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    Crítica: Overlord

    Los muertos emergerán de las trincheras

    Crítica ★★★ de Overlord (Julius Avery, Estados Unidos, 2018).

    Estados Unidos. 2018. Título original: Overlord. Director: Julius Avery. Guion: Billy Ray, Mark L. Smith (Historia: Billy Ray). Productores: J.J. Abrams, Lindsey Weber. Productoras: Bad Robot / Paramount Pictures. Distribuida por Paramount Pictures. Fotografía: Laurie Rose, Fabian Wagner. Música: Jed Kurzel. Montaje: Matt Evans. Diseño de producción: Jon Henson. Reparto: Jovan Adepo, Wyatt Russell, Mathilde Ollivier, Pilou Asbæk, John Magaro, Iain De Caestecker, Jacob Anderson, Dominic Applewhite.

    Hace unos meses, coincidiendo con el estreno en estreno en Netflix de la muy olvidable The Cloverfield Paradox (Julius Onah, 2018), tercera entrega de una de las sagas más impredecibles del reciente cine fantástico, empezaron a filtrarse los primeros rumores de que se estaba gestando un cuarto capítulo que situaría la acción durante la Segunda Guerra Mundial. La propuesta no habría sido tan descabellada, ya que cada una de las películas que componen el universo Cloverfield posee una identidad propia que la hace diferente del resto. Si la inaugural Monstruoso (Matt Reeves, 2008) había sido una original incursión en el cine de catástrofes con ciertas semejanzas a Godzilla y rodada a la manera de metraje encontrado, Calle Cloverfield 10 (Dan Trachtenberg, 2016) propuso un conspirador thriller psicológico ambientado en el interior de un zulo bajo tierra, con invasiones alienígenas como telón de fondo. Paradox había roto el buen nivel de calidad de la franquicia con una aventura espacial previsible y bastante monótona que dejaba en el aire más preguntas que respuestas acerca de lo que la serie quería realmente contar, por lo que todas las miradas quedaron depositadas en un siguiente episodio que enmendara los errores cometidos. Finalmente, Overlord (2018) no ha sido la cuarta cinta de la serie que se venía anunciando pero la publicidad le vino estupendamente para acaparar unas miradas que, de otro modo, no hubiese conseguido. La conexión que con ella podría tener se reduce a la presencia del avispado J.J. Abrams en la producción y en unas maneras de entender el género de terror y ciencia ficción muy similares, entregándose sin reparos a la serie B con menos prejuicios y combinando ingredientes que, a priori, podrían parecer difíciles de casar en una misma historia. Y, aun así, la fórmula, de nuevo, funciona a las mil maravillas, por lo que la productora Bad Robot se apunta un nuevo éxito en este terreno, similar al logrado por aquella Super 8 (J.J. Abrams, 2011) que resucitara para el nuevo siglo la fantasía ochentera de aires spielbergnianos. Así las cosas, Overlord es un título cien por cien Abrams, que realiza una atrevida mezcolanza entre cine bélico y las películas de terror de género zombie que tanto juego han estado dando en la última década.

    Cuando parecía que el espectador había terminado saturado de tantos virus, infectados o muertos que vuelven a la vida con ansias devoradoras, los guionistas Billy Ray y Mark L. Smith han intentado darle una nueva vuelta de tuerca a este tipo de productos localizando la acción de su relato en los turbulentos tiempos de la Segunda Guerra Mundial, más concretamente a las jornadas previas al Día D, aquel decisivo desembarco de Normandía que sirvió para que los aliados liberaran los territorios de la Europa occidental ocupados por la Alemania nazi. Los protagonistas de Overlord , un grupo de paracaidistas estadounidenses, comandados por el capitán Ford (Wyatt Russell, hijo de Kurt Russell, de quien parece haber heredado su carisma para ejercer de héroe), que tienen la misión de saltar en tierra francesa para destruir la base de comunicaciones de los alemanes, son presentados de manera rápida y concisa en unos primeros minutos que muestran esa inquietante calma que precede a la gran tormenta. Esta llega rápidamente, con el avión en el que vuelan, comenzando a sufrir los estragos del fuego enemigo y los jóvenes guerreros abandonando de forma violenta una nave que está siendo pasto de las llamas. Este prólogo está filmado con gran espectacularidad, a través de un plano secuencia que nos adentra de lleno en la acción, siguiendo al soldado Boyce (un correctísimo Jovan Adepo) en su huida de una muerte segura. La planificación y los efectos especiales brillan, en esos momentos, a gran altura, dando al producto un empaque visual mucho mayor del que, por su modesta condición, se podía permitir. Una vez en tierra, el director Julius Avery –que se dio a conocer con el thriller australiano Son of a Gun (2014)– nos regala una imagen realmente perturbadora, la de Boyce adentrándose en una nocturna campiña francesa, solo alumbrada por el fuego, en la que se pueden apreciar los cadáveres de algunos paracaidistas colgados de los árboles. Hasta aquí la película realiza una impecable recreación de lo que supone la guerra, bebiendo, incluso, de la destreza técnica y la visión de la camaradería entre compañeros de contienda ofrecidos por Spielberg de Salvar al soldado Ryan (1998), pero las intenciones de Avery no van por ese camino y, desde el momento en que hacen acto de presencia los villanos de la función y la terrible arma secreta que estos poseen, Overlord va destapando su verdadero rostro, deslizándose por unos derroteros mucho más cercanos a la locura del Tarantino de Malditos bastardos (2009) que al cine bélico más clásico.

    Diversión pura y dura que provocará urticaria en quienes buscan cine de género “con contenido” pero que hará las delicias de aquellos amantes de las monster movies cumplidoras que solo ambicionan entregar dos horas de sana evasión.


    Después de que los soldados supervivientes lleguen a una aldea sitiada por los nazis y consigan la colaboración de una valiente muchacha francesa (estupenda Mathilde Ollivier) que sufre en sus carnes el acoso de un malvado oficial alemán, el Dr. Wafner (Pilou Asbæk), el filme se adentra en un segundo acto que abandona el dramatismo inicial para abrazar los mecanismos del cine de terror, en su vertiente survival, más convencionales. Es cuando aparecen en pantalla las primeras manifestaciones del antídoto que los nazis pretenden utilizar como arma para ganar la guerra, una inyección que resucita a los muertos, dotándoles de una fuerza sobrehumana, con sus salvajes estallidos de gore (estamos ante la primera película de la productora de Abrams calificada R), cuando la película se consolida como la enésima variante del cine de científicos locos a los que su creación se les va de las manos, utilizando todos los elementos típicos del mismo, empezando por esa fortaleza minada de laberínticos pasillos y mazmorras que ocultan oscuros secretos que sirve de escenario a la parte final de la acción. Overlord no pierde demasiado tiempo (tampoco lo necesita) en profundizar en un guion muy justito, pero dotado de acertados golpes de humor, que funciona como excusa para ofrecer un festival de persecuciones y enfrentamientos monstruosos que no se aparta un ápice de los lugares comunes ni busca sorprender con algo diferente. El Dr. Wafner es un malo de manual, egocéntrico y sobreactuado, mientras que los protagonistas son lo suficientemente chistosos y simpáticos como para ganarse las simpatías de la audiencia. Tampoco han evitado los guionistas la tentación de incluir en el grupo de personajes protagonistas la figura de un niño que, por fortuna, no lastra demasiado el avance de la historia. No es la originalidad el punto fuerte de esta propuesta, más allá de su condición de pastiche desvergonzado, pero esa carencia se ve recompensada con unas buenas dosis de entretenimiento, un ritmo impecable (una vez que la historia entra en materia no da tregua hasta el final) y su honesta apuesta por un horror de serie B que entronca más con el sadismo del Stuart Gordon de Re-Animator (1985) que con los acercamientos del maestro George A. Romero a la temática de los muertos vivientes. Diversión pura y dura que provocará urticaria en quienes buscan cine de género “con contenido” pero que hará las delicias de aquellos amantes de las monster movies cumplidoras que solo ambicionan entregar dos horas de sana evasión. | ★★★ |


    José Martín León
    © Revista EAM / Madrid


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