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    Crítica | Arthur Rambo

    La maldad en 280 caracteres

    Crítica ★★★☆☆ de «Arthur Rambo», de Laurent Cantet.

    Francia, 2021. Título original: «Arthur Rambo». Dirección: Ji Zhang. Guion: Fanny Burdino, Laurent Cantet, Samuel Doux. Productores: Marie-Ange Luciani. Productoras: Memento Films Production, France 2 Cinema, Les Films de Pierre. Fotografía: Pierre Milon. Música: Chloé Thévenin. Montaje: Mathilde Muyard. Casting: Leila Fournier. Reparto: Rabah Nait Oufella, Antoine Reinartz, Aleksandra Yermak, Sofian Khammes, Anaël Snoek. Duración: 87 minutos.

    La sinopsis oficial de la nueva película de Laurent Cantet dicta una pregunta clarísima, aunque no del todo pertinente: «¿Quién es realmente Karim D? ¿El recién descubierto escritor adorado por los medios? ¿O su alias Arthur Rambo, autor de mensajes llenos de odio que alguien descubre en las redes sociales?». De momento, Karim D es el actor Rabah Nait Oufella, uno de los rostros visibles del nuevo cine galo (en su historial encontramos Girlhood, Nocturama y Crudo, tres vistas a una Francia tocada por años de pensamientos acartonados dentro y fuera del cine). Con Arthur Rambo, Laurent Cantet, junto a Fanny Burdino y Samuel Doux tras el guion, encuadran un conflicto que –a pesar de poseer una ligera fragancia al chovinismo específicamente atribuido al carácter francés– podría llegar a ocupar los titulares de cualquier periódico del mundo. A las cabeceras las regarían los millones de tuits y artículos publicados a raíz del caso real del que parte la ficción: cuando, en febrero de 2017, se descubrió que antaño el escritor, reportero y blogger Mehdi Meklat, en lo más alto de su carrera como joven estrella del periodismo de izquierdas, alguien sin tapujos («de calle», voz de las clases desfavorecidas), había estado publicando una enorme cantidad de tweets racistas, homófobos y antisemitas desde una cuenta bajo el pseudónimo de Marcelin Deschamps. El periodista fue inmediatamente cancelado en masa: ¿cómo podía abanderar la honestidad de la denuncia social alguien que dedicaba su tiempo a atentar contra los colectivos que luego defendería? Simbólicamente y a la práctica, Mehdi Meklat se convertía en una figura incómoda para todes. Ahí, claro, se abre la pregunta que conforma la sinopsis de la película. Karim D es el Meklat de la ficción, Arthur Rambo sustituye a Deschamps. Sin embargo, queda por determinar hasta qué punto la historia de Karim D se edifica como retrato de personaje o, por lo contrario, funciona solamente como dispositivo de entretenimiento…

    Resulta especialmente apropiada para dilucidar la cuestión toda la secuencia de arranque: Karim D es un escritor joven con la suficiente sal y pimienta para atrapar y transgredir. Entrevistado en un programa literario dedicado a su nuevo libro (una relectura de los problemas de la banlieue en clave de autoficción), ha sabido entregar la cantidad justa de seriedad y cercanía en su intervención, reafirmando los buenos ojos que toda la Francia progre vuelca sobre su figura, signo de cambio no demasiado radical. La cámara seguirá la llegada de Karim a la fiesta montada por la editorial en su honor, un auténtico triunfo romano con torrente de odas y halagos discretamente rechazados. Regodeos aparte, hay un solo elemento que avecine tormenta: unos violentos mensajes a nombre de Arthur Rambo que Cantet y su montadora Mathilde Muyard (Paul Sanchez est revenu!) cortan, formato tuit sobre cartelas de fondo negro, el ruido generalizado de la acción. Aunque se trate solamente de las provocaciones que el personaje de Rabah Nait Oufella publicó años ha, no más que dígitos inofensivos, su aparición como intertítulos –someros pero poderosos– interrumpe el fluir del mundo y nos advierte de la inminencia de algo que aún no podemos atisbar. Con ellos se activa el suspense, el bienestar tamizado por un conocimiento profundo de su propia fragilidad, un malestar preverbal o aquel «esto es demasiado bonito para» del cine de zombis. Aunque, en fin, la espera es divertida, emocionante, da salida a todas las carreras excitantes que aún no se han corrido.

    A pesar de que rara vez eche a correr, Karim ocupa la mayoría del metraje en un tránsito constante de barrio en barrio de París, desde las oficinas lujosas del centro de la ciudad, en espiral, pasando por las zonas estudiantiles y hacia las banlieues empobrecidas, allí donde aún viven su madre y su hermano pequeño. También el arco emocional del protagonista lleva forma de trayecto, casi de road-movie, pues a cada enclave que visite menos sentido tendrá su propia peripecia… Del Karim pagado de sí mismo, aquel chico que sentía haber sido traicionado por un sistema hipócrita y ponzoñoso (misma rabia que un fachoide cualquiera), al Karim dolido pero vagamente consciente de una falta, hay –dirían– un viajecito. Auténtico via crucis por el urbanismo parisino, la expiación no encontrará, sin embargo, barrio alguno en que arraigarse. Literatura a parte, cuando el joven llega para pedirle consejo, concluye la escritora interpretada por Anne Alvaro que como mínimo de todo se aprende. Eso dice el refranero, los 280 caracteres originales. «Si la vida te da limones»: lecciones generalistas para problemáticas que sí entienden de cartiers, ejecuciones con unos verdugos y unas víctimas muy claramente definides. Cabe preguntarse, ahora sí, a qué calles pertenece el periodista. Porque no se trata de saber si su rostro verdadero se forja en el mármol incuestionable de los referentes sociales o si, de lo contrario, debajo del dorado no había más que chapa. No se trata, por lo tanto, de adivinar cuánto Arthur Rambo había en su particular Dr. Jekyll, sino quién lo creó, qué condiciones se dieron para que la rabia de un oprimido se volviera de pronto la chispa de un opresor. Si la historia de Karim resulta ser genuinamente universal, quizás debiéramos empezar a revisar qué suelo pisan nuestros propios pies.


    Mariona Borrull Zapata |
    © Revista EAM / 69ª edición del Festival de San Sebastián


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