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    Crítica | La emperatriz rebelde

    || Críticas | Cannes 2022 | ★★★★☆
    Corsage
    Marie Kreutzer
    Bailo porque puedo


    Mariona Borrull Zapata
    75ª Festival de Cannes |

    ficha técnica:
    Austria, Luxemburgo, Alemania, Francia, 2022. Título original: «Corsage». Dirección: Marie Kreutzer. Guion: Marie Kreutzer. Compañías: Film AG Produktion, Eurimages, Film Fund Luxembourg, Inforg-M&M Film Kft, Kazak Productions, Komplizen Film, Playtime Production, Samsa Film, Vienna Film Financing Fund, ZDF/Arte. Fotografía: Judith Kaufmann. Música: Camille. Diseño de vestuario: Monika Buttinger. Montaje: Ulrike Kofler. Reparto: Vicky Krieps, Colin Morgan, Florian Teichtmeister, Finnegan Oldfield, Aaron Friesz, Raphael von Bargen, Alma Hasun, Tamás Lengyel, Jeanne Werner, Manuel Rubey, Katharina Lorenz, Alexander Pschill, Regina Fristch, Norman Hacker, Oliver Rosskopf, Lilly Maria Tschörtner, Johanna Mahaffy, David Oberkogler, Eva Spreitzhofer, Klaus Huhle, Kajetan Dick, Alice Prosser. Presentación oficial: Un Certain Regard del Festival de Cannes. Duración: 112 minutos.


    anexo| Cobertura del Festival de Cannes

    La emperatriz Sisi (Vicky Krieps) agota las imágenes de Corsage bailando arrebatada, sola delante de la cámara. Como la Eleanor Marx de Miss Marx (Susanna Nicchiarelli), baila para sí misma. Eleanor y Elizabeth vivieron ambas a finales del XIX, eran figuras públicas y las dos tuvieron que remar a la contra de un patriarcado que las condenó al ostracismo. Un último puente: durante la segunda década de nuestro siglo, el cine las revalorizaría a ambas como iconos fuera de su tiempo. Si Eleanor se movía con los acordes punk de les Downtown Boys, Sisi lo hace con los compases folk-pop de la cantautora francesa Camille. El biopic feminista contemporáneo necesita de la energía del siglo XXI, quiere bailar como lo hacemos hoy.

    La nueva película de Marie Kreutzer (El suelo bajo mis pies) reescribe un año decisivo en la vida de Elizabeth de Austria con plena consciencia de biografía no autorizada (esa es la actitud). Regala dos horas de gracia a una figura pública que en 1878 había sido totalmente consumida por su imagen y los rumores que sobre ella discurrían, quedando reducida a un encierro ocioso, errático, muy «de mujeres». La propuesta de Kreutzer es acompañar a Sisi a medida que su corsé —de ahí el corsage del título— apretaba más y más. Estar con ella al roce de piel con piel, de forma incondicional, eso sí entendiendo su caso desde una óptica feminista lúcida y desacomplejada. A su lado observamos el caer tranquilo de unas motas de polvo suspendidas en el aire dorado de la tarde, con ella nos chapoteamos en un estanque de noche, mientras la mujer se olvida de la corona y se entrega al juego con su querido primo. También la acompañamos cuando de noche se masturba tranquila en una bañera. Decíamos, esto es una biografía totalmente fuera de lo oficial. Ello no niega la fascinación en la que Kreutzer se prodiga en otros episodios de su puesta en escena. Algunos de los momentos visagra de la película encuentran a la emperatriz caminando con su séquito, cuatro mujeres, con la dignidad que solo una cámara lenta y una banda sonora ominosa puede conferir. Parece entonces la líder de un grupo callejero, la cabeza de una revolución popular. Elizabeth posa para un retrato y su imagen, vestida de blanco con motivos dorados y corona de rubíes en el pelo, nos recuerda a la que hoy es emperatriz de lo pop: la Rosalía.

    Sisi reclama la perspectiva de los siglos, la distancia en toda regla. Empezamos con los mostachos postizos de Gyula Andrássy (Tamás Lengyel), esposo de la emperatriz y primer ministro del Imperio austrohúngaro, y continuamos por los excéntricos rituales del servicio de las comidas reales. Corsage se abre en canal a la ironía de lo que retrata, y la provoca. Las pacientes ingresadas en un manicomio (mujeres infieles, deprimidas…) se abrazan dentro de bañeras de agua fría, a las que les obligan a permanecer como cura a sus enfermedades. Por corte de montaje, Sisi se bañará vestida en una bañera que es justo como la de ellas. Como el cine aún no representa temperaturas, suponemos que el agua está fría. Ante una historia que ha sido cruel con la figura de la emperatriz, no hay motivo para no mirar el pasado mismo con una sonrisa en la boca y la ceja levantada. Así Kreutzer se desentiende de la transparencia y trastoca el cuerpo de su dispositivo formal de la película para ilustrar un martirio. Tan sencillo: la cineasta rompe todos y cada uno de los ejes visuales que organizan las conversaciones de la Sisi, nos zarandea con la cámara. Cortamos sin contexto a un plano medio de ella, de pie en una habitación cuyo techo es demasiado bajo y que la obliga a ladear la cabeza para caber en ella. Vicky Krieps se limita a permanecer allí, con el cuello algo torcido y mirando extraña. Al desencaje momentáneo lo sigue un contraplano que devuelve la escena a la normalidad, pero quedamos con la duda: ¿estaba Elizabeth de pie sobre una silla o una mesa? ¿Se encontraba el techo de verdad demasiado bajo o era la habitación demasiado pequeña? En cualquier caso, Sisi es demasiado grande para el marco en el que se yergue.

    La reivindicación histórico-feminista de Corsage discurre siempre por la superficie, propone desvíos sobre las formas clásicas del biopic sin voluntad de esconderlos. Ante unas estancias forradas con pomposos papeles de pared, cuyo brillo casi duele a la vista, la palidez de la emperatriz se acerca a la de un fantasma. En otro pliegue más de las torturas de la imagen pública, nadie (especialmente los señores) tiene problema en recordarle que su figura extremadamente delgada no corresponde a la talla apropiada para su clase. La mujer no responde a las pullas; en su lugar, se queda quieta, tiesa. Será el trabajo sobre el rostro de Vicky Krieps (pura orfebrería interpretativa) quien acabe de dibujar qué es lo que por su interior se cuece. Incrédula, Elizabeth pestañea rápido, con los labios apretados, y cuando alguna vez se ruboriza tensa las mejillas rosadas con los ojos muy abiertos.

    La emperatriz había perdido en 1878 cualquier poder de decisión real sobre su reino, usurpado el poder por su marido. Subyugada a las obligaciones y rumores de la alta sociedad, es fácil relegarla otra vez al drama interior, al sufrir por dentro. Sin embargo, el biopic de Marie Kreutzer colecciona aquellos momentos de liberación callada que la mujer pudo atesorar: tentar los límites del flirteo para sentirse deseada, salir a cabalgar y a cazar, viajar con las amigas, dominar por completo la vida sexual del hombre que la oprimió… Elizabeth colgó en los marcos de las puertas de palacio cintas para hacer ejercicio, montó su gimnasio personal y aprendió esgrima. Se masturbó todo cuanto quiso, se dio a la heroína y, cuando su cuerpo se lo pidió, empezó a comer a gusto (dice la historia que le encantaba el helado). Un baile es la conclusión natural para el retrato de una mujer que, a pesar de sus corsés, supo gobernar sobre sí misma. ⁜


    Corsage, Marie Kreutzer
    Un Certain Regard 75ª edición del Festival de Cannes.

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