia.

    Hugo Weaving, El hobbit
    Hugo Weaving vuelve a la Tierra Media como Elrond de Rivendel
    La imagen evoca una superproducción New age, gracias a esos amaneceres y crepúsculos teñidos de púrpuras que irradian falsedad: han pasado diez años, pero el hito visual de El retorno del rey se mantiene insuperable. Aquí, todo queda reducido a su mínima expresión. Peter Jackson se autohomenajea y vuelve a demostrar que tiene la patente del gran plano general aéreo. Son tantos y tan rutinarios que el espectador acaba por adivinar cuándo insertarán el siguiente. Ni siquiera encuentro consuelo en la relación de hermandad que surge entre ese grupo de intrépidos que no expresan nada durante su periplo, mientras atraviesan campos y rebanan unas cuantas cabezas y duermen y se despiertan para seguir caminando y escuchar el exquisito acento de Martin Freeman y soportar la retranca de un mago fumador de hierba. Así durante casi tres horas. Sería lícito pensar que estoy hablando de la pasada trilogía. Las diferencias, en cambio, son claras. Mientras esta película se ocupa de agradar –guiños y música mediante– al espectador, aquella otra se preocupaba de hacer lo único exigible: trazar y resolver con sentido estético, que no preciosista. Por supuesto, hay tiempo para observar la pose y escuchar la telúrica voz de Saruman (Christopher Lee), cuyo rejuvenecimiento destaca ostensiblemente en su rostro, pasado por un lifting extremo o una máscara de desenfoque de Photoshop. Mérito exclusivo de esa cadencia de rodaje que desemboca en el inútil uso de las tres dimensiones. Aunque los exhibidores han decidido proyectarla a 24 fotogramas por segundo en vez de a 48, la velocidad real. Por ello, sólo queda un consuelo: Gollum. Protagonista indiscutible de la mejor secuencia –el robo de su tesoro y el juego de los acertijos–. Los avances del motion capture elevan la actuación de Andy Serkis a cimas estratosféricas. Exprime sus tortuosos gestos, dotando a ese cadavérico de una humanidad realmente conmovedora. Sméagol es más desgraciado y esquizoide que nunca.

    El viaje (permítanme la perogrullada) será largo. Muy largo. Tan largo que habrá algunas escenas de relleno, decorados y sonidos evocadores, situaciones tediosas y hallazgos plausibles. Jackson recurrirá por enésima vez a esa especie de nevera que guarda la fórmula del blockbuster. Y posiblemente nos convenza de algo que ya sabíamos: es un director superdotado. En cambio, no tendrá que convencernos de la razón primera que conduce este irónico título: la pasta.

    Juan José Ontiveros.
    Crítico de cine

    Estados Unidos, Nueva Zelanda, 2012. Título original: The Hobbit: An Unexpected Journey. Director: Peter Jackson. Guión: Philippa Boyens, Peter Jackson, Fran Walsh, Guillermo del Toro (Novela: J.R.R. Tolkien). Música: Howard Shore. Fotografía: Andrew Lesnie. Reparto: Martin Freeman, Ian McKellen, Richard Armitage, James Nesbitt, Aidan Turner, Graham McTavish, Jed Brophy, Stephen Hunter, Ken Stott, John Callen, Adam Brown, Dean O'Gorman, William Kircher, Peter Hambleton, Mark Hadlow, Hugo Weaving, Andy Serkis, Cate Blanchett, Christopher Lee, Mikael Persbrandt, Sylvester McCoy, Billy Connelly, Elijah Wood, Ian Holm, Orlando Bloom, Evangeline Lilly, Benedict Cumberbatch, Luke Evans, Stephen Fry, Lee Pace, Barry Humphries, Bret McKenzie, Conan Stevens. Productora: Co–producción USA–Nueva Zelanda; Warner Bros. Pictures / MGM / New Line Cinema / WingNut Films.


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