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    Cine Alemán Siglo XXI

    Berlinale 2017 | Día 8. Críticas: On the beach at night alone, Joaquim, Close-Knit

    On the beach at night alone

    Larga vida a Hong Sang-soo

    Crónica de la octava jornada jornada de la 67ª edición del Festival de Berlín.

    Si hace algunos días manifestábamos nuestras dudas acerca de la integridad formal, de la cohesión general de todas sus propuestas —factor no necesariamente negativo, desde luego— y, sobre todo, de la imposibilidad de encontrar una marca concreta, un grupo o bloque de cinematógrafos que definan el perfil del festival alemán, el avance de los días no ha generado un cambio ostensible. Ahora bien, llegados a este punto, todas las secciones han enseñado sus credenciales, lo cual sí ha significado, sin ninguna duda, un aumento de la calidad. Al tan ansiado regreso de Kaurismäki, apuesta segura en cualquier certamen, el sorprendente nuevo trabajo de Luca Guadagnino y su sobrecogedora sensibilidad, y el poético —y brutal— I am not your negro, de Raoul Peck —filme que, si existe justicia en este mundo, será reconocido como uno de los mejores del año—, se ha añadido el que quizás haya sido la piedra angular en las expectativas del festival. El (sur)coreano Hong Sang-soo, indiscutiblemente uno de los más talentosos creadores de la historia, ha presentado en la Sección Oficial On the beach at night alone. Comentaba en una multitudinaria rueda de prensa posterior a la proyección, con su modestia habitual, “[…] no tengo un objetivo, ni un efecto específico ni lección moral específica; tengo materiales, las localizaciones, los actores y actrices, intento observarlas en mi propia manera y trato de combinarlos, intento crear algo de ellos. Suena muy irresponsable, pero es así como trabajo […] Cuando, por ejemplo, tomas un pequeño fragmento, la vida está aquí y tenemos esta línea narrativa artificial, tenemos muchos tipos, pero limitados, claro, porque la vida es infinita […]”. Palabras de un genio; proféticas observaciones acerca de qué es realmente el Arte como imitación/representación. Por otra parte, hemos podido asistir a la exhibición de Joaquim, interesante pero irregular filme de Marcelo Gomes, y, alejado de los focos de competición, The king’s choice, un milimétrico y sólido biopic sobre la resistencia heroica del rey noruego Haakon VII a la subyugación ante la Alemania Nazi, en un momento crucial de la Historia del siglo XX. En otro orden de cosas, merece mención, por cierto, la sección Homage, que recuperó para la pantalla gigante un clásico del maestro Kubrick: El resplandor (1980). Estando prácticamente concluida la muestra de aspirantes al Oso de Oro, nos atrevemos a augurarle éxitos a Sang-soo y Kaurismäki, los auténticos pilares de esta edición de la Berlinale.

    On the beach at night alone

    ON THE BEACH AT NIGHT ALONE

    Bamui haebyun-eoseo honja, 밤의 해변에서 혼자, Hong Sang-soo, Corea del Sur / COMPETICIÓN.
    por Miguel Muñoz Garnica.

    El segundo episodio de la nueva obra de Hong arranca con un plano que brinda una rima visual clara con Ahora sí, antes no. La actriz Kim Min-hee sentada sobre la butaca roja de un cine. La reaparición de la intérprete junto a quien fuera su contraparte masculina en aquella, el actor Jeong Jae-yeong, también empuja a buscar las correspondencias. Y las hay, sin bien el díptico que forman ambos funciona por oposición. Si en Ahora sí, antes no el regusto era dulce, dado que rompía la estructura lineal para, directamente, dar una segunda oportunidad al romanticismo; On the Beach at Night Alone es una película conducida por un deje de amargura. En la primera se trataba de observar con esperanza el nacimiento de una relación amorosa, la del personaje de Kim con un director de cine, que rozaba lo platónico. Aquí, de detenerse en una protagonista, conocida actriz, que se lame las heridas después de una relación, de nuevo (¿cuándo no en el cine de Hong?) con un cineasta casado. Una relación que la ha puesto en el punto de mira de los medios y le ha granjeado las condenas moralistas de turno. Hablamos, además, de una obra de marcada inspiración autobiográfica. Dado que el propio Hong comenzó durante el rodaje de Ahora sí, antes no una relación sentimental con Kim que, debido al escándalo por adulterio, le granjeó una atención mediática en Corea que ninguna de sus películas había obtenido nunca. El proceso de desengaño tras el arrebato romántico, pues, ha ido a la par entre realidad y ficción.

    De hecho, no es difícil rastrear en On the Beach at Night Alone el desquite personal del director contra el juicio hipócrita de toda una sociedad. Además de un juego metaficcional, marca de la casa, que interroga a la propia película sobre su intencionalidad. Younghee, la protagonista encarnada por Kim, le grita al alter ego ficcional de Hong: “¿Por qué vas a hacer una película así sobre alguien que amas? ¿Para recrearte en el dolor?”. Sea como sea, nos encontramos ante una cinta de tono crepuscular, lo más cercano al soliloquio intimista que ha rodado el surcoreano en toda su carrera. En consonancia, los habituales juegos de variaciones no están presentes. No a nivel estructural, al menos. Sí que existe un diálogo entre los diferentes escenarios que definen sus dos episodios. Hamburgo en el primero, la ciudad costera de Gangneung en el segundo. Los dos lugares de exilio en los que Younghee busca refugio del acoso mediático, y en los que cuenta con la compañía de un puñado de personajes que, como ella, han dejado la urbe de Seúl buscando cambios vitales en el viejo continente o la compañía del mar. La subtrama de pequeñas comunidades de exiliados, por cierto, es uno de los pocos elementos que ofrece a la protagonista algunos instantes de abrigo, y es un tema que ya se encontraba con una ternura similar en Hill of Freedom.

    Con todo, hablamos de un filme que teje su discurso en torno a la soledad como base de la madurez personal. El desengaño y la huida hacen de Younghee un personaje que ha alcanzado una clarividencia cuya composición amarga se libera en embates contra los hombres que la rodean (y que dan algún que otro toque de comedia al estilo Hong). De hecho, es una mujer trazada con una inconsistencia temperamental que, en manos poco hábiles, tendería a la caricatura: es capaz de pasar de las frases reflexivas al griterío en cuestión de segundos. Hong, no obstante, construye con esta deriva uno de sus caracteres más redondos, quizá su retrato femenino con más capas de profundidad (si bien es cierto que estamos ante un tratamiento de lo femenino que no es habitual en él: sus mujeres suelen estar filtradas por las miradas masculinas que se proyectan sobre ellas, mientras que la presentación de Younghee es directa). Una deriva, eso sí, que crea una dialéctica entre el viaje introversivo y el exabrupto para luego negarla con una inserción de lo onírico (no diremos más): ratificada la irrealidad de la discusión terapéutica por choque, solo queda volver al paseo solitario por la playa invernal (que da algunos planos bellísimos, por cierto) como único camino de crecimiento. Así lo constatan el resto de personajes, que ven en las facciones de la Younghee vuelta a Corea tras su crisis rasgos de madurez. Y así lo constatamos los habituales de Hong, que nos encontramos ante una Kim Min-hee más sombría que en Ahora sí, antes no, y con ello más rotunda en su presencia. Por lo demás, se pueden echar en falta los juegos estructurales, los apuntes de comedia o la sensación lúdica del anterior Hong. Pero estamos ante un giro estilístico al que, pasada la vorágine del festival, habrá que dedicar más análisis reposado. Como el que Younghee (o lo que es lo mismo, el propio cineasta) realiza sobre sí misma. (85/100)

    Joaquim

    JOAQUIM

    Marcelo Gomes, Brasil / COMPETICIÓN.
    por Víctor Blanes Picó.

    Frente a una pequeña iglesia iluminada por unas tenues velas, sobre un poste de madera, descansa la cabeza cortada de un hombre. Es el busto de Joaquim José da Silva Xavier, más conocido como Tiradentes por su oficio de dentista, que funciona como aviso para cualquiera que pretenda iniciar una revolución. Actualmente, el día de su muerte, 21 de abril, es festivo en todo Brasil y está considerado como el Patrón Cívico del país. «Debemos revisitar el pasado para entender el presente.» Así sentencia Marcelo Gomes la razón de ser de su película. Joaquim es una mirada al Brasil colonial del siglo XVIII, asfixiado por los impuestos de la corona portuguesa cuyo único interés es el oro. Esta situación le llevará a conspirar y finalmente levantarse contra los ocupadores portugueses, siendo traicionado y finalmente ejecutado y descuartizado de forma pública como escarnio y advertencia. Gomes se aproxima a un elemento clave en la historia del país carioca desde lo intimista. Su propuesta es un acercamiento costumbrista de voluntad poética al día a día de este soldado cuyas aspiraciones se ven una y otra vez truncadas: al ser mestizo, tiene escasas probabilidades de ascender en el escalafón militar. Aspectos como lo heroico de la revuelta o la grandeza de la lucha importan más bien poco. Es el despertar del sentimiento lo que intenta captar el director, las razones que llevan a un simple y llano servidor de origen humilde a replantearse los cánones sociales impuestos y, lo que es más importante, a contestarlos con la lucha.

    Y puede que no sea oro todo lo que reluzca. La revisión histórica siempre conlleva un desengaño: la constatación de que el mito siempre se construye a posteriori. Gomes acierta con una puesta en escena realista y detallista, desprovista del subrayado ensalzador hacia el mártir, que le permite mostrar un retrato de ese instante y llevarlo al fuero interno del personaje de Joaquim. En esa imagen temblorosa y por momentos turbia compuesta por largos planos con la que dibuja los espacios y las acciones hay una voluntad clara de desacralizar tanto al personaje como a la época. Esto le ayuda a evitar los tópicos dentro del discurso sobre el colonialismo y a la vez lo aleja de un cine centrado en lo externo, donde la consecución y veneración del hito siempre está por encima de las mutaciones y motivaciones del personaje. Quien entienda Joaquim como una película de aventuras de la que esperar un ritmo trepidante y escenas espectaculares errará en el análisis. La búsqueda del oro que emprende Tiradentes no es más que el anhelo de triunfo, la única esperanza de dejar de ser un oprimido. Y cuando se da de bruces contra la quimérica hazaña, la revolución acaba siendo la única vía de escape. El anhelo de libertad parece no surgir tanto de un convencimiento, sino más bien de otro cartucho que hay que quemar, de otra jugada que hay probar después de volver de su misión sin oro y con unas piedras verdosas que, pese a su brillo, no valen nada. Cuando lo material escasea o carece de valor, el pensamiento es lo único que le queda por apostar. Y ahí es donde nace la contradicción del héroe. El valor discursivo de su apuesta histórica se ve claramente en la última escena, en la que, después de convencer a un grupo de intelectuales para que le apoyen en su causa, Joaquim come con vehemencia un muslo de pollo servido en una lujosa vajilla mientras a una doncella sentada justo en frente una esclava le retira los anillos para que pueda degustar los manjares servidos en la mesa. (86/100)

    Close-Knit

    CLOSE-KNIT

    Karera ga Honki de Amu toki wa, 彼らが本気で編むときは, Naoko Ogigami, Japón / PANORAMA SPECIAL.
    por Miguel Muñoz Garnica.

    La directora Naoko Ogigami, más bien desconocida por estos lares, tiene a sus espaldas una carrera fructífera especializada en lo que se ha denominado un “cine de sanamiento emocional”. Pequeñas historias de cambio vital y una observación cercana a los preceptos estéticos japoneses más tradicionales. Para entendernos, algo parecido a las propuestas recientes de Naomi Kawase. En Close-Knit, su séptimo largometraje, Ogigami toca además un tema reivindicativo: la aceptación social de la transexualidad. Tomo, una niña de diez años, tiene que enfrentarse a la cuestión cuando se ve obligada a vivir con su tío y la pareja transexual de éste, Rinko, después de que su madre (dada a la mala vida) haya desaparecido de casa. Estamos ante una cinta que no renuncia a lo que, a priori, podríamos considerar los caminos más trillados del cine bienintencionado. La presencia de la propia niña, la bondad inherente al personaje de Rinko, los antagonistas cargados de intolerancia, las escenas de lágrimas y abrazos… Sin embargo, la cineasta demuestra oficio para construir con todos estos retazos de sensiblería una historia que rezuma autenticidad. La razón hay que buscarla en que su principal interés está en otra cuestión. La creación de lazos afectivos entre la familia no convencional que forman Rinko, Tomo y su tío. En esto hay mucho del discurso habitual del cine de Hirokazu Koreeda a favor de las relaciones construidas en lugar de las sanguíneas, si bien no son demasiado comparables en cuanto a niveles de contención.

    En este sentido, Ogigami se detiene en escenas rutinarias que van ahondando en la evolución de la pequeña Tomo respecto a su nueva situación. Pedazos de una domesticidad feliz ante la que no es difícil quedar encandilado, y que se limitan a mostrar a la niña y Rinko compartiendo tiempo y aficiones: la Wii, la comida o el ganchillo (que tiene una lectura metafórica encantadora sobre esta cuestión de la creación de lazos afectivos). Es interesante, además, el planteamiento de un personaje como el de Rinko. Porque el guión la traza con unas características cercanas a la madre tradicional: excelente cocinera y costurera, siempre al servicio de los demás (incluso su condición de cuidadora de ancianos lo recalca), inhibida y resignada respecto a sus propias inquietudes íntimas, e incluso budista devota. Esto es, una figura que causa rechazo entre los sectores más reaccionarios de la sociedad caracterizada, precisamente, con los valores más conservadores sobre la feminidad. De nuevo, la faceta reivindicativa que subyace no es nada sutil. Se contrapone a Rinko entregada al cuidado de Tomo frente a su madre irresponsable, o a la madre intolerante del mejor amigo de Tomo, que prohíbe a su hijo acercarse a ella y su familia “antinatural” para terminar descubriendo que (puede que hasta estén adivinando) su propio hijo resulta ser homosexual. Lo extraño de Close-Knit es que, pese a esta carga de lugares comunes, consiga erigirse como algo tan genuino, llenar de vida a dos personajes más bien arquetípicos en su bondad como Tomo y Rinko. (65/100)

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