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    Cine Alemán Siglo XXI

    Crítica en Serie | True Blood (2008-2014). Análisis final

    True Blood

    Un culebrón veraniego que se quiso poner serio

    crítica de True Blood (2008-2014) | Balance final

    HBO / 7 temporadas: 80 capítulos | EEUU, 2008, 2009, 2010, 2011, 2012, 2013, 2014. Creador: Alan Ball, basado en las novelas de Sookie Stackhouse, de Charlaine Harris. Directores: Michael Lehmann, Scott Winant, Daniel Minahan, Howard Deutch, John Dahl, Michael Ruscio, Anthony Hemingway, Lesli Linka Glatter, David Petrarca, Romeo Tirone, Stephen Moyer, Dan Attias, Alan Ball, otros. Guionistas: Alan Ball, Brian Buckner, Alexander Woo, Raelle Tucker, Nancy Oliver, Kate Barnow, Angela Robinson, Mark Hudis, Elisabeth Finch, Daniel Kenneth, otros. Reparto: Anna Paquin, Stephen Moyer, Ryan Kwanten, Sam Trammell, Chris Bauer, Alexander Skarsgård, Carrie Preston, Nelsan Ellis, Rutina Wesley, Deborah Ann Woll, Kristin Bauer Van Straten, Todd Lowe, Jim Parrack, Lauren Bowles, Joe Manganiello, Michael McMillian, William Sanderson, Adina Porter, Dale Raoul, Patricia Bethune, Tara Buck, Anna Camp, Denis O´Hare, Jessica Tuck, Lois Smith, Tanya Wright, Mariana Klaveno. Fotografía: Romeo Tirone, David Klein, Matthew Jensen, Evans Brown, otros. Música: Nathan Barr.

    True blood se estrenó el 7 de septiembre de 2008 rodeada de curiosidad y altas expectativas. Alan Ball regresaba a la televisión, más concretamente a HBO, tres años después del gran final de la estupenda A dos metros bajo tierra (2001-2005). Ball adaptaba el fenómeno literario de las novelas escritas por Charlaine Harris, que desde el principio eligió no formar parte de la serie, alrededor del pequeño pueblo de Bon Temps, en Louisiana. La protagonista era Sookie Stackhouse, camarera rubia y pechugona que tenía el misterioso poder de leer la mente de sus conciudadanos. ¿Por qué Alan Ball querría escribir sobre vampiros, telépatas y demás criaturas sobrenaturales? En su momento dijo que por la fuerza metafórica de la historia sobre la Otredad. Como Ball es abiertamente gay, todo el mundo asumió que vampirismo equivalía a homosexualidad y los fans del oscarizado guionista defendimos así la serie durante varias temporadas... hasta que ya fue imposible. Pensándolo en retrospectiva, quizá Ball no quería volver al mundo de las emociones en crudo que fue su gran éxito en televisión. Muchos esperan que un creador/a repita pautas o temas o se supere con nuevos proyectos, pero quizá la respuesta sea tan fácil como que este creador en concreto quería un material más ligero en el que verter sus pensamientos y emociones.

    True blood se abre con cuatro maravillosos capítulos que aunan magistralmente misterio, sensualidad, humor y peligro. Esos episodios sumergen al espectador en una suerte de estado hipnótico que hace que todo parezca interesante, exótico y lleno de detalles impagables. Tras la muerte de Dawn y la abuela Stackhouse, importantes porque siembran el precedente de que nadie está a salvo, la calidad mermó un poco, pero el misterio del asesino de la temporada ofreció altas dosis de suspense, a la vez que la protagonista se integraba en el mundo de los vampiros. Para dar vida a Sookie la escogida fue la oscarizada Anna Paquin, que debutaba en el mundo de las series con un personaje en principio llamativo, que le dio un Globo de Oro en 2009 y que la lanzó a la liga de las actrices en busca del riesgo y la calidad en formato semanal. Lástima que su trabajo en general haya acabado siendo nada destacable, presa de un personaje de novela rosa cuyos conflictos internos acabaron por aburrir a la audiencia. El éxito de la primera temporada, la que sigue con más fidelidad los eventos de las novelas, fue acuñar la fórmula del “gran malvado por temporada”. Si True blood será recordada por algo es por su colección de villanos, que atraían a intérpretes de nivel (Michelle Forbes, Denis O´Hare, Evan Rachel Wood, Fiona Shaw, Christopher Meloni). Como gran mal en sí, la ménade a la que daba vida Forbes con deliciosa y perpetua felicidad fue el más memorable, y lanzó a la serie a una temporada, la segunda, loquísima en sus tramas paralelas (los estragos de Marianne en Bon Temps y la Iglesia del Sol como secuestradores de Godric, creador de Eric) y eficaz en la unión de éstas. La bruja Marnie también fue remarcable, aunque más por el gran trabajo de Shaw que por el personaje en sí.

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    Tras dos temporadas notables, la entrada de los hombres-lobo y los hombres-pantera en la tercera fue el principio de las tramas múltiples y mal casadas. La ambición de querer dar al largo reparto sus historias individuales de peso propició la entrada de, directamente, tramas demenciales (el monstruo de humo que vino de Irak, el insoportable hermano de Sam, la historia de Jason y Crystal). Y los líos sentimentales y eternos conflictos, con varios triángulos amorosos incluidos, empezaron a ocupar demasiado tiempo en pantalla. Como ya se ha dicho, la fuerza metafórica mermó hasta el punto de no servir sino como excusa casi sonrojante, en un clima rutinario que unía desvíos narrativos facilones e ideas prometedoras pobremente desarrolladas. El peligro se convirtió en intermitente en lugar de constante (que era la pretensión), y las oleadas de tedio comenzaron a inundar los episodios. Siempre solía salvar el capítulo de turno una salida de tono de Pam o Lafayette, algún desnudo gratuito de Ryan Kwanten o Alexander Skarsgård y momentos de violencia o sorpresa extrema (ese polvo de Lorena y Bill con la cabeza retorcida o la intervención de Russell en televisión no se pueden olvidar). True blood puede presumir en sus 80 episodios de algunos de los cliffhangers más conseguidos de los últimos años en televisión, incluso si a veces la continuación de estos no estaba a la altura. Instantes de infarto que nos lanzaban a los créditos con ganas de más, escuchando la canción de turno elegida y sintiéndonos al menos entretenidos con el espectáculo ofrecido.

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    El error de la serie, lo que le dio una estocada mortal, fue querer ponerse seria con sus dramas. Desear más dejar huella con los sentimientos de sus personajes, que las decisiones tuvieran consecuencias cruciales y el espesor dramático y hondura de las tramas no fuera autocombustible. Fue una decisión errónea el espaciar cada vez más los arrebatos de escritura loca, las explosiones de salvajismo y delegar la función de comparsa cómica a unos personajes concretos en lugar de hacer que el espíritu gamberro de la serie afectara a todas sus criaturas. True blood funciona como perfecta serie de verano, efervescente y ligera. Si Ball y sus guionistas se hubiesen quedado ahí, la serie no hubiera desbarrado tanto en cada nueva temporadas. Y es que además, la que probablemente sea de las peores, aunque de las más rentables, series de HBO cumple la máxima del éxito de audiencia que tuvo un par de temporadas de más. Cinco era un número decente en el que dejar la serie, ya que la trama de la Autoridad Vampírica vista desde dentro, el regreso del letal Russell, la familia hada de Sookie con sus respuestas y la misteriosa influencia de Lilith fueron buenos ejemplos de lo que la serie sabía hacer mejor. Los siguientes veinte capítulos, dos temporadas, sufrieron la salida de Ball y un subsecuente cambio de showrunner, hasta que Brian Buckner, único guionista presente en cada temporada, tomó el mando. Para mal. El carisma abandonó la serie casi por completo (siempre quedaba la luz de Eric, Pam, Lafayette y los gloriosos Alexander Skarsgård, Kristin Bauer Van Straten y Nelsan Ellis), y los agujeros de guión y remiendos de escritura mal encajados empezaron a abundar. Las prometedoras ideas del Guantanamó para vampiros o la Hepatitis-V como amenaza mortal se apagaron en su puesta en práctica, ya que lo verdaderamente importante era saber quién era el novio de turno de Sookie o si ésta eligiría a Bill o a Eric. Esta desgana se contagió a la mayor parte del reparto, que puso el piloto automático y no logró contagiar a la audiencia la importancia sentimental de sus historias.

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    El culebrón quiso alcanzar una suerte de trascendencia cuando lo más destacable episodio tras episodio solía ser un chiste, la inesperada muerte de un personaje o el brutal giro de guión que daba (o parecía dar) un vuelco a la historia. Hasta los malos fueron peores (Warlock, Billith) y las tramas se vaciaron de todo interés. Como remate, la confirmación de que lo importante siempre fue la historia de amor de Sookie y Bill. Un romance alargado, como en tantas series, que no necesitaba siete temporadas para un resultado así. True blood termina de manera inesperada, sin que esto sea algo bueno. Uno anhelaba una gran batalla o al menos una situación donde cada uno de los personajes que llevamos años siguiendo tuviera algo que hacer, pero no ha sido el caso. Un buen final debería poder responder satisfactoriamente a la pregunta “¿Dejamos al personaje en un lugar dónde tiene sentido que haya llegado?” El desenlace de la serie no cierra muchas de las historias, sino que hace apuntes sobre donde quedan esos personajes. Así que True blood no tiene un buen final, ni siquiera uno que case con el espíritu de sus comienzos. Una serie bañada en sangre no debería terminar con una íntima reunión, como si el sentimiento de comunidad hubiera sido especialmente en una serie sobre el valor de la diferencia. Eso sí, la mayoría terminan emparejados y felices, que parece que es lo que importa. | ★★★★ |

    Adrián González Viña
    redacción Sevilla


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