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    Crítica | Felices 140

    Felices 140

    La amistad acarrea deudas

    crítica a Felices 140 (Gracia Querejeta, 2015)

    El cine de Gracia Querejeta es uno particular, que trata historias no especialmente transitadas por el cine hecho en nuestro país. No hablo de los temas, ya que en esencia no hay tantos en la cinematografía mundial, sino los marcos que suele crear para hablar de esos temas. Las historias que la cineasta y sus co-guionistas inventan desde cero (a excepción de la novela de Javier Marías que dio origen a El último viaje de Robert Rylands (1996), de título Todas las almas y cuya polémica adaptación llevó a Marías y los Querejeta a los tribunales) son, como mínimo, siempre atractivas. Que el desarrollo posterior sea mejor –Siete mesas de billar francés (2007)– o peor –Cuando vuelvas a mi lado (1999), irónicamente una de sus cintas más celebradas y la que la acercó a los Goya más importantes por primera vez– es otra cuestión, pero sus puntos de partida son interesantes, incitan a ver lo que nos cuenta cada vez. Y es que muchas veces la mujer gusta de plantear lo que podríamos denominar “misterios con sentimiento”. Esto es, historias con sorpresa o enigma dentro pero que no son una intriga o relatos de suspense, sino cuentos de emociones que no se tratan con claridad desde un comienzo. La premisa de Felices 140, desde ya uno de los mejores trabajos de su directora, se inscribe sin problemas en lo dicho. A saber, la historia trata de cómo una mujer reúne a sus amigos y familia en una paradisiaca casa en las Islas Canarias, un viaje que ha costeado ella misma. En la cena, y tras una ronda de confesiones por parte de cada uno de los invitados, la mujer anuncia que ha ganado 140 millones en el Euromillón, y los deja a todos boquiabiertos. A la vez, la acción del film se ve interrumpida de vez en cuando por extractos de un reportaje televisivo que perfilan progresivamente el desenlace de la historia, un recurso útil pero que anula toda ambigüedad.

    En la reacción inmediata a la buena nueva de Elia (una Maribel Verdú magnífica, para la que Querejeta y su co-guionista Santos Mercero han escrito un gran personaje), todo es risa, jolgorio, canciones (gran momento alrededor del piano, de contagiosa alegría) y... ¿náuseas? Y es que, por supuesto, no vendría mal un préstamo para echar una mano a un amigo, o una inversión para sacar adelante un proyecto, o una toma más activa en las responsabilidades familiares, que al fin y al cabo son dos hermanas. Las confesiones hechas en la cena antes de la sorpresa, con utilidad futura en la trama, empiezan a germinar en las dinámicas de los personajes, que ya se han visto bastante definidas hasta ese momento, bien avanzado el metraje. En esta más que notable Felices 140, Gracia Querejeta logra la difícil contienda de dar la sensación de cambio en su cine para en realidad seguir puramente en él. Tras la floja 15 años y un día (2013), era imperante que descansara el asfixiante mundo de los conflictos familiares como tema obsesivo sobre el que volver siempre, y aunque aquí está presente en una subtrama (las presiones familiares y reproches que no pueden sino acabar explotando entre las hermanas Elia y Caty), de lo que se habla más bien es de personajes con problemas e inseguridades y de los frágiles que son nuestras existencias, de la amistad sometida a unas circunstancias límite, que es mejor no desvelar. Pero lo mejor es que se hace de una forma más interesante de lo habitual en el cine de la directora, a través de una situación tan atractiva que facilita la implicación del espectador, uno de esos conflictos donde casi nos vemos obligados a tomar partido.

    Felices 140

    Felices 140 no puede dejar indiferente, y es que la cuestión del dinero nunca lo hace. El tono irónico y distanciado con que está contada la peripecia revela que Querejeta y Mercero se están divirtiendo de lo lindo planteando este asunto en un escenario único del que los personajes no saldrán, aunque lo intenten. Un paraíso bañado en sol y agua fresca que se convierte en infierno con comida fría y alcohol en las venas, y unos personajes que sabiamente han expuesto sus miserias y dinámicas interpersonales antes de que Elia anuncie el premio y revele sutilmente sus intenciones ocultas. Lo que sigue es un par de noches de pesadilla mientras la avaricia hace que el grupo se resquebraje y vuelva a unirse de manera atroz poco a poco, dejando en los huesos una cuestión básica y cargada de moral con una serie de conversaciones cuyo objetivo final no es otro que el autoconvencimiento. Una cuestión que cala hondo y que no podría tener tanta fuerza sin un reparto espléndido, donde desde Verdú hasta el joven Marcos Ruiz (siempre es complicado encontrar un intérprete adolescente que suene natural, aunque en España tenemos una buena cantera en ese sentido) dan alma a las luces y sombras de sus personajes. Es un lujazo ver a gente como Nora Navas, Eduard Fernández (esa última sonrisa y mirada que cruza con Verdú es impagable) o Antonio de la Torre obrar su magia, y combatir con fiereza una vez la acción se torne despiadada y las sentencias corten como cuchillos.

    Si el resultado final funciona como lo hace, con una solidez apabullante, es porque cuenta con la base de un guión notorio, con algún que otro diálogo brillante y una mano maestra para la réplica en plenas discusiones. La puesta en escena es quizá demasiado funcional, como si Juan Carlos Gómez se limitara a resaltar la vistosa paleta de colores y dejar espacio para que el reparto brille, pero a veces logra informar sin necesidad de verbalizar nada las relaciones entre los personajes, sobre todo en algunos cortes de montaje dentro de la misma escena (pienso en particular en el momento en que Claudia envía a Bruno a fumar fuera de la habitación). La película se desarrolla siempre con interés y bienvenida capacidad de sorpresa, logrando una arriesgada y efectiva combinación de humor y gravedad anclada en el aquí y el ahora, una ironía que hace que lo tremendo que se cuenta no sea nunca excesivo. En la fase de contagio de la idea que los personajes con menos escrúpulos –casi delatados por sus profesiones, un chiste muy envenenado de los responsables– son los primeros en esgrimir, Felices 140 alza el vuelo y se convierte en un penetrante drama de personajes, pero el gran problema es que una vez queda establecido el perfil de estos, se insiste demasiado en algunas interacciones hasta que acaban siendo repetitivas y no aportando mucho. Las posturas quedan claras enseguida, y se agradecería menos reiteración de las mismas (en especial el personaje de Antonio de la Torre, en constante lucha entre la bidimensionalidad y una mayor profundidad). La idea que tenemos de la felicidad, las relaciones tóxicas que establecemos y la cuestión de la amistad son expuestas por la cineasta y su equipo sin asomo de piedad, y suma y sigue hasta poner en pie una película que sin ser redonda resulta de lo más estimulante, y que espolea cuestiones elementales sin caer en discursos de manual. Gracia Querejeta –que por cierto ya ha anunciado nuevo proyecto de nuevo co-escrito con Mercero y con Verdú en el reparto, de título Setenta veces siete– ha arriesgado con una historia original y ha caído de pie, y eso es siempre motivo de celebración. | |

    Adrián González Viña
    Redacción Sevilla


    Ficha técnica
    España, 2015. Dirección: Gracia Querejeta. Guión: Gracia Querejeta & Santos Mercero. Música: Federico Jusid. Fotografía: Juan Carlos Gómez. Productoras: Foresta Films / Hernández y Fernández P.C. / La Ignorancia de la Sangre / Tornasol Films. Productores: Gerardo Herrero, Mariela Besuievsky, Javier López Blanco, Carlos Rodríguez. Vestuario: Paola Torres. Montaje: Leire Alonso. Dirección artística: Uxua Castelló. Reparto: Maribel Verdú, Marián Álvarez, Antonio de la Torre, Nora Navas, Eduard Fernández, Alex O`Dogherty, Paula Cancio, Marcos Ruiz, Ginés García-Millán, Blanca Rodríguez.


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