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    Crítica | El movimiento

    El movimiento

    Luz y oscuridad; civilización y barbarie

    crítica de El movimiento (Benjamín Naishtat, 2015).

    El primer largometraje de Benjamín Naishtat es un original ensayo poético acerca de las relaciones entre los hombres en la Argentina del 1835. La arriesgada propuesta del director porteño busca revisitar la constitución del pasado legendario argentino, la época de la fundación mítica de la nación. Para hacerlo, se aleja de cualquier pauta realista: construye su propio universo, en blanco y negro, con oscuridades profundas y con atmósferas casi teatrales. El juego de iluminación es el elemento principal de una estilización que supera cualquier límite establecido por la verosimilitud: Naishtat crea su propio espacio-tiempo en función del efecto que busca generar. Ciertamente, los primeros planos del basto rostro de Pablo Cedrón remarcado por un fondo absolutamente negro impiden que el espectador pueda observar el entorno. La película no recrea las grandes acciones heroicas de los próceres —por algo no está ambientada en la época de la independencia—, sino las expresiones toscas de los hombres de la política posterior a 1810: hombres de la tierra, de la violencia, demagogos y delirantes de poder y revoluciones sangrientas.

    «Argentina, 1835. Anarquía. Peste», se lee en el primer subtítulo del largometraje. Se presenta la gran metáfora del filme de Naishtat: la peste. Esta condición adquiere, a lo largo de la película, un alcance que supera el del significado principal: la peste no lo es solo de los cuerpos, sino de la tierra, de las almas, de la razón. La peste es el sinsentido con el que el espectador se encuentra tras asistir a un nuevo acto violento de los grupos de soldados rebeldes contra un inocente. Peste es la terrible falta de concordancia entre el discurso de los “hombres de política” y sus acciones: demagogia vacía y disparatada. En este sentido, El movimiento es un ensayo de actualidad, pues el presente —y el futuro— repite el pasado, o más bien, el pasado (una idiosincrasia, una forma de hacer política) determina el presente y el futuro. Desde el famoso Facundo del escritor y político Domingo Faustino Sarmiento, la historia argentina y el imaginario político del país han estado atravesados por la oposición civilización/barbarie. A lo largo de los distintos períodos, los pensadores han reformulado el binomio, para hacer visible los presupuestos epistemológicos que funcionaban a la hora de su constitución. La cinta de Naishtat retoma el contraste entre ambas nociones al vincularlas con otros dos conceptos antagónicos: la luz y la oscuridad. En efecto, los hombres uniformados que dicen traer la civilización al iluminar —a fuerza de cañonazos—el caos establecido por los indios y los grupos anarquistas, resultan, tal como los muestra la cámara del director, verdaderos bárbaros, cuyos desvaríos por el poder y por la defensa de lo propio los llevan a realizar prácticas de una violencia inhumana. Por otro lado, se observa durante el largometraje, una presencia primordial de las sombras —hijas bastardas de la lucha entre la luz y la oscuridad—, que funcionan como espejos, siluetas de los cuerpos y su interacción. Las sombras reproducen la violencia en una dimensión de mayor distorsión y confusión, aportando a la naturaleza alucinante de las imágenes.

    El movimiento

    «La cámara de Naishtat es osada pero convence; su propuesta resulta estimulante, productiva, y estilísticamente acertada».


    Ahora bien, si la película de Naishtat comprende un indudable contenido social y político, no llega a él a través de las formas tradicionales —el realismo, el documentalismo o la narratividad tradicional en el caso de las obras ficcionales—, más bien a partir de un estilo lírico, altamente subjetivo, personal y, por momentos, casi onírico. Como se ha dicho, el filme construye un universo en diálogo con el presente y con el gran relato de la historia argentina tal como se cuenta en los colegios. La fotografía de Yarará Rodriguez, articulada sobre un principio de ausencia de color que resalta el contraste de las sombras, es sorprendente. Esto se ilustra con la escena introductoria al personaje de Cedrón: los pocos soldados que quieren refundar El Movimiento, pequeño levantamiento guerrillero contra el anarquismo y la barbarie, se encuentran cenando con un paisano, e intentando convencerlo para aportar a la causa. El único objeto iluminado del plano es la mesa: no hay suelo ni paredes ni techo. El espacio se destruye, se reduce a la inmediatez del primer plano. La sensación es de una realidad carente de contexto, condensada en los gestos de los personajes distorsionados y remarcados por un zoom inmisericorde. Lo lírico de la puesta en escena consiste en el juego de luces y sombra, que hace del espacio una noche eterna, absoluta. Es irónico que, al describir los objetivos de su Movimiento, el protagonista diga: «A nosotros nos guía la luz». La ironía la conforma la oscuridad que se cierne sobre la pampa argentina y los hombres, que, como almas condenadas, se encuentran extraviados en ella, presos de sus desvaríos y ensueños. La película nos depara una sorpresa más cuando, hacia el final, tras haberse conformado un universo marcadamente ficcional, encontramos una serie de “entrevistas”, realizadas a las personas que acaban de escuchar el acto oficial de reinstitución del Movimiento, encabezado por el personaje de Cedrón. Los actores observan a la cámara y responden a una serie de preguntas tácitas. En su opinión, el hombre que ha hablado les ha otorgado la posibilidad de hacer algo bueno por la nación, pues ha llegado a cambiar el destino de sus tierras. Unos testimonios que contrastan con el mensaje del cierre  —que constituye una ruptura inesperada del verosímil genérico que se venía utilizando— que expresa el conflicto social del campesino, por siempre iletrado y sometido a la voluntad y la demagogia de la política.

    La revisión de Naishtat puede parecer, en primera instancia, algo pretenciosa. Siendo su primer largometraje, la intención de utilizar el mito más importante de la historia nacional es, sin duda, arriesgada. Los riesgos que se toman son muchos: se trabaja en un territorio donde muy pocas obras del cine nacional han dejado algo destacable lejos de los lugares comunes y los personajes unidimensionales. En el caso de El movimiento, la versión altamente subjetiva del mito resulta, al menos, pertinente. El tratamiento vanguardista del joven director encuentra justificación en un proyecto estilístico concreto: hacer dialogar al mito nacional con el presente político/social, y romper la exclusividad del relato heroico de la construcción de la nación (cuyas manifestaciones más representativas son las marchas patrióticas, que cantan las batallas triunfantes de los próceres de la patria). La cámara de Naishtat es osada pero convence; su propuesta resulta estimulante, productiva, y estilísticamente acertada. | ★★★ |


    Franco Denápole
    © Revista EAM / Festival de Mar del Plata


    Ficha técnica
    Argentina, 2015. Título original: El movimiento. Director: Benjamín Naishtat. Guión: Benjamín Naishtat. Música: Pedro Irusta. Fotografía: Yarará Rodriguez; Productoras: Pucará Cine / Varsovia Films / Jeonju Cinema Project; Reparto: Pablo Cedrón, Céline Latil, Francisco Lumerman, Marcelo Pompei, Alberto Suárez.

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