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    Crítica | La entrega (The Drop)

    La entrega (The Drop)

    Perro ladrador

    crítica a La entrega (The Drop, 2014), dirigida por Michaël R. Roskam.

    Cuando David Chase decidió terminar el capítulo noveno de la segunda parte de la sexta temporada de su serie de televisión, Los Soprano (The Sopranos, 1999-2007) con un fundido a negro, no imaginaba la repercusión que aquella estrategia podría llegar a tener. El episodio Hecho en América (Made in America) pasó de ser uno de los acontecimientos televisivos más esperados de todos los tiempos, a uno de los más criticados y denostados por “el espectador medio”. El público, acostumbrado a la facilidad digestiva y la pornografía demagógica con las que Hollywood lo había entretenido durante años, no supo asimilar la ambigüedad de un desenlace que requería una completa relectura de la totalidad de la serie. No, no vamos a recurrir a la comparación entre Toni Soprano y el protagonista (secundario) de La entrega (The Drop), Marv. Esa posible semejanza quedó disipada por Dennis Lehane, guionista de esta película, cuando comenta que “Marv era un tipo duro, pero un día se dio cuenta de que no bastaba con ser duro, había que ser malvado, ese fue el final de su carrera criminal”. Toni Soprano no era un tipo duro, el jefe de la familia mafiosa de Jersey era un cobarde, con un tremendo complejo de inferioridad y, sobre todo, malvado hasta la médula, tan despiadado como el mencionado fundido a negro que puso fin a sus andanzas en la pequeña pantalla. La razón de hablar de este drama televisivo reside precisamente en ese concepto de “espectador medio”, un concepto que sería posteriormente sacado a colación por el compañero de Chase en la cadena HBO, David Simon, mediante la frase lapidaria con la que definió su trabajo, The Wire (2002-2008): “Fuck the average reader”, con la que directamente invitaba al consumidor de ficción pasivo a que no formara parte del visionado de su producto, ya que éste estaba dirigido a un espectador activo y sin miedo al razonamiento deductivo.

    Michaël R. Roskam es consciente de la evolución sufrida por el cine en los últimos años, por lo tanto se abona a la verosimilitud argumental, fundamentada en la construcción creíble de los personajes, y en un guion que, pese a los intencionados romanticismos fabulosos, se ajusta a la regla establecida por Aristóteles en su Poética: “Hay que preferir lo imposible verosímil a lo posible increíble”. Precisamente, el director se vale de Lehane para la cimentación del guion por su familiarización con los sindicatos delictivos y las bandas callejeras, granjeada gracias a su participación en proyectos como la mencionada The Wire donde, al igual que en el presente caso, se mostraba la influencia que el implacable entorno ejercía sobre los ciudadanos. La violencia es un componente fundamental de La entrega, un comportamiento atávico asumido como única forma de vida en las peligrosas calles del “Hood”, que en este caso se trata de los barrios marginales de inmigrantes de Brooklyn. El realizador elabora un escenario específico y concreto —no encontramos a los tan recurrentes grupos de afroamericanos o italianos— para representar la crueldad. La puesta en escena de este proceder atrabiliario se relaciona directamente con la experiencia que el personaje ha obtenido a lo largo de su vida. Su intensidad irá evolucionando a medida que la va interiorizando, y coincide con el aumento progresivo y paralelo de la tensión. Así, Marv se dirigirá a un desenlace en el que confluye la máxima necesidad de obtener venganza, con el punto álgido de la tensión en una escena, tan previsible como efímera. Pero esta presunción se termina con el mencionado personaje secundario, para dar paso a un final mucho más inesperado, aunque igual de fugaz. 

    La entrega (The Drop)

    Bob Saginowski y su primo Marv atienden un bar que les fue arrebatado hace más de ocho años por la mafia chechena. El resentimiento que Marv alberga en su interior por aquel incidente le mueve a ser cómplice de un robo a su propio local, con el que tratará de hacerse con la recaudación del “Drop”. Cada noche, todo el dinero negro movido del contrabando y apuestas ilegales en la ciudad va a parar a un punto estratégico para su blanqueo, en lo que se considera como la entrega (o drop). El Marv´s es uno de estos lugares. La primera historia que encontramos en el filme estará directamente relacionada con este atraco, e involucrará a los perpetradores del mismo, a los camareros, y a los mafiosos propietarios, que parecen tener la zona controlada gracias a filtraciones de la propia policía. El papel de los agentes de la ley es de meros observadores, su participación en la resolución de los casos se reduce a la simple colaboración (previo pago) con las mafias, responsables últimas de impartir el castigo que consideren apropiado. Al mismo tiempo se nos presentará al personaje principal, Bob, a través de una segunda historia mucho más personal. Coincidiendo en lugar y tiempo aparecen en su solitaria vida dos nuevos componentes que romperán su monotonía: La chica y el perro. Ambos serán comparados, en una clara apreciación del componente machista de este tipo de barrios. Tanto Nadia (mujer) como Rocco (perro) son propiedad de un hombre, el conflicto vendrá con el cambio de “dueño”. Bob, que aspira a los derechos de ambos, se tendrá que ver las caras con Eric Deeds, un presunto criminal peligroso que afirma ser el actual propietario de Nadia y Rocco, y que extorsionará al protagonista para sacar provecho de esta situación. Con el robo de un paraguas (en un día soleado), el violento personaje deja clara su advertencia: a partir de ahora me perteneces, y harás lo que yo diga.

    La entrega (The Drop)

    Es en ese justo momento cuando vemos una chispa encenderse en la mirada de Bob. Un asombroso Tom Hardy, motor narrativo de la cinta, en una actuación sublime en la que no le tiembla la voz al enfrentarse al mastodóntico Matthias Schoenaerts —quien nos ha convencido definitivamente de que está capacitado para afrontar el papel de Roy Cady en la próxima adaptación de la novela de Nic Pizzolatto, Galveston—. Su templado y lacónico temperamento otorga al argumento el deseado ritmo pausado y muy reflexivo que nos invita a ser parte activa del análisis introspectivo de Bob. No dejaremos de atender a sus murmullos, sus gruñidos ininteligibles, sus rutinas religiosas, su obediencia y decisión y, sobre todo, sus ojos. Porque algo hay oculto en esa mirada que alcanza una intensidad fuera de lo normal cuando un hecho inesperado sucede. Algo nos indica que tras esa naturaleza apacible se esconde un secreto que, como elementos partícipes de la acción, no tenemos claro si deseamos conocer. Sin embargo, nuestra posición de espectadores externos nos llevará a prestar suma atención a sus movimientos para tratar de desenmarañar todos los aspectos relevantes de la trama. Una trama que se preparará para su desenlace mediante el “castigo” que los chechenos han impuesto a los camareros por el desafortunado atraco: su bar se encargará del Drop de la Superbowl, la noche de las grandes apuestas.

    La entrega (The Drop)

    “—Yo sólo atiendo el bar” repite insistentemente el protagonista, pero cada vez que lo hace la frase va sonando menos convincente. El secreto se oculta tras su flemática fachada, una actitud que se ha visto forzado a construir en un entorno tan violento e impredecible, el del barrio olvidado del que nadie quiere saber nada, para lograr salir adelante. Una vida rutinaria que lo mantiene suficientemente ocupado para no poder prestar atención a sujetos indeseables. Sin embargo, el perro (cuya extraordinaria belleza no pasa inadvertida para nadie) y la chica, como claro elemento narrativo detonante, desestabilizan su rutina y lo introducen en ese mundo del que trataba de huir a toda costa, haciendo que todos sus fantasmas converjan a partir de ese acto casual. La verdad se hará patente con tal rapidez que no dará tiempo a emitir ningún juicio o sonido. Nuestras pesquisas comenzarán a formarse ya con los títulos de crédito, mientras que el grito que buscaban emitir los protagonistas se quedará en un gemido sordo, incapaz de alcanzar la tonalidad deseada debido a la sorpresa del momento. De nuevo, la religión como excusa, como penitencia rutinaria de un hombre que se sabe espectador de la palabra cristiana, sin embargo no se implica activamente a la hora de interactuar con la institución. Por ello será cuestionado. La gran cantidad de simbología religiosa en la casa, decora sus paredes y su escaso mobiliario, pero nunca lo vemos rendir plegaria. El obituario de sus padres indica que esa relación unidireccional con la iglesia —y su hermético temperamento— pudo tener un turbulento origen en la (hipotética) muerte violenta de sus progenitores. Y entonces, la maldad será terroríficamente justificada, y el espectador perdonará la falta cometida, y los protagonistas perderán de vista esa débil línea que separa el bien del mal, y, aun así, habrá algo que nos revelará la absoluta verdad, la objetividad perceptiva de la situación, el hecho en sí juzgado por la imparcialidad de un espejo que mostrará una imagen aterradora en un brutal juego de identidades preparado por el director. | |

    Alberto Sáez Villarino
    Redacción Dublín (Irlanda)


    Ficha técnica
    Estados Unidos. 2014. Título original: The Drop. Director: Michaël R. Roskam. Guion: Dennis Lehane. Duración: 106 minutos. Montaje: Christopher Tellefsen. Música: Marco Beltrami, Raf Keunen. Fotografía: Nicolas Karakatsanis. Productora: Chernin Entertainment / Fox Searchlight Pictures. Intérpretes: Tom Hardy, Noomi Rapace, James Gandolfini, Michael Esper, Lauren Susan, Erin Darke, Morgan Spector, Chris Sullivan, Michael Aronov, Matthias Schoenaerts, Alex Ziwak, Danny McCarthy, John Ortiz, Elizabeth Rodriguez, James Frecheville. Presentación oficial: Festival internacional de Toronto.


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