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    Crítica | Lizzie | Filmin

    Hachazos en vano

    Crítica ★☆☆☆☆ de «Lizzie», de Craig William Macneill.

    Estados Unidos, 2018. Título original: «Lizzie». Director: Craig William Macneill. Guion: Bryce Kass. Producción: Naomi Despres, Elizabeth Destro, Chloë Sevigny. Fotografía: Noah Greenberg. Montaje: Abbi Jutkowitz. Música: Jeff Russo. Reparto: Chloë Sevigny, Kristen Stewart, Jay Huguley, Jamey Sheridan, Fiona Shaw, Kim Dickens, Denis O'Hare, Jeff Perry.

    Es probable que el nombre de Lizzie Borden no suene del todo desconocido. Incluso aunque no se esté del todo familiarizado con los detalles del caso real en el que la joven estuvo implicada, las posibilidades de haberse topado con su nombre son altas. La cultura popular, como suele suceder en los casos de icónicos criminales históricos, ha fagocitado la figura de la presunta asesina, provocando que esté ya más que asumida como parte del imaginario colectivo de Estados Unidos. Y, como todo, importado desde EUA hacia el resto del mundo. El caso de la señorita Borden fue especialmente sonado, ya desde su contemporaneidad, a finales del s.XIX. Andrew y Abby Borden, padre y madrastra respectivamente, fueron brutalmente asesinados con un hacha. Sus cuerpos fueron hallados por la propia Lizzie, que en el momento de los hechos era la única familiar que rondaba por la casa. Al encuentro de su voz de alarma fue la criada, Bridget Sullivan, que descansaba en su habitación. La asunción de culpabilidad hacia Lizzie fue inmediata, ya que era sabido que la relación de esta con los fallecidos no era especialmente buena. De hecho, incluso se habían dado algunos casos de intoxicaciones sospechosas en el hogar de los Borden los días anteriores a los asesinatos. Sea como sea, tras un juicio inusitadamente corto y poco minucioso, Lizzie fue absuelta y vivió el resto de su vida en un nuevo domicilio en el mismo pueblo junto con su hermana, también soltera.

    El caso de Lizzie Borden es uno especialmente jugoso. La imagen de una mujer ataviada con los vestidos típicos de aquella época, de vida previsible y rutina monótona, asesinando (¡con un hacha ni más ni menos!) a sangre fría es sobrecogedora. ¿Cuáles podrían ser sus motivaciones, que justificaran actos tan terribles? Craig William Macneill (The Boy) propone una hipótesis más en Lizzie, sumando su teoría a la lista de obras audiovisuales que han querido aportar alguna suposición al caso. Cuatro años antes de que Macneill nos brindara este su segundo largometraje, de la mano del realizador televisivo Nick Gomez llegaba otro acercamiento al personaje. En su caso, aunque no sea un telefilme demasiado relevante a nivel formal, se presentaba desde una ambigüedad algo camp y superficial, en la que destacaba una siniestra Christina Ricci en el papel de la supuesta asesina. Craig William Macneill parece que juega en términos totalmente opuestos. Elimina cualquier oscuridad que surja del propio carácter humano para construir, en su lugar, a una víctima de su entorno.

    Su Lizzie (Chloë Sevigny, que coproduce la propuesta) está mucho más sensibilizada, así como su aproximación al contexto histórico. Lizzie incorpora a los hechos toda una agenda política, recalcadamente feminista. Eliminando la intriga, apuesta en cambio por centrarse en la construcción del personaje, presentando una larga lista de justificaciones verosímiles al porqué. A Sevigny se le suma, como insólita coprotagonista en esta historia, Kristen Stewart en el papel de Bridget Sullivan, la criada de Lizzie Borden. Dando veracidad a las insinuaciones de lesbianismo de la joven, la película incluye un romance imposible entre la señorita acomodada y la sirvienta (¿y quién sabe si cómplice?). En su contra, el resto del mundo, empezando por su abusivo padre. Lo que podría resultar, a priori, un refrescante y renovado punto de vista a un argumento tan conocido y manido acaba cayendo en una obviedad esteril. Desaparece el misterio, y en su lugar solamente queda el drama. Ya no importa quién lo hizo, cuando se están ofreciendo un sinfín de motivos. Abusos de carácter sexual, maltrato psicológico, asaltos verbales marcadamente machistas… Las protagonistas son víctimas de todos los tipos de violencia posibles justificados a brocha gorda, lo cual les dispone la coartada perfecta. Para ellas, no hay otra salida.

    Lizzie, Craig William Macneill.
    Presentada en el Festival de Sundance.

    «Que la presencia de grandísimos secundarios como Fiona Shaw o Denis O’Hare no sea relevante ya habla por sí mismo, puesto que sus personajes están francamente desaprovechados en pos de dar protagonismo a la historia de amor sáfica. Lamentablemente, ni siquiera dos grandes actrices de nuestro tiempo como son Sevigny y Stewart pueden elevar esta propuesta más allá de su condición de melodrama inapetente».


    Macneill filma a sus vejadas muchachas al borde de todos los planos. En lo que parece un sistemático proceso de encuadre, estas son constantemente relegadas a uno de los extremos de la pantalla, mientras que los primeros términos quedan desenfocados. Lizzie se compone de muchas miradas y pocas palabras, largas secuencias que se unen en una progresión temporal algo incoherente, y que van rellenando toscamente de certezas los pocos instantes que aún podían quedar en una paleta de grises mucho más elocuente. Pero incluso en esta forma de poner en escena los personajes, de ordenar el caso, de proponer unos hechos… la película de Macneill yerra en artificiosidad, confundiendo emoción con afectación. Lizzie y Bridget son dos cuerpos que llenan un espacio, pero no hay tensión entre ellas, ni tampoco para con la trama. A pesar de lo encorsetadas que se encuentran con su entorno, la rabia que puedan albergar no se siente real. Que la presencia de grandísimos secundarios como Fiona Shaw o Denis O’Hare no sea relevante ya habla por sí mismo, puesto que sus personajes están francamente desaprovechados en pos de dar protagonismo a la historia de amor sáfica. Lamentablemente, ni siquiera dos grandes actrices de nuestro tiempo como son Sevigny y Stewart pueden elevar esta propuesta más allá de su condición de melodrama inapetente. En definitiva, un nuevo acercamiento al renombrado caso de la asesina del hacha, aunque no auguramos que deje huella.


    Júlia Gaitano i Mendizabal |
    © Revista EAM / Barcelona


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