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    Crítica | Hermosa juventud

    Hermosa juventud

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    crítica de Hermosa juventud | Jaime Rosales, 2014

    Hermosa juventud se estrenaba en Una cierta mirada del Festival de Cannes con buenas críticas por parte de los medios españoles allí presentes y aceptables, aunque no demasiado entusiastas, por los periodistas americanos. Jaime Rosales presentaba su película más comprometida, la que ha evidenciado su discurso más directo y menos contemplativo, el de los escombros dejados por la crisis y la falta de iniciativa y responsabilidades de una generación nacida a finales de los 80 y primeros 90 que ahora está empezando a heredar la problemática de un país en decadencia. Natalia y Carlos apenas tienen 23 años, no tienen trabajo, no han terminado los estudios y siguen viviendo con sus padres. Ella está embarazada y ninguno de los dos tiene un sustento propio. La entrega masiva de currículums constituye el día a día de Natalia, que va de entrevista en entrevista coleccionando nada más que desazón. La niña está a punto de nacer y se impone una acción inmediata. Tentados por la facilidad del porno casero para acumular pequeñas cantidades de dinero, la pareja decide probar suerte llevándose 300 euros tras un trabajo. Paralelamente, en el contexto familiar, la madre de Natalia intenta imponer una educación a la que su hijo no atiende, ansioso por abandonar los estudios en plena adolescencia mientras la manutención del bebé va inflando las facturas hasta un punto que resulta insostenible. Rosales, escritor del libreto junto a su coguionista Enric Rufas, aborda la problemática a la que puede enfrentarse una familia de clase media española con serias dificultades económicas.

    Ninguno de los chavales parece querer comprometerse. Y no es hasta que Natalia experimenta la responsabilidad de un hijo cuando su actitud cambia de la resignación a la lucha activa por mantenerlo el día de mañana. Mientras Rosales se mueve en un dinamismo de cámara que choca frontalmente con lo que han sido sus películas hasta ahora —recordando en ciertos instantes a la mirada dardenniana de El niño (2005), con la que guarda ciertas semejanzas de tono—, su óptica se centra en las actitudes de una juventud irónica en su hermosura. El mundo está dentro de un smartphone y la realidad es sólo el trasfondo borroso que bulle tras este corro de críos de 20 años que hablan de fútbol mientras juegan al CandyCrash y ella, Natalia, está al otro lado del parque discutiendo con su mejor amiga sobre cuál debe ser el siguiente paso para salir adelante. Rosales capta el pulso desganado de una generación que ha perdido la fe en un futuro al que no es capaz de mirar a la cara, de la misma forma que no pueden mirar a los ojos a las personas porque es más importante lo que ocurre en el teléfono y no hay escena en la que no salga un chaval mirando uno. La vida misma. El director incluso se permite experimentar con los formatos, alternando narración tradicional con elipsis contadas al ritmo de la galería de fotos de un móvil —en periodos de varios meses— y conversaciones a distancia que ponen la interfaz del whastapp a tamaño completo en pantalla. Rosales se muestra más expresivo que nunca en la dirección, ansioso por probar texturas diferentes, desde el marcado grano fotográfico que marca el canon de las escenas contadas a la manera clásica, pasando por el uso de cámara digital para la secuencia que involucra a Natalia y Carlos rodando sexo. ¿Para qué? Para evidenciar lo que ya vemos cada día, la deriva y degeneración de la comunicación personal en aras de una digitalización que se convierte en subtexto latente que ha marcado parte del carácter evasivo de estos chavales.

    Hermosa juventud

    A la hora de entrar a valorar si este discurso es o no necesario, la respuesta es un sí rotundo. Rosales no descubre Babilonia pero sí lo mantiene vivo. Nos habla, no de la crisis misma, sino del desolador ambiente que ha dejado tras de sí. No de esos padres, de los que otros cineastas ya nos han contado sus historias, sino de sus hijos carentes de criterio y decisión y de aquello que heredarán cuando el día de mañana deban continuar aquí, si siguen. Porque al final el director habla también de sacrificio y desentendimiento. De pérdida de raíces y de identidad, en un tramo que es posible que esté abierto a más matices pero en el que el director guía a sus personajes hacia lo que él considera un círculo cerrado. La emigración a otros países de Europa no es la salvación cuando no hay conocimiento, ni de idioma ni de estudios. El que busque huir de la realidad de un país cada vez más triste en su patetismo se encontrará con un paisaje diferente, solo y haciendo el mismo trabajo que haría en España. Natalia lo justifica hablando de posibilidades, pero Rosales es certero en su planteamiento. Para él no hay esperanza en una juventud que, sin preocuparse por tener una base de aprendizaje básica, huye al exterior buscando refugio. Y su ironía se nota en cómo mira a Carlos — atención a esa entrevista que precede a la escena porno —, puede que algo menos a Natalia. Ella es la que transmite más fuerza, gracias también a la intachable interpretación de una actriz, Ingrid García Jonsson, acreditada, hasta la fecha, sólo en diversos cortometrajes. Hermosa juventud debería suponer un gran salto en su carrera. Su labor es hipnótica y sabe otorgar la inocencia necesaria a un personaje que se protege bajo su caparazón.

    Hermosa juventud es un acierto en la carrera de Jaime Rosales. Por suponer una apertura hacia un cine con menos miedo a expresarse, que habla más alto y con claridad. Algo a lo que él ya ha llamado un cine “más comercial”. Para la escala de valores que el director tiene, sí, su último filme podría considerarse su obra más accesible y abierta. El problema es lo que verbaliza, pues no resulta agradable. Más a unas edades que, a mis 27 años, todavía me resultan cercanas y de las que tengo contacto de primera mano. Sé lo que dice Rosales y lo entiendo, aunque no comparta todo lo que me argumenta. Me habla de desesperanza y de cambio de actitudes. La de Natalia convenciendo a su hermano para que no cometa sus mismos errores, evitando que los que vengan después terminen haciendo exactamente lo mismo. Dibuja un retrato social del que la gente no querrá saber demasiado, por una razón básica. Es cansino, dirán a la salida del cine. Y será un comentario extendido. No hablarán de riesgo formal o discursivo —sabiendo que el espectador ahora mismo está más abierto a las risas inconscientes del tópico español que a que alguien le recuerde los problemas que arrastramos— pero Rosales lo ha hecho, y cuanto más dejo descansar la película, más la respeto, aunque no comparta las conclusiones que saca y en ocasiones sea poco sutil en su mensaje. El de una juventud abocada a terminar siendo víctima de su propia egolatría e ignorancia, desnuda ante una cámara, sin ser capaz de recular en sus errores. | ★★★★ |

    Gonzalo Hernández
    enviado especial al Festival de CAnnes 2014

    España. 2014. Título original: Hermosa Juventud. Director: Jaime Rosales. Guión: Jaime Rosales, Enric Rufas. Intérpretes: Ingrid García Jonsson, Carlos Rodriguez, Inma Nieto, Fernando Barona, Juanma Calderón, Patricia Mendy, Miguel Guardiola. Fotografía: Pau Esteve Birba. Montaje: Lucía Casal. Productora: Fresdeval Films. Fecha de estreno oficial: 18 de Mayo – Francia (Sección Oficial del Festival de Cine de Cannes). 

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