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    Sicario

    La esperanza no está en Francia

    Previa/editorial de la séptima jornada de la 68ª edición del Festival de Cannes

    Uno de los aspectos positivos del Festival de San Sebastián es su capacidad organizativa. Las colas, en la mayoría de los casos, se disuelven con rapidez, y positivamente, para sus integrantes en casi todos sus horarios. Se trata de facilitar la labor de la prensa, y que esta corresponda de la forma más productiva posible. En Cannes se pueden esperar dos horas e irte de vacío o, en el peor de los casos, entrar y encontrarte con un engendro en pantalla. Miradas perdidas mientras el minutero avanza lentamente, lotería en ciernes en cada elección, absoluta falta de libertad. Es por ello que secciones como Un Certain Regard, Quincena de Realizadores o la Semana de la Crítica otorgan algo de aire a un acreditado que, una vez superado los primeros días, elabora una estrategia más efectiva. Y más cuando la Sección Oficial ofrece productos de tan baja calidad. Son los casos de las representantes francesas: estereotipadas, pedestres y poco imaginativas. Llueven las primeras críticas a Thierry Frémaux por la selección de obras menores de directores que, hasta la fecha, no rozan en su currículum, siquiera, el one hit wonder. Donzelli, Brizé, Bercot y, en menor medida, Maïwenn, se acercan más al telefilme que a la avant garde del cine europeo. Mientras, autores como Garrel (padre e hijo) o Desplechin encabezan la Quincena y sienten el abrazo de un público entregado a sus propuestas. Algo que también sucede con el inefable Apichatpong Weerasethakul, que ayer deslumbró con Cemetery of Splendour, nueva alegoría del cineasta tailandés que, si bien, no alcanza las cotas de anteriores trabajos, hubiera sido un más que digno contendiente a la Palma de Oro. Así es Cannes.

    Hoy se espera el segundo gran abucheo del festival con Marguerite et Julien. La proyección para prensa en la tarde de ayer supuso ser el termómetro perfecto. Ni la siempre maravillosa Anaïs Demoustier es capaz de salvar este melodrama de época, adaptación homónima de la novela de Jean Gruault que retrata la relación incestuosa entre los hijos de un noble francés. Valérie Donzelli, creadora de la infravalorada Declaración de guerra (Semana de la Crítica, 2011), está ante su primera oportunidad de luchar por la Palma de Oro de Cannes. Quizá, demasiado pronto ya que su narrativa, como demostró en Main dans la main (2012), necesita un mayor grado de maduración. Un problema que no tiene un Denis Villeneuve que aspira, con Sicario, a dar un nuevo paso en su filmografía. Más con ese brillante 2013 en la memoria, donde nos deleitó con la atmosférica Prisioneros y la críptica Enemy. En Sicario cuenta con un tridente de campanillas —Emily Blunt, Benicio Del Toro y Josh Brolin— para narrarnos la encrucijada de una joven agente del FBI en la frontera mexicana, donde espera desmontar el entramado criminal de la zona. Una excelente ocasión para presenciar las dotes dramáticas de una actriz, Blunt, a la que no hay pantalla que se le resista. Villeneuve visita por primera vez la Croisette como adalid de esa nueva generación de cineastas canadienses que encandilan a crítica y público a golpe de hipnosis. Sicario es una de las grandes esperanzas de una Sección Oficial que, de no ser por el poderío estadounidense, se muestra depresiva y sin ninguna arista especialmente reseñable. [Toda la información del Festival de Cannes en EAM]

    Emilio Martín Luna
    Redacción Madrid



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