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    Crítica | Al filo del mañana

    Al filo del mañana

    Doug Liman en modo 'repeat'

    crítica de Al filo del mañana | Edge of Tomorrow, Doug Liman, 2014

    Vuelan con estrépito balas, misiles de corto alcance, aviones aún tripulados que se desploman sin remedio sobre la arena teñida del carmesí de los hombres moribundos o simplemente kaput, mirada hacia el infinito y rictus reconocible, sí, Mona Lisa en Vietnam, amasijos letales, sepulturas improvisadas, helicópteros que se unen a esta suerte de baile epiléptico en el que todo y todos se pisan ahí abajo, minuto a minuto o días tras día o batalla tras batalla, pues hemos ganado aunque (entre usted y yo, un secreto para la posteridad) toca-pensar-en-la-próxima-victoria-que-no-será-nunca, y así, me repito, sin escape, un loop febril del que no puedes escapar y que dura hasta tu muerte definitiva, y así, un nuevo "Levántate, gusano" más real(ista) y live y on fire y con sonido Dolby Surround envolvente y certificación THX; ahí viene Bill Paxton con su bigote delta force filtrado a Jack White en la época del Get Behind Me Satan; o quizá a Douglas Fairbanks en la versión muda pero sólo-a-veces-porque-si-no-me-aburro, distópica y twist(er) de Los tres mosqueteros dirigida por un Allan Dwan ya metamorfosenado al mismísimo Dios autoreplicándose en el espacio-tiempo como ondas Wi-Fi celestiales y a la vez insalubres, y todo sin que le exploten las bujías, y sin aprender la lección pues aún no ha habido instrucción alguna; aunque, oh boy, se la hayan repetido ya mil y una veces junto a sus hombres, quienes huyen sosteniendo a duras penas el marrón porque de ello dependen sus vidas en aquel erial de color beige casi gris intermedio, una Omaha Beach futurista cuyos nazis se tornan cefalópodos à la Matrix Revolutions, tentáculos que en realidad son rastas de acero altamente fundible, pulpos que se mueven a una velocidad narcótica mientras su enemigo, hombres sin más superpoder que la ¿avanzada? tecnología que ahora reviste sus piernas y brazos y columna vertebral, intentan sin fortuna refugiarse en el último resquicio que les ofrecen aquellos colosos cuyas alas todavía arderán mucho después de la última contienda sin fin, reposiciones que, aun siendo cine, huelen a dramaturgia, a proscenio paradójicamente intemporal, a bambalinas teatrales donde cada repetición —"la insufrible agonía repetida", por James Salter— posee algo genuino, ya que no suelen haber cámaras que registren cada movimiento de los actores, cada fraseo particular y el punto y coma convertido en punto y aparte, un silencio más duradero para que no se agote el aire en la caja, tuya y mía, actor y espectador y público como ente indivisible. Y así, me repito, donde ayer había un cigarrillo a medio consumir, hoy acaba de encenderse para depresión de un raccord entre funciones inexistente, inútil, fósforo sin mecha en la realidad del "en vivo", aquí y ahora, sin enlatados ni play con el que reanimar los mecanismos de la ficción que, impresa en celuloide, necesita electrodos para revivir una vez más, otra sesión no ya renovada sino más bien déjà vu, días tras día y cada vez menos tiempo en cartelera, con Tom Cruise y Emily Blunt, cuya condición física le permite sostenerse toda ella primero en horizontal y después trazando una parábola sobre dos manos, músculos y sudor y ojos aguamarina, y el cuerpo deslizándose sensualmente hacia delante como una pitón que no da crédito a la insolencia de ese recluta patoso que la interrumpe en mitad del entrenamiento para decirle que ya se conocen y no hay tiempo que perder y que está en modo repeat, como ella lo estuvo antes que él, tras recibir a cámara lenta varios litros de la sangre azul de una especie de Pokémon legendario también azul, híbrido entre mono y león y Sarcophilus harrisii o demonio de Tasmania tridimensional, colonizador subordinado a un "ser superior" con forma de hongo o medusa fosforescente capaz de prever los movimientos del enemigo gracias a un don visionario y llamado Omega; un parásito dispuesto a borrar del mapa cualquier signo vital no-superior en esta recién estrenada cadena trófica de guionistas atrofiados —nótese la nula inventiva, la escasa generosidad para con el público de Christopher McQuarrie, Jez Butterworth y John-Henry Butterworth a la hora de traducir audiovisualmente la novela de Hiroshi Sakurazaka, All You Need Is Kill— que componen deficitariamente y sin espíritu aventurero un relato cuya repetición (aquí la elasticidad del cambio en torno al bucle temporal es un virus sin humor ni interés ni inteligencia, caso opuesto a Código fuente o Atrapado en el tiempo) se consagra a las previsiones: la mecánica de la velocidad que imprime Tom Cruise, dueño y señor del circo, más un clímax vergonzoso —cinturón de granadas mediante— y el casi siempre infausto ¿happy end? industrial. | ★★★ |

    Juan José Ontiveros
    redacción Madrid

    Estados Unidos, 2014. Director: Doug Liman. Guión: Christopher McQuarrie, Jez Butterworth y John-Henry Butterworth (Novela: Hiroshi Sakurazaka). Fotografía: Dion Beebe. Música: Christophe Beck. Reparto: Tom Cruise, Emily Blunt, Bill Paxton, Brendan Gleeson, Charlotte Riley, Lara Pulver, Jonas Armstrong, Lee Asquith-Coe, Tony Way, Kick Gurry, Dragomir Mrsic, Franz Drameh, Deborah Rosan, Natasha Goulden, Jeremy Piven. 

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