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    Crítica | Aguas tranquilas (Still the Water)

    Aguas tranquilas (Still the Water)

    Un precioso paseo en bicicleta

    crítica a Aguas tranquilas (Still the Water, 2つ目の窓, Futatsume no mado, 2014), dirigida por Naomi Kawase.

    La ganadora de la Cámara de Oro en Cannes y del Gran Premio del Jurado –gracias a Moe no suzaku (1997) y El bosque del luto (2007)–, Naomi Kawase, presentaba en la pasada edición del certamen su último trabajo de ficción Still the water (2014) –producida por Lluis Miñarro (Stella Candente), que triunfó en 2010 con El Tío Boonmee que recuerda sus vidas pasadas (2010)–. Una cinta maravillosa que sigue la línea de sus predecesoras, confirmando la inexistencia del factor sorpresa. La realizadora nipona ha desarrollado una filmografía en la que el cine documental ha tenido una importancia capital, hasta el punto de influir en todos sus largometrajes. En cada plano, en cada secuencia se pueden apreciar las señas de identidad de una obra reconocible y coherente; más allá del género en el que se inscriba. Con el mismo saber hacer y buen gusto de cintas anteriores nos sumergimos en una pieza sobre la existencia. Kaito y Kyoko son una pareja de adolescentes que lidian con los primeros sinsabores y experiencias, viven en una isla tropical que les enseña a formar parte del ciclo vital. La naturaleza, la tradición, la vida y la muerte en su sentido más primitivo y espiritual cobran una notabilidad hipnótica. Estos grandes temas del ser humano, recurrentes en su filmografía, inundan la gran pantalla con un preciosismo a veces rebuscado, a veces mágico evocando películas pretéritas. Motivo por el que, probablemente, tuvo una acogida menos calurosa que en sus tres participaciones anteriores.

    Aguas tranquilas (Still the Water)

    Kawase cavila, también en esta ocasión, sobre la dicotomía de la vida y la muerte dentro del perenne transitar de la existencia humana. La cinta arranca con la imagen de ese mar bravo y desatado, azotando los rompeolas con la virulencia que los antiguos atribuían a la ira de los dioses. Fundido a negro y a continuación se ve como le afeitan el pescuezo a un corderito para después rajarlo. Luego un grupo de personas se recrean en una celebración folclórica a la luz de la luna. En ese momento la cámara se aleja, se escucha el rumor del aire, el jolgorio de fondo y vemos flotando, en el mar, el cuerpo sin vida de un desconocido. Cinco minutos de metraje y sobre el tapete la atávica contraposición entre la vida y la muerte. Así de sencillo, así de complicado. Desde la aparición del muerto, pasando por el viejo sabio, el padre tatuador, hasta el tifón que sacude la isla inciden en que la vida es un gran interrogante, un gran “por qué” sometido al capricho de la naturaleza. La lección que se puede sacar es que o uno aprende a vivir en armonía con esos condicionantes o la mera existencia se convierte en una condena de insana resolución. Al menos observado desde el prisma adolescente de la pareja protagonista. En ese valioso aprendizaje el aspecto primordial, a mi juicio, es el de la pérdida. No adquiere en Still de water la relevancia que en El bosque del luto (2007) o en otros documentales autobiográficos, pero tiene una presencia significativamente reflexiva. El fallecimiento de la madre de Kyoko, enferma de cáncer, el cadáver del amante de la madre de Kaito, o el degüello de corderos situados en momentos estratégicos del film, con la correspondiente abstracción sobre la inmortalidad, insisten en la idea de la muerte como elemento intrínseco a la vida. Y en esas lides la película crece exponencialmente y se sitúa en algoritmos tan significativos como hermosos.

    Aguas tranquilas (Still the Water)

    Conviene subrayar el protagonismo que también posee la naturaleza, depositaria de una intensa carga simbólica. El mar se transforma en un espacio onírico, donde se entremezcla el mundo material con el universo natural. Esa agua por momentos cristalina, por momentos opaca les proporciona a Kyoko y a Kaito la energía necesaria para la comunión de una y la liberación del otro. Kawase compone un sudoku de palmeras, playas, tifones y tradiciones. Un film que en su concepto se inscribe en la trascendencia de El árbol de la vida (2011) de Terrence Malick, una comparación que tiende a ser un cajón de sastre, pero que en este caso responde a algo más que a planos detalle de partículas de agua descansado sobre pétalos. Las bondades del filme, casi infinitas, embrujan y nublan el juicio; con todo cuando uno se abandona a la meditación las fisuras se revelan. Uno entiende que de vez en cuando su refinamiento puede llegar a ser cansino amén de excesivo. Still the water tiene picos de gran cine –la visita de Kaito a Tokio, para ver a su padre– y otros momentos en los que la monotonía y su mensaje críptico te sacan de la historia –por ejemplo cuando Kaiko acude al templo–. Tampoco se puede obviar que los temas tratados si bien son afines con su trayectoria, también son redundantes; no se abordan desde una perspectiva nueva, tan sólo se altera el orden de los versos de un poema ya visto. Como fuere Kawase nos sumerge en una cascada de sensaciones, un bellísimo homenaje a los ciclos de la vida. Un precioso paseo en bicicleta. | |

    Andrés Tallón Castro
    Redacción Madrid


    Ficha técnica
    Japón, 2014, 2つ目の窓, Futatsume no mado. Directora: Naomi Kawase. Guion: Naomi Kawase. Productora: Kumie. Fotografía: Yutaka Yamazaki. Música: Hasiken. Reparto: Nijiro Murakami, Jun Yoshinaga, Makiko Watanabe, Hideo Sakaki, Tetta Sugimoto, Miyuki Matsuda, Jun Murakami, Fujio Tokita. Presentación oficial: Competición del Festival de Cannes 2014.


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