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    Crítica | Dearest

    Dearest

    El hombre del saco

    crítica a Dearest (Qin Ai De, Peter Ho-Sun Chan, 2014)

    El secuestro y tráfico de niños en China es una de las mayores preocupaciones de esta sociedad oprimida, que vive bajo las estrictas normas de un sistema que gobierna con implacable dureza a una población, cuyo crecimiento masificado forzó la activación de rigurosos planes de contención. Una de esas opresivas leyes prohíbe a las familias tener más de un hijo. Si combinamos la rigurosidad legislativa oriental y el creciente aumento del comercio negro infantil, las consecuencias para las familias damnificadas pueden ser atroces. Estos son precisamente los trágicos resultados que explora Peter Chan, creador de la fabulosa Comrades: Almost a Love Story (1996), con su nueva película, Dearest (Qin Ai De), en la que reconstruye una historia estremecedora cuyo mayor desconcierto reside en las similitudes extraídas de la terrorífica historia real en la que se basa. En ella, el reputado realizador chino se adentra en la pesadilla que deben vivir unos padres cuando toman conciencia de la desaparición de su hijo. La asfixia, el dolor, la angustia y la desesperación se multiplican debido a la imposibilidad de luchar contra un sistema frío e intransigente que no facilita las cosas a unas personas que atraviesan por el peor momento de sus vidas. La mencionada ley que sólo permite un hijo por familia, no contempla la posibilidad de que éste sea reemplazado en caso de desaparición o secuestro, a no ser que se presente el certificado de defunción. Por ello, si unos padres quieren, tras años de búsquedas inútiles, volver a tener un hijo, la ley se opondrá a no ser que lo den oficialmente por muerto, lo que aumentará exponencialmente el peso de la carga moral que supone sentir que se está sustituyendo al primero. Esto además pone fin a la búsqueda y permite que el sistema lo tache de sus “casos sin resolver”.

    18 de julio de 2009, un niño de tres años llamado Pengpeng bromea con su padre en un dialecto del sur de China, su madre, preocupada de que el pequeño se acostumbre a esa lengua relacionada con granjeros y gente de clase social baja, pide cariñosamente a Pengpeng que se comunique estrictamente en mandarín, y recrimina a su exmarido las costumbres arcaicas que enseña a su hijo. Instantes después, el niño será secuestrado por un hombre al que no somos capaces de ver. El espectador es consciente en todo momento de la captura, aunque sólo percibirá una borrosa figura que atrapa al niño y se lo lleva. Desde ese momento, la imagen de Pengpeng se congelará, su crecimiento y el consecuente cambio físico serán inexistentes para todos los que lo conocían y que, por mucho tiempo que pase, seguirán recordándolo como ese niño de tres años de despierta mirada y una cicatriz en la frente. Y aquí comienza la primera etapa —de la primera parte de la película—: la lucha hasta la extenuación. Tanto la energía como la economía de los padres se encuentran en un buen momento, por lo que invierten todos sus recursos en lo que creen la mejor opción: la ayuda ciudadana, así que ofrecen una recompensa para todo aquel que facilite una pista que pueda conducir al paradero del pequeño. Una decisión desaconsejada por la policía pero que aun así deciden llevar adelante con la esperanza de obtener la mayor asistencia posible. Sin embargo, el siguiente rótulo que vemos en pantalla, que nos conduce a la segunda etapa (primera parte) y nos advierte de que ya ha pasado un año de la desaparición, comienza a llenar de pesimismo a personajes y espectadores. Una sensación que se agravará con la llegada de las primeras decepciones tangibles: pistas falsas, bromistas, timadores y mafias especializadas se empeñarán en despojar de todo el dinero y la fuerza de voluntad a los desdichados padres quienes, movidos por su desesperación, se convierten en una presa fácil para toda una ralea de desaprensivos que terminarán por llevarlos a la ruina. La sociedad china recibe una fuerte crítica dirigida directamente a sus ciudadanos, gente sin escrúpulos que, o forma parte de las estafas, o las consiente impasible mientras suceden frente a ellos. Finalmente, Tian Wen-jun, el padre del desaparecido, tocará fondo (metafórica y literalmente) en una escena en la que se aprecia cómo está a punto de perder la vida por recuperar a su hijo.

    Dearest

    La particular forma oriental de afrontar el sufrimiento se hace visible por medio de grupos de apoyo en los que podemos ver a familias afectadas por el robo de niños y su filosofía de centrarse en el lado bueno de las cosas, un positivismo extremo que raya en lo grotesco con cantos y vítores para levantar el ánimo de los destrozados padres. Este círculo de ayuda nos guiará hasta la última etapa de la primera parte de la película, que finaliza con un nuevo rótulo, “2 años después”, y el aviso de un hombre, símbolo de la esperanza que no habíamos visto hasta ahora en la cinta de Chan, y que proporciona, sin pedir nada a cambio, una foto y una localización del que cree puede ser Pengpeng. Una mirada y una cicatriz en la frente son indicadores suficientes para confirmar a la madre de que el día que tanto ha estado esperando ha llegado, está de nuevo frente a su hijo, aunque ahora pertenece a otra familia. En ese momento las víctimas se convierten en secuestradores y, sin pensarlo, cogen al niño y se dan a la fuga en una secuencia tan cruda como agotadora. La extenuante representación de la violencia tan característica del cine asiático queda perfectamente representada en esta escena llena de emoción con la que se pone fin a una larga pesadilla, pero que iniciará una segunda historia tanto o más sorprendente que la primera.

    En esta segunda parte se aprecian dos líneas narrativas en paralelo, por un lado la de Pengpeng, cuya personalidad ha cambiado de manera radical, como nos ha mostrado el cine tradicionalmente en casos de secuestro anteriores en los que la víctima retorna psicológicamente damnificada a consecuencia del síndrome de Estocolmo. El muchacho ha regresado asilvestrado, con problemas de conducta (lo vemos escupir en el suelo de la casa y hablar en el dialecto rural) y con el recuerdo de su secuestradora como su verdadera madre. Por otro, el de la supuesta delincuente, que asegura desconocer que el niño había sido secuestrado y solicita poder quedarse con otra niña que tenía en “adopción”. De nuevo, las posibilidades legales y de idoneidad para el acogimiento infantil son el tema principal de un argumento asombroso, que continuará enmarañándose cuando se dibuje a la que creíamos una criminal como otra víctima del sistema, llevando a cabo un ejemplar trabajo de concesión cinematográfica que explora las brechas de la legalidad y obliga al espectador a cambiar de postura cognitiva y también a modificar inconscientemente su cómoda posición en la butaca. Ambas historias se cruzarán de forma dramática en un desenlace desconcertante que nos enfrentará a la realidad más despreciable de una civilización milenaria y multitudinaria. | |

    Alberto Sáez Villarino
    Enviado especial al Jameson Dublin International Festival 2015


    Ficha técnica
    China. 2014. Título original: Qin Ai De. Director: Peter Ho-Sun Chan. Guion: Zhang Ji. Duración: 130 minutos. Casting: Young Lu. Fotografía: Shu Chou. Intérpretes: Zhao Wei, Huang Bo, Tong Dawei, Hao Lei. Presentación en el Festival de cine internacional de Dublín.


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