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    Crítica | Invisibles

    Time out of mind

    La jungla de asfalto

    crítica de Invisibles (Time out of mind, Oren Moverman, EE.UU, 2015).

    Guionista de obras como I’m Not There (2007) de Todd Haynes o Love & Mercy (2014) de Bill Pohlad –por citar dos de las cintas más célebres en las que ha intervenido–, la breve carrera como director de Oren Moverman se ha caracterizado por mostrar el lado más oscuro de la sociedad estadounidense. No es de extrañar, por tanto, que en sus filmes, que orbitan en torno a la psicología de unos personajes complejos, abocados a situaciones delicadas e inmersos en ambientes que los definen tanto como los limitan, aparezcan actores del talento de Woody Harrelson, Robin Wright, Sigourney Weaver, Steve Buscemi, Samantha Morton o Ben Foster, y que incluso haya contado en una de sus películas con la participación como coguionista del mismísimo James Ellroy. Invisibles –título español del original Time Out of Mind– no es ninguna excepción al respecto. Pieza iniciada in media res y con un final abierto, narra varios días de la vida de George (Richard Gere), un vagabundo que deambula por las calles de Nueva York en busca de su identidad perdida, tanto explícita como metafóricamente hablando. Y es que al principio del relato se nos indica que ha traspapelado –o le han robado– cualquier tipo de documento de identificación, motivo por el que resulta “invisible” ante las autoridades y se ve obligado a iniciar unas intrincadas pesquisas burocráticas para lograr recuperar su propio nombre. No es casualidad que se difiera al espectador el conocimiento del nombre del protagonista, y que ello coincida con su primer contacto con el Estado: la acogida en un refugio para hombres sin techo. Pero es que también acompañaremos a George en su particular proceso de epifanía, que pasará por encontrarse a sí mismo a nivel personal; por reconocerse en el hombre con esposa, hija y trabajo que una vez fue; por salir del aturdimiento que le ha impedido admitir el paulatino declive que le ha llevado a donde ahora se encuentra: sin trabajo, sin casa, sin ambiciones, sin lucidez mental y sin poder resistirse al alcohol.

    Ante este delicado material de partida, obra del propio realizador junto a Jeffrey Caine, el gran acierto de Moverman ha sido optar por una narración desapasionada, casi clínica, que sabe eludir tanto la prédica de crítica social explícita como el melodramatismo hollywoodiense. De ahí que, sabiamente, el suceso más trágico de la historia sea narrado en elipsis; o que George permanezca durante gran parte del metraje en silencio y sean otros personajes quienes pongan voz a su propio calvario. No en vano, es en la plática aparentemente errática de su colega de refugio Dixon (Ben Vereen) donde se recoge el desamparo y la insolidaridad que marcan las vidas de los más débiles dentro del sistema capitalista. Por otro lado, el filme también pivota en torno a la ciudad de Nueva York, marco donde transcurre la acción y el otro gran protagonista del discurso desde el mismo primer plano de la cinta, en el que las esbeltas figuras de los rascacielos, con el frenético rumor de la vida en la metrópolis de fondo, se avistan a través de una ventana desde el interior de una destartalada vivienda, como una vaga amenaza. Si a ello le sumamos esa cualidad de la figura del homeless de resultar “invisible” –o, al menos, de parecer que lo es– para las personas que siguen viviendo dentro de la normalidad social, deviene una auténtica lección de realización que la película abunde, tanto en planos generales tomados desde lo alto, en los que las personas parecen seres sin auténtica realidad, como en encuadres laterales o impedidos por objetos –la reja de un metro, una columna, las luces de un escaparate, las puertas de un edificio…–, recurso que evidencia el involuntario papel de antagonista que asume la ciudad, verdadera “jungla de asfalto” en la que se ven atrapados, en pequeñas cárceles individuales, las víctimas del naufragio del sueño americano.

    «Invisibles es una inteligente propuesta, cargada de sutileza y honestidad, que aspira a retratar una realidad sin estridencias y sin moralismos».


    Pero hay más: de forma recurrente a lo largo de la pieza asistimos a diálogos fragmentarios de personajes completamente anónimos, de los que a menudo ni siquiera conocemos el aspecto, solo su voz. En contraposición al reconcentrado silencio de George, esas palabras sin rostro y sin ilación carecen de sustancia, nos recuerdan la vacuidad de las costumbres socialmente sancionadas y cuestionan la cordura, y también la locura, de los que se atienen a ellas y de los que viven al margen. En definitiva, Invisibles es una inteligente propuesta, cargada de sutileza y honestidad, que aspira a retratar una realidad –y, a partir de ahí, a transmitir una idea– sin estridencias y sin moralismos, empleando algunas técnicas del cinéma verité (como la ausencia de música extradiegética), de forma que se encuentra más próxima, por poner dos ejemplos significativos, a Sin techo ni ley (1985) de Agnès Varda que a El solista (2009) de Joe Wright, por mucho que insinúe una imprecisa vía de escape de ese infierno cerrada desde el principio a la protagonista del clásico de la directora belga. | ★★★ |


    Elisenda N. Frisach
    © Revista EAM / Barcelona


    Ficha técnica
    Estados Unidos, 2014. Título original: Time Out of Mind. Director: Oren Moverman. Guión: Oren Moverman, Jeffrey Caine. Producción: IFC Films / Cold Iron Pictures / Lightstream Pictures. Fotografía: Bobby Bukowski. Edición: Alex Hall. Diseño de vestuario: Catherine George. Intérpretes: Richard Gere, Ben Vereen, Jena Malone, Kyra Sedgwick, Jeremy Strong, Michael Kenneth Williams, Yul Vazquez, Coleman Domingo, Geraldine Hughes, Steve Buscemi. 117 min.

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