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    Crítica en serie: Orange is the new black (Cuarta temporada)

    Orange is the new black (Cuarta temporada)

    La vida masificada

    critica de la cuarta temporada de Orange is the new black.

    Netflix / 4ª temporada: 13 capítulos | EE.UU, 2016. Creadora: Jenji Kohan. Directores: Andrew McCarthy, Constantine Makris, Phil Abraham, Erin Feeley, Tricia Brock, Uta Briesewitz, Mark A. Burley, Lev L. Spiro, Matthew Weiner, Adam Bernstein. Guionistas: Jenji Kohan, Sara Hess, Lauren Morelli, Nick Jones, Carly Mensch, Jim Danger Gray, Jordan Harrison, Alex Regnery, Hartley Voss, Tara Herrmann. Reparto: Taylor Schilling, Laura Prepon, Michael J. Harney, Kate Mulgrew, Uzo Aduba, Danielle Brooks, Natasha Lyonne, Taryn Manning, Selenis Leyva, Adrienne C. Moore, Dascha Polanco, Nick Sandow, Yael Stone, Samira Wiley, Jackie Cruz, Lea DeLaria, Elizabeth Rodriguez, Lori Petty, Laverne Cox, Beth Fowler, Annie Golden, Laura Gomez, Diane Guerrero, Vicky Jeudy, Julie Lake, Emma Myles, Matt Peters, Jessica Pimentel, Abigail Savage, Constance Shulman, Lin Tucci, Kimiko Glenn, Emily Althaus, Blair Brown, Rosal Colon, Brad William Henke, Kelly Kabarcz, Jolene Purdy, Amanda Stephen. Fotografía: Ludovic Littee. Música: Gwendolyn Sanford & Brandon Jay con Scott Doherty.

    Jenji Kohan se lo pone cada vez más difícil a sí misma. El final de la tercera temporada de Orange is the new black, con el reflejo paralelo de la fuga de un amplio grupo de presas y la llegada de decenas de nuevas prisioneras como resultado de la masificación que trae convertir una prisión en un ente privado, nos dejó con muchas ganas de más. Lo mismo sucede con el final de la cuarta, aunque de una forma completamente distinta. No vamos a desvelar aquí el gigantesco cliffhanger con que la creadora ha decidido fundir a naranja hasta el 2017, pero es uno serio e importante, que pone colofón a la temporada más crítica y oscura, que evidencia las inconsistencias del sistema penitenciario y lo caldeado que está el ambiente racial en Estados Unidos en la actualidad. Pero antes de llegar a eso, Kohan toma el camino más espinoso pero a la larga el más satisfactorio creativamente: lidiar de frente con las situaciones límite que planteó. Sin elipsis ni deus ex machina que valgan, cada acción se retoma hasta volver a alcanzar una sombra de normalidad para los personajes. Pero los guionistas ya están haciendo su trabajo de plantadores de semillas con paciencia y talento, de ahí que cuando terminan los trece episodios uno se da cuenta de que la mayoría de lo que se ha desarrollado ya estaba presente, y lo único que se ha hecho es esperar con cuidado hasta el momento adecuado.

    También influye en todo esto el hecho de ser una serie muy coral, que centra su mirada de grupo en grupo y de personaje en personaje, teniendo que servir a muchos fijos pero casi el triple de recurrentes, y más con las nuevas incorporaciones o los bienvenidos regresos. Es un equilibrio muy complicado y que Kohan no puede honrar del todo, de ahí que personajes como Chong, Norma o Daya tengan tan poco material. Hay muchísimos frentes abiertos en esta comedia carcelaria, muchas subtramas en pleno funcionamiento desde hace tiempo y que deben respirar para que la sensación de credibilidad que todo desprende no se desmorone, ya que al fin y al cabo lo que Orange is the new black cuenta son historias de seres humanos, y lo que hace con su estructura de flashbacks y gigantescas elipsis es mostrarnos pedacitos de vida para que saquemos las conclusiones pertinentes sobre caracteres y personalidades, o para que entendemos las circunstancias que llevaron a cada una de las presas a estar en Litchfield. El criterio para mostrar el pasado de quién en cada episodio viene delimitado por la narración general de la serie y es difícil de predecir, pero ha habido una evolución muy interesante con el recurso, ya que ha pasado de servir para unas circunstancias criminales “justificadas” a ser la descripción de un pasado criminal sin justificación alguna o una exploración de unas determinadas situaciones que ayudan a entender mejor el presente de lo que sucede en la cárcel. Por fin se resuelve uno de los grandes misterios de la serie, y en People Persons (4.11) sabremos cómo acabó en la cárcel uno de los personajes más fascinantes de la serie, y del que tras cuatro temporadas en esencia apenas sabemos nada: Suzanne (la multipremiada y muy talentosa Uzo Aduba).

    Orange is the new black (Cuarta temporada)

    «Orange is the new black sigue sorprendiendo por la frescura de sus historias tras 52 entregas. Su devenir es imprevisible y su compromiso con la verdad y la emoción, sin dejar de lado el humor, es loable porque no toma hatajos fáciles. No es nada obvia cuando habla de sentimientos y aunque no puede tratar por igual a todos sus personajes, por pura imposibilidad temporal, mueve las fichas narrativas con maestría hasta crear situaciones climáticas de infarto».


    El enfoque crítico de esta temporada viene dado por la trama que empezó en la anterior, el tratamiento de la cárcel como una empresa privada, abordada pensando antes en abaratar costes y con un cuerpo ejecutivo que toma decisiones desde sus brillantes despachos. Como punto intermedio el personaje de Caputo (estupendo Nick Sandow), que coquetea con el lado más despiadado de su nueva posición y se debate entre lo moral y lo cómodo –esa visita a la feria de exposiciones para productos carcelarios no tiene desperdicio–. En una serie tan marcada por el sino de lo femenino, es refrescante que un hombre sea tan explorado a conciencia, y Kohan lo usa para evidenciar lo corrupto del sistema y lo sencillo que es dejarse llevar por esta tendencia, porque lo contrario es mucho más trabajoso. Lo fascinante de esta mirada es que es una de acción-reacción, de teoría vista en la práctica de la prisión, con guardias contratados sin evaluar su psicología o presas usadas como mano de obra barata. Aunque pueda no parecerlo al leer esto, la serie se las ingenia para seguir siendo desternillante y extraer comedia de situaciones absurdas, amén de sus diagnósticos de la naturaleza humana. La emoción va de la mano de las risas, de ahí que Orange is the new black sea Drama para algunos premios y Comedia para otros. Se mueve en la zona gris del tono que tiene la vida, donde nada sucede en un extremo todo el tiempo.

    La serie tiene demasiados personajes como para ponerse a destacar el viaje en concreto de alguno sin que sin pretenderlo se esté despreciando a otro, así que basta con decir que aquellas y aquellos que reciben el foco de la atención en estos trece episodios viven experiencias intensas y atractivas, potenciadas por el talento de un elenco que ya ha recibido dos merecidos premios de la Unión de Actores como Mejor reparto en Comedia. Es una escuela interpretativa muy variada, que mezcla experiencia y espontaneidad, que tiene algunos eslabones débiles (Danielle Brooks, Dascha Polanco) y otros muy fuertes (Kate Mulgrew, Yael Stone), pero que como conjunto funciona en una lograda coreografía de golpes cómicos y dramáticos. De subtramas que nacen y se cruzan en distinto grado, pero que transcurren paralelamente en ese penal que funciona como un perfecto microcosmos del mundo, con sutiles o directas trasferencias de poder, diferentes estratos sociales –toda la trama de Judy King– y la posibilidad de desconectar de una dura realidad, ya sea con narcóticos o con sexo. Renovada hasta su séptima temporada, en una jugada sorprendente pero que revela la fe de Netflix en Jenji Kohan y la gran popularidad y expectación que despierta la serie, Orange is the new black sigue sorprendiendo por la frescura de sus historias tras 52 entregas. Su devenir es imprevisible y su compromiso con la verdad y la emoción, sin dejar de lado el humor, es loable porque no toma hatajos fáciles. No es nada obvia cuando habla de sentimientos (¿alguien podría haber predecidido esa última imagen de Healy?) y aunque no puede tratar por igual a todos sus personajes, por pura imposibilidad temporal, mueve las fichas narrativas con maestría hasta crear situaciones climáticas de infarto. Todo tiene cabida en este curioso cajón de sastre, porque lo que contiene es a la humanidad en toda su gloria e imperfección. Lo que ofrece no lo tiene ninguna otra “dramedia” negra, y eso no lo pueden decir muchos productos. | ★★★★ |


    Adrián González Viña
    © Revista EAM / Sevilla


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