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    Crítica | Chappie

    Chappie

    Homo Roboticus

    crítica a Chappie (Neill Blomkamp, 2015)

    Si consideramos las palabras de Stanislaw Lem, quien afirmó que “la ciencia-ficción es una rama hipotética de la literatura realista”, parece coherente que las nuevas generaciones de cineastas fantásticos se empeñen en utilizar el cine como hibridador natural de este género. Las especulaciones figurativas sin apenas base argumental, han sido sustituidas por una proyección futura de lo creíble o plausible según el presente inmediato y los adelantos tecnológicos a nuestra disposición. La ciencia-ficción se ha vuelto con los años mucho más comedida y práctica, ocasionando que el espectador reaccione con mayor escepticismo frente a lo que previamente aceptaba con agrado, de manera incuestionable, al ser asumido como una quimera sin necesidad de fundamentación. Neil Blomkamp parece atraído por ambas vertientes, la romántica y tradicional que nos presenta a unos aparatosos robots como amenaza militar muy superior a la especie humana, y la modernista que aboga por concebir un futuro donde el caos de lo tecnológico y lo humano se confunde e intercambia, objetivizando una irrealidad tan verosímil que consigue la deseada sensación de estupor e incertidumbre propias de las vertientes más distópicas de las invasiones de las máquinas. Chappie es el resultado de esta combinación genérica y lo demuestra desde el comienzo del metraje gracias a una presentación visual que fusiona, acertadamente, el recargado barroquismo mecánico con una asombrosa puesta en escena y unos efectos especiales inmejorables.

    El director contextualiza la acción en una de las ciudades que mejor representa el paraje post-apocalíptico tan característico del cyberpunk, subgénero en el que mejor podríamos categorizar su filmografía: Johannesburgo. El apartheid llegaba a su término, y con él la ley que impedía a los ciudadanos negros establecerse en el centro de la ciudad. Lo que en principio podría parecer una buena noticia y un paso adelante en la lucha contra el racismo, a consecuencia de la mala gestión política del país se convirtió en un caos que originó el declive de la economía y el desastre inmobiliario. Los marginados que se habían visto obligados a vivir en los suburbios, volvían a la metrópoli, ocasionando oleadas violentas a consecuencia de guerras territoriales. Los propietarios de inmuebles y las constructoras se marcharon espantados y la ciudad quedó a medio edificar. La falta de regulación y la superpoblación dispararon los índices de criminalidad. Las bandas callejeras tomaban el control de la ciudad y sus cabecillas, aterradores y mastodónticos asesinos como Hippo, el villano de esta película, se consolidaban como los oligarcas de un estado de pánico. Para combatir esta situación, el gobierno diseñó unos robocops de tecnología punta que lograron mantener a raya y frenar el avance destructivo de estas bandas callejeras. Sin embargo, estos efectivos protectores, aparte de tener que lidiar con los personajes más violentos de toda Sudáfrica, se verán amenazados por un competitivo militar que sueña con ser un reconocido ingeniero y quien, en su desesperado intento por conseguir luz verde para su robótico diseño —demasiado grande, costoso y antiestético para competir con el modelo vigente—, buscará desactivar la creación de su colega. Desde que percibimos la rivalidad existente y la envidia que Vincent le profesa a Deon, sabemos que su duelo está garantizado, y es evidente que éste no se producirá de manera directa, sino que se llevará a cabo mediante sus autómatas en lo que se intuye un enfrentamiento apoteósico.

    Chappie

    Blomkamp busca representar un escenario en el que las fronteras entre el hombre y la máquina se diluyan por completo, al menos en lo referente a capacidad cognitiva, ya que como hemos comentado, la estética propia del steampunk rompe con esa apariencia ultraprecisa que endiosaba al ser humano en tareas creacionistas, diseñando al robot “a su imagen y semejanza”, y devuelve la apariencia de éstos a su estado más primigenio de hierros y cables. Pese a que el planteamiento que expone la asignación de espíritu a un sistema computerizado es algo que ya habíamos visto en otras ocasiones, como por ejemplo en el sensacional anime japonés Ghost in The Shell, parece que en esta ocasión la humanización que se refleja a través de Chappie es mucho más precisa, ya que viene acompañada del comportamiento errático e irracional, que hasta ahora no habíamos apreciado con tanta nitidez, y que marca la mayor diferencia entre humano y humanoide. El miedo a la muerte es la principal premisa con la que el director juega para expresar esta idea. Un artefacto sin corazón ni cerebro que enuncia abiertamente su miedo a morir en lo que resulta una profunda crisis existencial. Miedo a separarse de aquellos seres a los que se ha visto unido por el oportunismo de ellos, y a desaparecer de un entorno hostil por el que ha debido abrirse paso a golpe de nunchaku. La supervivencia es la única forma de existencia en los barrios más radicales de Johannesburgo, y eso es algo que Ninja y Yo-Landi tendrán que enseñar al protagonista. La pareja de cantantes, pertenecientes al grupo sudafricano de rap underground, Die Antwood, se representan a sí mismos en este retrato del delincuente común de Jo’burg. Luchadores por naturaleza en ese oasis de asfalto que un día fue un moderno El Dorado, donde mineros de todo el mundo se apresuraban buscando su preciado tesoro en la que supuso una fiebre del oro que convirtió la ciudad en la más grande de Sudáfrica, pero que quedaría relegada poco después al papel de estercolero, donde se perdían las buenas intenciones y la humanidad de los ciudadanos en favor de la actual violencia decadente.

    Chappie

    El guion no termina de responder tan bien como lo hacen la imagen o el sonido, a cargo del maestro Hans Zimmer —que compone una de las bandas sonoras más potentes de su carrera—. Los diálogos no llegan a pasar la barrera de previsibilidad propia del género, por lo que la trama queda comprometida en muchas ocasiones por un monólogo que sobreexplica o una réplica innecesaria de un robot que podría haber sido mucho más atractivo si no hubiera estado constantemente expuesto a la actitud deficiente/condescendiente de su disfuncional familia. También encontramos en el libreto papeles como el de Sigourney Weaver, un mero acompañamiento anecdótico como cliché de la propia ciencia-ficción que ni aporta ni resta nada a la trama. Una figura de mando que será la responsable de impedir que la ciencia pueda avanzar libremente, restringiendo sus posibilidades al pragmatismo militar necesario en ese momento, y cerrando las puertas a un importante avance en el campo de la investigación robótica y neuronal que podría ofrecer la posibilidad de crear artefactos más inteligentes que el hombre, con capacidad no sólo de memorizar, sino también de razonar mucho más rápido, llegando en el punto álgido hasta el entendimiento y el control la consciencia humana. Algo que resulta mucho más sorprendente si tenemos en cuenta que el realizador ha utilizado un momento temporal incierto que bien podría recordarnos al presente. No se han incluido artefactos futurísticos, a excepción de los mencionados robots, que nos indiquen que nos encontramos en un momento distante. La ropa, los accesorios, las casas y, en general todos los escenarios apreciables son equiparables a los actuales. Esto propicia una percepción de simultaneidad que acerca el argumento al público, siendo éste capaz de observar diferentes sistemas estratificados y comportamientos sociales que le recuerdan a los casos de segregación que vivimos en la presente y real civilización. Así, este estilo cyberpunk atemporal nos permite ver, a modo de escenario paralelo, lo que nos depara el futuro si seguimos evitando el necesario cambio del presente. Una ventana hacia un paisaje desolador y pesimista a la que el espectador tiene la oportunidad de asomarse para contemplar, con deslumbrante estupor, las consecuencias de sus propios actos. | |

    Alberto Sáez Villarino
    Redacción Dublín (Irlanda)


    Ficha técnica
    Estados Unidos, 2015. Director: Neill Blomkamp. Guión: Neill Blomkamp, Terri Tatchell. Productora: Alpha Core / Columbia Pictures / LStar Capital. Duración: 120 min. Fotografía: Trent Opaloch. Música: Hans Zimmer. Montaje: Julian Clarke y Mark Goldblatt. Reparto: Sharlto Copley, Dev Patel, Hugh Jackman, Sigourney Weaver, Jose Pablo Cantillo, Miranda Frigon, Brandon Auret, Sean O. Roberts, Ninja, Yolandi Visser, Robert Hobbs, Dan Hirst, Eugene Khumbanyiwa, Paul Hampshire, Kevin Otto.


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