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    Crítica | Blackbird

    Blackbird

    Azul oscuro casi carcelario

    crítica de Blackbird | de Jason Buxton, 2012

    Adentrarse en el complejo laberinto de la mente de un personaje es uno (si no el mejor) de los mayores placeres cinematográficos existentes. La pasión a la hora de descubrir que terrores, pecados, obsesiones y flaquezas asolan al protagonista de una película, palpar los intrincados pliegues y aristas de su mapamundi emocional para luego zambullirnos de lleno en su pellejo es una tarea que puede terminar, según que historia, en una torrencial explosión de fuegos artificiales o en un desencanto gélido y áspero. Existen personajes con los que simpatizamos, que nos atraen de una manera revolucionaria y seductora, nos aterran al descubrir personalizados nuestros peores defectos y culpas, que simbolizan nuestras propias redenciones, figuras que nos enternecen, cautivan, decepcionan o sencillamente, aburren. Referentes, polos opuestos, ídolos, héroes, rivales y almas afines nos aguardan, acompañados de su historia, al otro lado del rollo de celuloide. Y Sean Randall, el joven protagonista de Blackbird, es, sin ninguna duda, un personaje complejo y carismático al que rondan los fantasmas y peligros de un enorme conflicto: La vida de Sean experimenta un radical cambio al ser acusado de planear un ataque contra 27 personas del instituto de su ciudad; populares jugadores del equipo de hockey sobre hierba y hasta una chica con la que Sean tenía una relación especial. Interpretado por un expresivo Connor Jessup, (rostro familiar debido a su participación como Ben Manson en la serie Falling Skies), Sean es un adolescente escurridizo e introvertido, reflexivo y distante, amante de los libros de Kafka y Dostoyevski y apariencia serena, de ademanes estoicos y semblante serio. Tiene gustos marcados distintos a otros adolescentes de su edad, lleva una inseparable chupa de cuero plagada de pinchos y unos cascos que escupen todo el tiempo sucias canciones de rock´n´roll. Algunos compañeros lo tachan de bicho raro, otros lo temen y admiran a la par, y otros, sencillamente lo ignoran. Sean parece un chaval perspicaz, discreto y sensible, incapaz de dañar a una mosca, pero la proliferación de armas halladas en su domicilio (como en un amplio número de hogares estadounidenses), algún vídeo comprometido de caza con animales, un puñado de bromas macabras en su ordenador en torno a su relación hostil con los “chicos malos” y aguerridos del instituto, y el férreo control jurisdiccional americano en torno a las conspiraciones de chicos desquiciados desde las archiconocidas masacres de Virginia o Columbine, apuntan hacia lo contrario. Así, Blackbird, vigorosa y tensa ópera prima del canadiense Jason Buxton, comienza directa al corazón del problema, y al principio de todos los males de Sean, abriendo el “telón de la función” con la secuencia de una repentina investigación policial en medio de la noche.

    Blackbird

    Y desde que el filme da comienzo, no podemos parar de realizarnos preguntas; algunas, retóricas; otras, sin respuesta y otras teñidas por la duda o por la rabia. ¿Cuales son los motivos que podrían inducir a un chaval anodino, que pasa por la vida de puntillas, a abrir el portón de su instituto y volarle los sesos sin parpadear a una treintena de estudiantes? ¿Qué se le pasa por la cabeza a alguien cuando machaca y repudia los hobbies o el look de otro? ¿Que injusticias se cometen con respecto a una decisión equivocada, una broma hecha a destiempo, un cúmulo de fatales casualidades? ¿Qué tremendas hipocresías se cometen desde los mecanismos y parafernalias judiciales en torno a los inocentes? Blackbird es un aliento pegado a la nuca, una brisa que sobrevuela la locura, el inconformismo adolescente, la violencia contenida y la soledad que abre un abismo entre uno mismo y los otros, cuando todo el mundo piensa que eres un vulgar psicópata, la sombra de la cárcel planea sobre tus hombros, y el aparato judicial te trata como un monstruo peligroso y el artífice de un maquiavélico plan. Como fórmula la sentencia principal del cartel de la película, las peores cárceles son aquellas que nosotros mismos creamos, y esta es una historia de jaulas: Jaulas cotidianas; la del silencio, la del olvido, la de las risas y cuchicheos en el comedor de un colegio, la de los barrotes de una prisión abarrotada de chicos rabiosos y desesperanzados, la de las esperanzas frustradas, las presunciones sociales y los corazones rotos. Y con un elenco de secundarios (su padre, sus enemigos, sus abogados, la chica de la que está enamorado) como piezas indispensables del puzle de su existencia, acompañamos a Sean por el viaje a sus penurias y dilemas, y presenciamos como se siente miserable, afligido, furioso y conmovido a lo largo de poco menos de dos horas cocinadas a fuego lento, con un ritmo pausado e intranquilizador y unos contraplanos capaces de perturbar nuestra tranquilidad esperando un estallido de violencia, un desastre nuevo e inminente. Este drama de corte intimista con intensos picos de tensión se viste de azul, en torno a una estética oscura y contenida que parece el reflejo de las emociones cruzadas y los obstáculos afilados que rodean a Sean, ese personaje que conmueve, engancha y desborda los nervios del espectador. La cámara se siente como un latido, constantemente pegada a su espalda por corredores carcelarios, pasillos y escaleras, páginas de libros, bocados apáticos y planes de escapatoria. Si son amantes de las películas lentas, si creen que el silencio esconde un millón y medio de matices en cada diálogo, si quieren escudriñar con lupa el interior de un alma atormentada a caballo entre la redención y la culpa, la condena y la salvación, si creen que la suerte es una bala trucada y que ustedes también podrían ser ese chico callado y atípico al que todos señalan, si están convencidos de que todos somos animales salvajes encerrados en nuestras propias jaulas cotidianas (invisibles, pero no por ello menos opresivas), es muy probable que Blackbird sea una sorpresa genial a degustar con la mirada hambrienta y la lujuria cinéfila despierta. Y si no lo son, les pido un poco de paciencia. Sean Randall y su historia azul oscura bien la merecen. | ★★★ |

    Andrea Núñez-Torrón Stock
    redacción Santigo de Compostela

    Canadá, 2012, Blackbird. Director: Jason Buxton. Guión: Jason Buxton. Fotografía: Stéphanie Anne Weber Biron. Reparto: Connor Jessup, Michael Buie, Alex Ozerov, Craig Arnold, Tanya Clarke, Jeremy Akerman. Productora: Festina Lente Productions / A71 Productions / Story Engine Pictures. Presentación: 2012. Festival de Toronto: Mejor ópera prima canadiense (ex-aequo).

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