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    Cine Alemán Siglo XXI

    Crítica | Al oeste, en Zapata

    || Críticas | FICX 2025 | ★★☆☆☆
    Al oeste, en Zapata
    David Bim
    Vivir no siempre es bello


    Miguel Martín Maestro
    Valladolid |

    ficha técnica:
    Cuba, España, 2025. Título original: «Al oeste, en Zapata». Dirección y guion: David Bim. Compañías: Ventú Productions. Festival de presentación: Visions du Réel; 63º Festival Internacional de Cine de Gijón. Distribución en España: [Información no disponible]. Fotografía: David Bim. Reparto: Orlando García (Landi), Mercedes Morejón, Deinis García. Duración: 74 minutos.

    Cuando se opta por una solución estética para retratar la realidad hay que tener en cuenta la fácil crítica que puede surgir tras su visión. ¿Es tan bella como se nos enseña o es una interferencia del director al querer mostrárnosla idealizada? En las imágenes de la multipremiada Al oeste, en Zapata la duda del comentarista no se resuelve en ningún momento. ¿Es un don del director conseguir embellecer lo que filma de manera innata o se busca ocultar bajo el manto de la naturaleza lo no que deja de ser un sufrimiento incesante? Esta dialéctica que puede surgir en la mente del espectador entre naturalismo e intervencionismo se percibe ausente en la propuesta del director. No hay alternativas, el relato lineal carece de aristas, de altibajos, el camino estéticamente irreprochable ¿adónde conduce? El camino entre el manglar y el pueblo es un camino sin escapatoria. Hay un eco a la mitología griega en la sucesión de imágenes. El eco de Sísifo, o el de Prometeo, rebotan en las imágenes de Bim, obligados a empujar una piedra cuesta arriba durante toda la vida hasta que la piedra, sea caimán o sea un niño discapacitado, vuelven a rodar hacia abajo, en forma de mordisco o en forma de agotamiento. Para los protagonistas involuntarios de Bim no sólo el presente, sino el futuro, tienen más de castigo divino que de arcádica vida en la naturaleza. El espectador, desde su cómoda butaca o sillón pensará durante unos minutos en lo miserable de muchas vidas, pero cuando acabe la función retomará sin cuestionamientos su vida diaria olvidando lo visto.

    Puede que las perspectivas del director no busquen cambiar nada ni que nadie actúe (cosa harto imposible en un país como Cuba donde la situación general de la población es de mera subsistencia) y se limite simplemente a enseñar tres vidas. Entonces surge la duda, ¿qué se quiere? ¿Sólo enseñar? No hay antítesis en las imágenes, no hay rebelión ni espíritu de cambio. Muestra, enseña, pero ni siquiera se advierte una voluntad de protesta; más que resistencia lo que hay es resignación. No hay dialéctica que surja de la visión sino una complacencia por lo bien filmado. Salvando las distancias, los presupuestos, los objetivos y las grandilocuencias, Al oeste en Zapata entroncaría con la ya olvidada (afortunadamente) Roma de Cuarón; ambas invitan a disfrutar de la belleza desde la miseria y se corre el riesgo de ensalzar aquello que se pretende denunciar acercándonos al cine de la pornomiseria que denunciaba el grupo de Cali. La película se estructura en tres partes bien definidas, dispersión, concentración y dispersión; así hasta el fin de los días como destino de sus protagonistas. Es evidente que el director echa el resto al crear imágenes en el entorno natural. La primera parte de la película sigue a Landi, un cazador de caimanes que vive durante semanas aislado entre la jungla y el manglar, con una rudimentaria tienda de campaña y cuatro herramientas, mientras agota su cuerpo intentando cazar a lazo caimanes de los que aprovecha su piel. El segundo segmento, que se desarrolla en paralelo hay que entender, filma a Mercedes, la esposa de Landi, quien en solitario se encarga de cuidar al hijo discapacitado de la pareja esperando el regreso del cazador. Tarea tan ardua como la del hombre, e igualmente poco agradecida. Dos supervivientes en lucha continua, pero ¿hasta cuándo?, sus cuerpos envejecidos frente a la edad del hijo demuestran que la vida está haciendo más mella en ellos que los años que deben tener.

    La síntesis del director es el reencuentro, la vuelta a casa del cazador durante unos días, descanso, juegos con el hijo, alguna salida a la playa. Ningún lujo porque no hay nada que gastar y sí mucho que necesitar en lo material. Si el reencuentro puntual puede ser el significado que tiene la vida en este matrimonio para seguir resistiendo, al espectador no le queda otra salida que pensar cuándo esa mujer se quebrará bajo el peso del hijo al que ya no pueda mover ni asear, o cuándo ese caimán que con tanto esfuerzo se inmoviliza y se sube a la canoa no arrastrará al fondo al cazador y lo ahogará o le arrancará un brazo o una pierna como ya le dejó sin dientes en su juventud al confiarse, algo que se cuenta como una anécdota divertida pero que para quien la escucha suena a una crueldad intolerable fruto de la desigualdad extrema en este planeta. Al final llega la nueva separación, el fin del ciclo periódico y la repetición de volver a subir la piedra por la ladera mientras el cuerpo aguante. El director no ha interferido en el ciclo vital de esta pareja (al menos no groseramente) pero la película transmite la misma sensación que la escena final, él se marcha, ella se queda y nada cambia. Lo llaman cine observacional, pero entre Nanook y Los hombres de Arán y Al oeste, en Zapata hay una sima muy profunda, no falla el qué se ve sino el para qué se filma bellamente lo que no deja de ser una tragedia cotidiana. ♦


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