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    Crítica en serie | Happyish [1 temporada]

    Happyish

    Cañonazos de vitriolo contra la sociedad

    crítica a Happyish (2015-) | Primera temporada.

    Showtime / 1ª temporada: 10 capítulos | EE.UU, 2015. Creador: Shalom Auslander. Directores: Ken Kwapis, Gail Mancuso, Ken Whittingham, Andrew McCarthy, Jesse Peretz. Guionista: Shalom Auslander. Reparto: Steve Coogan, Kathryn Hahn, Sawyer Shipman, Bradley Whitford, Carrie Preston, Nils Lawton, Tobias Segal, Hannah Hodson, Sean Kleier, Molly Price, Lauren Culpepper, Andre Royo, Ellen Barkin, Kevin Kilner, Reshma Shetty, Marsha Stephanie Blake. Fotografía: Ben Kutchins. Música: Nathan Larson.

    Conforme avanzan los episodios de esta corrosiva y estimulante Happyish, uno va viendo el nombre de su creador, el novelista Shalom Auslander, como guionista de cada entrega, hasta que acaba por preguntarse si es que Auslander será el único firmante de la serie. Cuando termina la temporada, la sospecha se confirma, y más que eso, tiene además todo el sentido del mundo que lo sea. Porque Happyish tiene una voz autoral tan potente, tan distinta y poderosa, que tiene que ser complicado que más gente pueda verbalizar con tanta agresividad y pertinencia los pensamientos del creador. Está claro que esta divertida comedia, misántropa hasta la extenuación, es el escaparate para exponer una visión del mundo actual muy negativa, en constante cabreo pero que a la vez rezuma inteligencia. Una visión donde el cinismo del mundo de la publicidad es la opción perfecta para mirarlo todo desde una perspectiva que desdramatiza y se presta a la relativización constante. Auslander habla a conciencia y con desprecio de un mundo profesional que comprende una máxima, o al menos intenta hacerlo, y es que todo se puede vender, los valores son para jugar con ellos y apelar al público consumidor. Al entrar en la cuarentena y ver cómo su empresa pasa a contar con las reformas de dos veinteañeros suecos, Thom Payne (estupendo Steve Coogan, perfecto para el papel) empieza a cuestionarse con insistencia la idea de la felicidad y si la ha logrado en su vida. Esa búsqueda, tan frustrante como hilarante, será lo que dé motor y sentido a la temporada.

    Esto se contrapone, curiosamente, con la reivindicación de la familia y el amor como lo único bueno y positivo que existe en este mundo tan terrible. Llama la atención que una comedia como Happyish tenga en el centro uno de los matrimonios más sólidos de la televisión actual, en un momento donde la gran norma es escarbar en las miserias maritales y demostrar que no hay tanto amor como complacencia. Lee y el pequeño y frágil Julius son la gran razón de ser de Thom, el motivo por el cual sigue respirando en un universo tan viciado, donde todo está corrompido. El análisis que hace el creador y único guionista no deja títere con cabeza, y aunque seguro que muchos no comulgan con sus diagnósticos y estilo (debe ser una de las series con mayor número de palabrotas por escena), no se pueden negar sus raciones de certeza, como las referidas a las pretensiones intelectuales exhibidas más de cara a la galería o la vacua sabiduría que se borda en bolsos de mano, por poner solo un par de ejemplos. La serie muestra el duro trabajo de la gente que trabaja en estos mundillos, o incluso de aquellos que solo intentan existir, vivir el día a día sin derrumbarse (el viaje al centro comercial de Lee y Bella, la capacidad de Jonathan de adaptarse a lo nuevo aunque lo odie).

    Happyish

    «Hablamos de una serie con una poderosa variante onírica que proporciona grandes momentos –gracias en parte a la magia de la animación para adultos– como transparente metáfora».


    El problema de Thom, y esto es algo extensible a cualquier espectador, es que se cuestiona si la vida puede ofrecer algo más de lo que ya le ofrece o si ha alcanzado su cupo; si las grandes verdades establecidas tienen algo de ciertas o son consignas que nos repetimos sin pensar (de ahí los ataques frontales a personalidades o ideas concretas que abren algunos capítulos). El protagonista tiene una esposa y un hijo a los que quiere y que le quieren, un trabajo que le permite vivir de manera holgada y buenos amigos con los que compartir su visión del mundo. A su vez, su entorno es agresivo, siente el peso de la edad y ve cómo se da culto a cosas equivocadas, en detrimento de algunas verdaderamente importantes. Auslander no trata de ocultar en ningún momento que la apuesta vital de los Payne es la que comparte, de ahí que los emplace en esa cabaña perdida de cuento en medio de ninguna parte y que el resto de personajes sean tan miserables y odiosos, una descripción que a veces suena completamente reconocible pero que otras es exageración maniquea. No hay sutileza en Happyish, y eso juega en su contra. Aunque es admirable su apuesta por no hacer amigos en ningún campo y atacar algunos puntos cómo lo hace, y la libertad que da trabajar en premium cable para decir lo que quieran de marcas y productos sin ponerse frenos. Hablar de la potencia de marca de Estado Islámico y de cómo el miedo es la mejor forma de hacer que las cifras de jóvenes apuntados al ejército vuelvan a subir.

    Showtime todavía no se ha pronunciado sobre el futuro de Happyish, que recordemos nació como un proyecto a protagonizar por Philip Seymour Hoffman, cuya muerte paralizó los planes de continuar durante un año. La química entre la pareja protagonista es magnífica y lo que el creador está diciendo sobre el estado de las cosas es pertinente, además de la ventaja añadida de que lo dice con humor, algo siempre bienvenido. Hablamos de una serie con una poderosa variante onírica que proporciona grandes momentos –gracias en parte a la magia de la animación para adultos– como transparente metáfora. Sus ataques contra la religión, la sociedad de consumo y los mensajes Disney se combinan con el desalentador realismo de sus diagnósticos (a veces con la ayuda de estrellas del porno o manchas en los calzoncillos), creando una comedia que deja algo magullado pero que tiene su pequeño corazón en la unidad de la familia que se quiere, el último refugio para un hombre que se cuestiona si es feliz. | ★★★ |


    Adrián González Viña
    © Revista EAM / Sevilla



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