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    Crítica | A war (Una guerra)

    A war

    La épica del fracaso

    Crítica ★★★ de A war (Krigen, Tobias Lindholm, Dinamarca, 2015).

    La representación de los conflictos bélicos en el arte ha sido a menudo un vehículo para la glorificación del autor de la obra y, sobre todo, sus protagonistas. Conviene no olvidar que la Guerra como motor artístico existe ya en los anales de la pintura, la escultura y la literatura, y su exploración ha sido uno de los temas más recurrentes a lo largo de los siglos. La potente narrativa de la épica en el mundo clásico fluyó con gran difusión, gracias, en parte, a su transmisión oral. Homero, probablemente el referente más conocido para la mayoría, adaptó en dos epopeyas todo el universo, la cosmología de la violencia como instrumento de dignificación del Ser Humano. La Guerra de Troya elevó al poeta griego a la categoría de los dioses más venerados en su mitología. Desde luego, en la actualidad, digamos, reciente, entendida desde el siglo XIX, este paradigma ha cambiado radicalmente, por medio de un fluctuante proceso histórico-cultural. Los intentos de alabanza de la energía y la fuerza bélica, de la mano de algunos movimientos artísticos como el futurismo, acabaron estigmatizando a sus impulsores más rabiosos, como el italiano Marinetti. La ultraviolencia del siglo XX demostró —gracias, en parte, a la ingente cantidad de material periodístico, fotografías, testimonios y videograbaciones— cuán abyecto puede llegar a ser el hombre en medio de un entorno de barbarie. No ha transcurrido ni un cuarto del nuevo siglo y, sin embargo, el arte en general y la cinematografía en particular han fijado su mirada en la actualidad internacional de los conflictos más sonados en los últimos quince años, durante los cuales ha ocurrido nada más y nada menos que una consecuencia natural de la geopolítica del XX. En cualquier caso, el Cine reciente, como instrumento social que es —en el mejor de los sentidos—, ha abordado la Guerra desde un prisma muy distinto a aquella lejana épica de la conquista ahora, tan poco conveniente de reivindicar (piénsese en cómo han sido retratados Gengis Kan o Napoleón frente a Hitler). La inmersión en la cotidianidad de un entorno manchado por la macroviolencia ha generado una fecunda y diversa línea de producciones cinematográficas, las cuales han optado por alejar el foco de atención de los generales, cancilleres y ministros, y centrarlo en los autores materiales —en terminología jurídica— o los sujetos casi anónimos que participan de una u otra manera en el conflicto, cuando no son los directos afectados. Tobias Lindholm pertenece a una de las generaciones más interesantes del cine europeo actual. Receptor, en alguna medida, de la eclosión del manifiesto Dogma95, el danés se ha forjado una filmografía sólida especialmente como guionista. Suyos han sido los libretos de dos de las mejores películas de su contemporáneo Thomas Vinterberg. El talento demostrado con La caza (2012) y La comuna (2016) basta para concederle atención a cada una de sus incursiones en la dirección. Krigen (2016) es el título de su más reciente producción, y trata precisamente el tema de la Guerra, desde un punto de vista bastante particular: la culpa.

    El oficial del ejército danés Claus Michael Pedersen (una interpretación de Pilou Asbæke digna de mención, contenida y expresiva, sobre todo en sus silencios, en lo que transmite con una intensa mirada de fatiga) dirige una compañía que realiza misiones de patrulla y desactivación de minas en Afganistán. Los días en el terreno transcurren con una enrarecida y tensa cotidianidad. La muerte de un soldado al pisar una mina antipersonal añade una pesada carga al duro transcurso de los días. Claus no es un actor principal del conflicto; su rango de responsabilidades dista mucho del aparato que toma las decisiones a gran escala en el conflicto, y tampoco responde a esa heroicidad y habilidades sobrehumanas para sobrevivir en un territorio hostil de algunos de los personajes de la cinematografía reciente. Simplemente se preocupa en mantener vivos y sanos a sus hombres. De igual manera, en un desarrollo paralelo muy bien estructurado, su esposa Maria (Tuva Novotny) lleva una rutina que podríamos denominar análoga. Se hace cargo de tres hijos pequeños, con todas las eventualidades y dificultades que puede llegar a afrontar una familia de clase media: el colegio, el hospital, el parque. Los hijos, de un modo inconsciente, sufren las consecuencias del padre ausente, de la violencia en la que este está inmerso, lo cual lleva a sacar una interesante conclusión: a pesar de la distancia, ambos están viviendo y actuando en el mismo conflicto. La primera mitad de Krigen se desarrolla con este extraño equilibrio, entre llamadas telefónicas y los desfases horarios. Quizás es aquí donde más resuenan los ecos de La odisea, de Homero. Claus/Ulises se encuentra en un largo viaje, lejos de su Ítaca, mientras Penélope/Maria espera paciente el día de su regreso. Lo curioso es que, al producirse este regreso —de una manera abrupta—, la película muta. Se transforma de un drama bélico a una suerte de drama judicial, si nos atenemos a la nomenclatura más trivial sobre los géneros. ¿Qué habría ocurrido en la inmortal obra de la literatura clásica si el héroe hubiese regresado antes de tiempo? ¿Cómo afrontaría el fracaso?

    A war (Krigen)

    «El término medio al que llega ofrece un resultado interesante y muy bien ejecutado. Krigen enseña las costuras de un enorme y complejo sistema de tensiones geopolíticas desde los ojos del sujeto común».


    Claus es enviado a Dinamarca debido a la toma de una errática y difícil decisión, que concluyó con la muerte de varios civiles afganos. Nuestro Ulises ha de enfrentarse entonces a un tribunal militar. Su vuelta precipitada provoca una tímida alegría en la familia, pues de repente este paradigma del héroe anónimo se fractura y exhibe sus debilidades morales. El abogado le sugiere obviar la cuestión ética y mostrar una inocencia ambigua, tan ambigua como la situación en sí misma. “Yo vendo absoluciones”, proclama el abogado. Y parece que la descripción de los acontecimientos pierde claridad una vez descontextualizados. Tanto la primera parte del filme como su segunda mitad brillan desde la contención; con una necesaria sobriedad, sin música, sin grandes alardes técnicos ni vertiginosos planos secuencia. La pulcra fotografía de Magnus Nordenhof Jønck se deja llevar por el recurso de la cámara en mano que tan bien funcionó en el manifiesto de Vinterberg y Von Trier. Esta es una película de personajes. Y cada plano está orquestado para manifestar el estado anímico de Claus, sus dudas y angustias tras el terrible conflicto en el que se ve atrapado. Las cuestiones éticas que sobrevuelan el aparato argumental se enuncian de manera tangencial, sin demasiada sobreexposición, a pesar de que el final ofrezca un posicionamiento mucho más claro al respecto. La virtud de Krigen es el esfuerzo por despojar de gloria, de belleza estética, un horror de semejante calibre. Los apuntes discursivos no son desplegados con toda la longitud que quien firma estas letras habría deseado encontrar; y bien es cierto que algunos de los personajes no llegan a mostrar una tridimensionalidad pulida —excepto Claus y Maria, claro está—. Sin embargo, el término medio al que llega ofrece un resultado interesante y muy bien ejecutado. Krigen enseña las costuras de un enorme y complejo sistema de tensiones geopolíticas desde los ojos del sujeto común. | ★★★ |


    Luis Enrique Forero
    © Revista EAM / Berlín


    Ficha técnica
    Dinamarca. 2015. Título original: Krigen. Director: Tobias Lindholm. Guión: Tobias Lindholm. Fotografía: Magnus Nordenhof Jønck. Música: Sune Wagner. Duración: 115 minutos. Productora: AZ Celtic Films / Nordisk Film Production. Diseño de producción: Thomas Greve. Montaje: Adam Nielsen. Diseño de vestuario: Louize Nissen. Intérpretes: Pilou Asbæk, Dar Salim, Tuva Novotny, Alex Høgh Andersen, Søren Malling, Charlotte Munck, Dilfi Al-Jabouri, Phillip Sem Dambæk, Jakob Frølund. Presentación Oficial: Mostra de Venecia 2015.


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