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    Cineclub | La escopeta nacional (1978)

    La escopeta nacional (1978)

    La caza de la perdiz

    La escopeta nacional (Luis García Berlanga, 1978).

    El cine español no podría entenderse sin la inestimable aportación del director valenciano Luis García Berlanga. Aunque su currículum contara únicamente con 17 títulos, éstos han quedado para la posteridad, formando una de las obras más personales y brillantes de nuestra cinematografía. También valientes, porque supieron esquivar con suma inteligencia a la temible censura durante la dictadura franquista, sin dejar de esconder una gran carga de crítica social y política en cada una de las historias que nos contaron, algunas de ellas (las más célebres) con el sello inequívoco de Rafael Azcona en el guión. Desde su notable debut con Esa pareja feliz (1951), codirigida junto a otro grande como Juan Antonio Bardem, Berlanga se convirtió en un asiduo en festivales tan prestigiosos como los de Cannes, Venecia o Berlín, gracias a títulos como ¡Bienvenido, Míster Marshall! (1953), Calabuch (1956), Plácido (1961) —con el que representó a España en los Óscars—, El verdugo (1963) o ¡Vivan los novios! (1970). Películas muy corales, con repartos formados por lo más granado de nuestro particular star system de andar por casa —si de algo podemos presumir en España es de haber contado con una galería tan nutrida de formidables intérpretes de los llamados característicos, esos que hacían suyo el lema de que no hay papel pequeño, sino actores pequeños—, que, a través de un sentido del humor entre irónico y ácido, no dejaron títere con cabeza a la hora de representar en pantalla temas como la crisis económica, la xenofobia, la falsa caridad cristiana, el fanatismo religioso o la pena de muerte, haciendo perfectas radiografías de la sociedad en cada momento.

    Tras la muerte de Franco, en 1975, Berlanga vio el camino libre para realizar un cine mucho más explícito, sin necesidad de disfrazar sus diálogos y situaciones de dobles lecturas. Es aquí cuando, lejos de la sutileza de sus grandes obras maestras, el realizador se embarcó en el rodaje de La escopeta nacional (1978), comedia coral con guión escrito a cuatro manos junto a Azcona, que se inspiraba en las famosas y criticadas cacerías que solía organizar el generalísimo Franco en El Pardo, a las que eran invitados personajes influyentes de la sociedad, como ministros, banqueros o ricos empresarios, y donde se tomaban algunas de las decisiones políticas y económicas que afectaban al país. En la película en cuestión, una cacería organizada en la finca madrileña “Los tejadillos” del extravagante marqués de Leguineche es la anécdota que sirve de oportunidad para hacer un certero retrato de un grupo de estos estrafalarios personajes durante el invierno de 1972, en la última etapa del régimen franquista. El personaje principal es Jaume Canivell, un industrial catalán algo gafe y muy trepa que se presenta en la finca acompañado por su secretaria / amante (a la que hace pasar por esposa, por aquello de no herir “susceptibilidades”) con la intención de encontrar quien le financie su proyecto de fabricar unos porteros automáticos. El recientemente fallecido José Sazatornil realizó con este personaje su trabajo más celebrado, caracterizado por un exagerado acento catalán y muy bien respaldado por la estupenda Mónica Randall, con la que tiene una excelente química. Alrededor de ellos dos, se presenta una auténtica fauna de personajes mezquinos, egoístas y ridículos, que dejan en muy mal lugar a la alta burguesía, los políticos y el clero de la época en que gobernaba, con mano dura, el caudillo.

    La escopeta nacional (1978)

    «La escopeta nacional, bajo su apariencia anárquica y desordenada, oculta una de las comedias más inteligentes, incisivas y sangrantes del cine español de la década de los setenta». 


    El patriarca de los Leguineche, el marqués Don José (descacharrante Luis Escobar), es un viejo déspota, tacaño —capaz de contar cada huevo que pone sus gallinas, desconfiando de que se lo robe el servicio— y caprichoso, que guarda como oro en paño una preciada colección de pelos de coño de sus numerosas conquistas de juventud. Estas aficiones tan calenturientas han sido heredadas por su hijo Luis José (José Luis López Vázquez), cuya mayor ocupación es la de andar masturbándose por los rincones de la casa, en compañía del criado Segundo (Luis Ciges), mientras espía a las invitadas. Por esta intensa e inolvidable jornada de cacería de perdices, teóricamente pagada por el señor marqués —la realidad es que cada convidado al evento desembolsa 500 de las antiguas pesetas por cada ave muerta—, también desfilarán otros personajes secundarios (todos con su momento de lucimiento, ya que Azcona y Berlanga eran unos maestros a la hora de hacer que brillara hasta el último de los figurantes) como el ministro de Industria Don Álvaro (Antonio Ferrandis), primer objetivo del olfato para los negocios del catalán y con una clandestina relación sentimental con Vera del Bosque (muy bien Bárbara Rey autoparodiándose), una sensual actriz que es capaz de venderse al mejor postor por un papel protagonista en cine; Cerrillo (Rafael Alonso), el organizador de eventos; el malhumorado Padre Calvo (¡qué bien se le daban estos roles al gran Agustín González!), franquista de pura cepa, capaz de llegar a las manos con otros cazadores por una perdiz y pronunciar frases tan lapidarias como “lo que yo he unido en la Tierra no lo separa ni Dios en el cielo”; o Chus “La Rota” (magnífica Amparo Soler Leal), la esposa de gran carácter del hijo del marqués, que tapa con un parche el ojo que perdió a consecuencia de un desgraciado accidente.

    La escopeta nacional, bajo su apariencia anárquica y desordenada, oculta una de las comedias más inteligentes, incisivas y sangrantes del cine español de la década de los setenta. Como en todas las películas corales de su realizador, los diálogos entre diferentes personajes se cruzan entre sí dando una sensación de caos e improvisación que puede hacer que el espectador necesite más de un visionado para poder captar todos sus chistes y la gran cantidad de mala baba que destila cada escena. El filme, sencillamente, no es otra cosa más que una brillante sucesión de situaciones hilarantes en las que se ve inmerso el desdichado Jaume en su imposible cruzada por instaurar su adelanto tecnológico en los hogares españoles. En este aspecto, resulta especialmente memorable el surrealista pasaje del “secuestro” de Vera del Bosque a manos de Luis José en la casa del servicio, donde se atrinchera con la intención de convertirla en su esposa. Por giros de los acontecimientos, Jaume se tendrá que hacer pasar por un productor de cine que le promete a la actriz (con una acentuada tendencia al masoquismo en la cama, todo hay que decirlo) el papel de su vida, propiciando el consecuente enredo de personalidades. La accidentada misa en la capilla de la finca, en donde Jaume ejerce también de ayudante del capellán, o la partida de bingo con premio de ida y vuelta —es tradición donar el dinero ganado a los pobrecitos—, son otras destacables muestras de humor berlanguiano en estado puro. Un humor, sin embargo, que no camufla la pesimista visión de aquel periodo de caciquismo de nuestro país, perfectamente resumida en la frase/moraleja con la que se cierra la historia: «Ni fueron felices ni comieron perdices... desgracia habitual mientras existan ministros y administrados», y que, a día de hoy, en plena crisis económica, parece cobrar mayor vigencia. La escopeta nacional es, por ello, una obra atemporal, quizá menor dentro de la filmografía de Berlanga, pero sí muy importante dentro del cine facturado en la península. Sus magníficos actores, sus afilados diálogos y algún que otro memorable plano secuencia del que el cineasta se reconoció especialmente orgulloso —aquel de 10 minutos en el hall en donde se suceden, continuamente, las entradas y salidas de diferentes personajes— fueron algunas de las piezas claves para el enorme éxito, tanto de crítica como comercial (más de dos millones de espectadores acudieron a los cines) de la cinta. Tanto que decidieron que la familia Leguineche protagonizara dos títulos más que conformaran la conocida como “trilogía nacional” de Berlanga: Patrimonio nacional (1981) —ambientada en la primavera de 1977 tras el fin del régimen franquista— y Nacional III (1982), desternillante colofón que mostraba a los Leguineche tratando de sacar su dinero de España tras el golpe de Estado del 23-F, con los socialistas a punto de ganar las elecciones. Una trilogía, sin duda, de visión obligada para conocer un poco más a esos personajes de la peor calaña que se enriquecieron, durante tantos años, a costa de los más pobres, y que se resistían a aceptar que los tiempos de dictadura, afortunadamente, comenzaban a quedar atrás.


    José Antonio Martín
    © Revista EAM / Madrid


    Ficha técnica
    España. 1978. Título original: La escopeta nacional. Director: Luis García Berlanga. Guión: Rafael Azcona, Luis García Berlanga. Productores: José Manuel M. Herrero, Alfredo Matas. Productora: Incine. Fotografía: Carlos Suárez. Montaje: José Luis Matesanz. Diseño de producción: Félix Murcia. Reparto: José Sazatornil, Mónica Randall, Antonio Ferrandis, Luis Escobar, José Luis López Vázquez, Amparo Soler Leal, Antonio Ferrandis, Rafael Alonso, Bárbara Rey, Conchita Montes, Luis Ciges, Chus Lampreave, Rosanna Yanni, Laly Soldevila, Andrés Mejuto, Mimí Muñoz, Fernando Hilbeck, Zelmar Gueñol, Félix Rotaeta, Elsa Zabala, Antonio P. Costafreda, Maribel Ayuso, Pedro del Río.

    Cartel: La escopeta nacional (1978)
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