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    Crítica | Tres mil años esperándote

    || Críticas | Cannes 2022 | ★★★☆☆
    Tres mil años esperándote
    George Miller
    El sueño de Alithea


    Víctor Esquirol Molinas
    75ª Festival de Cannes |

    ficha técnica:
    Australia, Estados Unidos, 2022. Título original: «Three Thousand Years of Longing». Dirección: George Miller. Guion: George Miller, Augusta Gore, basado en la novela «The Djinn in the Nightingale's Eye» de A.S. Byatt. Compañías: Kennedy Miller Mitchell, Kennedy Miller Productions, Filmnation Entertainment, Metro-Goldwyn-Mayer, Elevate Production Finance, CAA Media Finance. Música: Junkie XL. Fotografía: John Seale. Montaje: Margaret Sixel. Reparto: Idris Elba, Tilda Swinton, David Collins, Alyla Browne, Hayley Gia Hughes, Angie Tricker, Sarah Houbolt, Kaan Guldur, Jason Jago, Aska Karem, Aiden Mckenzie, Berk Ozturk, Jack Braddy, Randolph Fields, Anna Adams, John Puckeridge-Webb, James Dobbins Jones, Hugo Vella, Callum Moran, Tendai Dzwairo, Tahlia Crinis, David Paulsen, Nicolas Mouawad, Shakriya Tarinyawat. Presentación oficial: Selección oficial Festival de Cannes. Duración: 108 minutos.


    anexo| Cobertura del Festival de Cannes

    Siete años después de incendiar la Croisette con la presentación de Mad Max: Furia en la carretera, (y seis después de hacer lo mismo, pero desde la posición de presidente del jurado, en la configuración de uno de los palmareses más desconcertantes jamás vistos en Cannes), George Miller vuelve a la escena del crimen. Con la siguiente entrega de los y las «salvajes de autopista» en la agenda, el inquieto cineasta australiano parece tomarse antes una parada en el camino, solo que su nueva película (como lo han sido prácticamente todas las que han ido marcando la personalidad de su filmografía) es una invitación a viajar, o sea, a explorar regiones lejanas, y tiempos pretéritos… pero sobre todo situaciones que pongan a prueba la compostura con la que nos han enseñado a relacionarnos con el mundo. Aunque, con todo esto, el cineasta australiano debe sentirse como en casa. Ya desde el propio título, Tres mil años esperándote, se le ofrecen las medidas imposibles para delimitar su hábitat natural: ahí donde la hipérbole choca frontal y aparatosamente contra la literalidad. La belleza en el cine de George Miller, ya se sabe, acostumbra a estar asociada con el siniestro total; con esas mil y una vueltas de campana que no se sabe dónde van a hacer aterrizar al bólido accidentado, y aún más importante, que ponen en serio riesgo la integridad de su piloto. Pero de nuevo, ahí está buena parte de la gracia: en reencontrarse con el placer, ahora olvidado, de que el cine-espectáculo pueda haberse concebido y conducido sin ningún miedo a perder el control.

    «¿Qué pensaran de mí?; ¿Debería abrir esta puerta? ¿Cómo quedará mi reputación después de esto?» Son, en mi opinión, preguntas que jamás deberían pasar por la cabeza de un artista a la hora de relacionarse con sus creaciones… y que desde luego no se perciben en las de George Miller. Su nuevo trabajo no tarda en situarse en esa zona tan temida (y consecuentemente, evitada) por la mayoría de producciones de este calibre. Dentro de un avión va una mujer que ha desplegado la mesilla del asiento de delante para leer compulsivamente un libro. El ritual en el que está inmersa se ejecuta mediante una serie de gestos que conjugan la danza de ballet con el tic nervioso. Queda claro que esto, más que ser su modo de vida (pues se trata de una doctora en literatura), es su sustento nutricional; algo que necesita como el beber y el comer. Y por supuesto, de tanto abusar de dicho hábito, a ella a lo mejor se le habrá secado el cerebro. El avión aterriza en Estambul, y allí Alithea, que así se llama la lectora, ve presencias extrañas. Hombres cuyo tono de piel y cuyas vestimentas parecen surgidas de otro planeta. El efecto en la mujer es de puro desconcierto, pero la vida sigue, y los compromisos de su agenda exigen ser cumplidos. Sin tiempo para digerir estas extrañas apariciones, se dispone a capitanear una conferencia sobre divinidades y pensamiento mitológico. Hasta que llega a la conclusión: «Los superhéroes de ahora son las divinidades de antaño», y entonces, alguien del público estalla: «¡Basura! ¡Esto es una basura!»

    Lo dice uno de esos seres provenientes de otra dimensión, quien, llevado por la indignación, se abalanza sobre la conferenciante, tan abrumada por los incomprensibles eventos de su viaje a Turquía, que pierde el conocimiento. Fundido a negro. A todo esto, no debemos llevar ni diez minutos de metraje. Sin mesura en el tempo, sin consideraciones por el tiempo de aclimatación que se le presupone a la audiencia: George Miller sigue avanzando a la velocidad demencial con la que se movía su anterior película, un trabajo que se enorgullecía, por ejemplo, de su escaso uso, en el plano visual, de los efectos digitales, esa desgastadísima piedra filosofal en el Hollywood moderno. En las antípodas de aquel fastuoso prodigio del cine de acción, Tres mil años esperándote se libra con descarada alegría a la pirotecnia visual, hasta ese punto de saturación de la imagen en que el barroquismo puede muy fácilmente degenerar en kitsch. Pero George Miller, consciente de los males del «cine de mentira», del que las últimas live action de la factoría Disney son sus máximas exponentes (véase el Aladdin de Guy Ritchie, o El rey león de Jon Favreau), se sitúa claramente en el bando de cineastas como las hermanas Wachowski, o Tarsem, o Alex Proyas: artistas de verdad, cuyo estatus se refrenda tanto por los aciertos como por los tropiezos que surgen del riesgo en su toma de decisiones.

    De hecho, Tres mil años esperándote puede ser leída en clave metafílmica. La narración de la película se erige como una especie de monumento aglutinador de historias; como un canal comunicador de todas estas… como lo ha sido siempre el séptimo arte, vaya. Tenemos a una mujer que va al Gran Bazar de Estambul, y que ahí encuentra una botella que, al ser frotada, libera un Djin. Un genio que ofrece tres deseos que se van a conceder por arte de magia. Como al propio medio se le prometió, con la revolución digital, que a partir de aquel momento podría realizar todos sus sueños, sin importar lo irrealizables que estos parecieran. Pero estas promesas, ni falta hace decirlo, vienen con letra pequeña; con contraprestaciones que, a la larga (en este punto de MCU Vs DCEU estamos), son devastadoras. Por suerte, George Miller, no se deja tentar. Aunque las apariencias sugieran lo contrario, en su nueva película prima más el diálogo que los efectos especiales, innegable síntoma de la inteligencia de quien antes de usar un nuevo poder, necesita entenderlo. Del mismo modo, Alithea siente que antes de formular cualquier deseo, tiene que saber de dónde surgen estas misteriosas energías. Y así, conocemos a la Reina de Saba, y al Rey Salomón, y nos bañamos en la sangre de las sucesiones dinásticas del Imperio Otomano… Todo esto orquestado con el afinado sentido visual de quien comienza a trabajar sus películas con el storyboard, antes que con el guion (como el visionario que empieza la casa por el tejado); alguien tan a gusto con su propio talento que no teme adentrarse en la extravagancia y voluptuosidad de los terrenos de lo no-normativo.

    Tres mil años esperándote luce así como una bendita excepción dentro de un momento en el que Hollywood intenta desesperadamente no incomodar a la audiencia. George Miller vuela con las herramientas con las que muchos otros se han quemado, sirviéndose de la parafernalia digital (ese regalo envenenado) para dibujar lo imposible a través de una desarmante mezcla entre lo absurdo, lo ridículo y también lo sublime. Es la saturación armonizada marca de la casa; una locura perfectamente controlada, que a la postre nos lleva a una revelación emocionante: la inmortalidad se alcanza a través de las historias que legamos, pero estas carecen de valor, si no hay ninguna voz (humana, se entiende) que las pueda contar. ⁜


    Three Thousand Years of Longing, George Miller
    Selección oficial Fuera de concurso del Festival de Cannes.

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