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    Crítica | Le fils de Joseph

    Le fils de Joseph

    Sacrificio

    crítica ★★★★ de Le fils de Joseph (Eugène Green, Francia, 2016).

    En la mayoría de las representaciones pictóricas sobre el sacrificio de Isaac, los artistas eligen no mostrar el rostro del hijo, tapándole de forma parcial o total la cara mediante vendas, o simplemente omitiendo la mirada de Isaac en los instantes previos a la muerte. Sin embargo, será Caravaggio el que en uno de sus cuadros nos deje contemplar el rostro perplejo, lleno de pavor del hijo, sintiendo el frío acero del cuchillo en su cuello antes de que Abraham, padre encolerizado, arrastrado por una fe ciega, lo mate en nombre de Dios. Eugène Green articula sobre este cuadro oscuro, barroco y lleno de terror una brillante parábola que pone nuevamente sobre la mesa sus intereses espirituales y la profunda carga existencial de sus obras. Vincent, adolescente protagonista de Le fils de Joseph, vive con el sentimiento de culpa de no conocer a su verdadero padre. En los ojos perdidos del muchacho, Green ve confiada la naturaleza, nada fácil, de hacerse cargo de una ausencia dolorosa que pesa y desespera a quien no entiende los motivos que hacen de una persona renegar de su sangre. Lo hace aplicándolo a transversales puntos de vista mediante la cámara, filmando el relato desde un plano omnisciente sabedor de todos los males y remedios de sus personajes.

    Vincent clava, una y otra vez, su ira en la contemplación del cuadro caravaggiesco: una lámina o reproducción colocada en la pared de su cuarto, más como idea ilusoria de cambiar las tornas que como acto de identificación visual. Por ende, y entendiendo que su papel de víctima le obliga, decide emprender el camino a la venganza y trastocar los roles escuchando la llamada de su conciencia, o la de, por qué no, un dios sanguinario y rencoroso, yendo a buscar al padre para matarlo con sus propias manos. Green nos dibuja a ese padre biológico, Óscar Pormenor, como un ser deplorable, egoísta, que evade toda responsabilidad con el mundo. La escena dentro de la suite del hotel donde Óscar tiene su oficina como famoso editor literario es enmarcada por el realizador a través de un vigoroso juego de planos que sitúan al espectador en distintos puntos de vista siempre con la figura de Vincent de lazarillo. La brillante composición del director aplica una puesta en escena de cámara observadora, no de simple o reiterativo plano general, consecuente con el desconcierto y la intensidad del drama. Rompiendo con las conversaciones típicas de Green, filmadas en plano frontal, el dinamismo, la estudiada simetría de su cine, tienden aquí a quebrarse, solo hasta el momento en el que Vincent, por tanto nosotros, decidimos salir corriendo del espacio cerrado de la habitación de hotel. Nos detenemos en los ojos otra vez huidizos y perdidos de Vincent, donde se retratan el abatimiento y caos del delirio, viéndose reflejado como Abraham, es decir, verdugo/villano, en un cuadro imaginario en la pared en blanco de la suite –Green filma la desangelada pared vacía cual plano fantasma, produciéndose un terrorífico lienzo en blanco que espera colorearse por manchas de sangre–, transportándonos en el tiempo y en el espacio hacía la íntima seguridad de su cuarto y del ensueño del sacrificio de Isaac.

    Le fils de Joseph

    ❝El objetivo de Eugène Green, y la parábola religiosa de Le fils de Joseph es el de un dios demiurgo que ama lo que sus imágenes muestran al mundo. La huida hacia Egipto o hacia donde nuestros pasos nos lleven están guiados por la mano de un ángel que quizás esté a nuestro lado y apenas notemos su presencia. El último plano es el milagro de una sonrisa, el milagro de una ficción construyendo una peculiar sagrada familia fundiéndose con su tiempo❞.


    El director de La sapienza reabre un interesante debate acerca del proceso lento y peligroso de aislamiento individual de generaciones actuales. Sugiere una Francia que ha perdido parte de su identidad viéndose desplazada sin una creencia o una espiritualidad interior que les obligue a ser mejores personas, a fortalecerse como nación. Queda claramente prescrito en las imágenes el establecimiento de una religión particular, mutante, que se oponga a la literalidad y adopte nuevas formas de cultura, invirtiendo los papeles, reviviendo un paisaje anteriormente narrado. Un renacimiento en disposición de los miedos y significados que atañen solo al hombre contemporáneo. Señalada la complejidad filosófica de todo su discurso, en Le fils de Joseph los modelos están también empujados o subrayados por una improvista carga cristológica. José, el carpintero, padre de Jesús, es la figura central de la cual aprehendemos el mensaje de amor fraternal, amor puro, un patrón único de entrega reconociéndose padre e hijo como una sola cosa. Porque está claro que el amor es fundamental, aquí y siempre, en las historias que responden, primero, a un sentido de culpa, y, segundo, al abrazo final de los sentimientos, de la armonía encontrada en el paisaje. La devota visión artística, el amor a la arquitectura, a la prolongada belleza de los monumentos. Todo Green es resuelto desde el amor y sus circunspectos estados de caprichosa voluntad: la elevación absoluta del cisma espiritual para ver las torsiones de un cine que implora perdón y comprensión con cada palabra e imagen.

    Emocionante, y seguramente con cierto desconcierto, la mirada de Eugène Green busca perpleja la luz de sus criaturas, una mirada casi inocente que nos obliga a conocer los hábitos intelectuales de su cine. En el fondo, podríamos decir que sus fantasmas adoptan los designios presentes siendo apariciones, sombras chinescas en lienzos vacíos, evocadores, de alguna u otra manera, de todos los pasados remotos de la historia universal. Pero para perfilar un buen discurso con distancias, y de ello calar hondo en las mentes, el sentido del humor y la ironía no pueden faltar en Le fils de Joseph, como no lo han hecho anteriormente en la filmografía del realizador galo. «El cine de toda esa época me hace tener siempre esperanzas», dice Marie, la madre de Vincent después de salir del cine tras ver el El desierto rojo; fina ironía, o más bien, paradoja o contradicción en la relación con una obra, y con el enigma de Antonioni, cimentado en el aislamiento y la incomunicación, cuando supone en ese instante un bello dialogo de esperanza, de vínculo, de manos tendidas entre personas. Esa fantasía que devuelve al cine la voluntad sagrada de la sala oscura, el sacro acto de ver una película en compañía –«no me gusta ir al cine sola», vuelve a insistir varias veces Marie– extrapole la expresión popular, hasta ancestral, de un registro sensible de almas gemelas que solo en la intimidad, en el silencio, encuentran su verdadera comunicación. Aunque mientras Antonioni filmaba la introversión nacional, el minimalismo y la fuga mortal del sentimiento, Green filma con gozo una contemplación espectacular de pervivencia, excavando en las capas subterráneas de los hombres que van, paulatinamente, dejando entrar en ellos a la luz. El objetivo entonces de Eugène Green, y la parábola religiosa de Le fils de Joseph es el de un dios demiurgo que ama lo que sus imágenes muestran al mundo. La huida hacia Egipto o hacia donde nuestros pasos nos lleven están guiados por la mano de un ángel que quizás esté a nuestro lado y apenas notemos su presencia. El último plano es el milagro de una sonrisa, el milagro de una ficción construyendo una peculiar sagrada familia fundiéndose con su tiempo. | ★★★★ |


    David Tejero
    © Revista EAM / XIII Festival de Sevilla


    Ficha técnica
    Francia, 2015. Título original: «Le fils de Joseph». Director: Eugène Green. Guion: Eugène Green. Productoras: Coffee and Films / Les Films du Fleuve. Presentación oficial: Festival de Berlín 2016. Estreno en Francia: 20 de abril. Montaje: Valérie Loiseleux. Fotografía: Raphaël O'Byrne. Diseño de vestuario: Agnès Noden. Diseño de producción: Paul Rouschop. Asistente de dirección: Victoire Gounod. Reparto: Victor Ezenfis, Natacha Régnier, Fabrizio Rongione, Mathieu Amalric, Maria de Medeiros, Julia Gros de Gasquet, Jacques Bonnaffé. Duración: 115 min.

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