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    Cine Alemán Siglo XXI

    Crítica | Rush

    Rush

    EMOCIÓN Y SOBRIEDAD

    crítica de Rush | Ron Howard, 2013

    El 1 de agosto de 1976, Niki Lauda flirteó con la Muerte en una curva del circuito de Nürburgring, durante el Gran Premio de Alemania. Fue un beso devastador, entre las llamas del Ferrari que pilotaba el por entonces campeón del mundo de F1. Apenas unas horas antes, el propio Lauda había reunido al resto de pilotos para sugerir la suspensión de la carrera, pues llovía sin freno y el austríaco nunca dudaba a la hora de frenar los instintos kamikazes que se le presuponen a un deportista con 500 CV bajo el capó. Jamás encontraría en su trabajo ese elemento de belleza inherente al riesgo, a la falta de autocontrol, a la priorización de una gloria eterna sobre el bien habitualmente más preciado: la vida. Acotaciones que no convencieron a esos pilotos decididos a competir con o sin lluvia, alentados socarronamente por el inglés James Hunt, némesis de Niki Lauda y subcampeón a la espera del mínimo indicio de debilidad —tal vez sólo mecánica— por parte de este primero. La calculadora mente laudanesca potenciaba a su vez un cierto orgullo en la figura de ese piloto hecho a sí mismo y a golpe de talonario, que ascendió fugazmente a la F1 tras su notoria estancia en la F3, hermana pequeña y sparring del talento que acabaría despuntando en 1974, cuando Ferrari, a estancias del veterano Clay Regazzoni, fichó a Niki como segundo piloto de la célebre escudería italiana.

    Y sin embargo, su destino o lo que sea hubo de converger en aquella curva, a los pies de las montañas Eifel. Un día nuboso, triste e irónicamente calenturiento; sin duda, la piedra de toque que nos descubrió al verdadero deportista, cuya resistencia y afán de superación logra imponerse a cualquier obstáculo, ya sea un mal día en términos puramente telemáticos, por una fuga en el motor o una mala estrategia o un trompo que le obligue a virar violentamente a 200 kilómetros por hora, luego de que las ruedas traseras hayan negado horizontal y precipitadamente y sólo unos segundos antes de que una manada de bólidos se tope con el baile ensordecedor y a pocos metros del piano lo esquive para no chocar con él, que sigue patinando sobre el alquitrán y bajo una nube gris casi negra y una vegetación que se pierde en los márgenes del plano televisivo, hasta que el lateral izquierdo del coche se estampa contra el muro lateral derecho y, con todo, sigue hacia delante medio trastabillado y ejecuta cinco movimientos de rotación convertido ya en una bola de fuego, en cuyo interior, una especie de ataúd-crematorio que arde como una hoguera inadmisible, Niki Lauda se debate entre la vida y la muerte. A 800 grados centígrados, con el rostro hecho jirones y la tragedia realizada a pesar y por culpa de la ingeniería. Por el espectáculo. Por razones inentendibles, o sí, a la compresión del ciudadano medio.

    Rush

    En una discursiva escena de Rush, Lauda —interpretado certeramente por Daniel Brühl— y su compañero Clay Regazzoni van camino de una fiesta en coche. Hablan de la pasión que encierra su peligroso oficio y, en un momento clave del diálogo —Lauda en modo engreído/anal, Regazzoni al volante sonriendo—, el más joven afirma que él sólo entró a ese negocio porque no sabía de otro en el que ganara más, y que si supiera cómo y dónde ganar más dinero, abandonaría las carreras sin contar hasta tres. Por supuesto, la declaración guarda una lectura fundamental acerca de quién era (es) el ahora expiloto de Fórmula 1: un hombre cuya inteligencia se impuso al ego, siempre ávido de nuevas gestas. Y nadie mejor que James Hunt para hacerle frágil incluso en el triunfo.

    La película, con guión del reputado Peter Morgan y dirigida por el impredecible Ron Howard (la unión de estos apellidos es a priori una garantía impagable, también de sobriedad, con ecos de bufete de abogados con influencia en la banca) no suscita ninguna incógnita alrededor de sus personajes, enfrentándose así a un académico retrato de la amistad-espontánea-que-sobrevive-a-la-envidia-profesional. Importa más la emoción, el rebufo, el acento en el acento de Daniel Brühl, cuya roedora prótesis (Hunt, aquí Chris Hemsworth le llama cariñosamente Rata debido a su dentadura entre exótica y hámsteril y su gesto a veces de psicokiller, sobre todo en el cartel español de la película) no erosiona ni desgasta un milímetro su interpretación, que si bien no es brillante al menos logra advertir muchos de los rasgos no ya físicos sino psicológicos de aquel Niki Lauda que burló al Shinigami para regresar a la competición en el Gran Prix de Monza, apenas cuarenta días después del terrorífico accidente en Alemania. Tras horas interminables de curas y rehabilitación en un aséptico hospital, donde hubo que aspirarle por un tiempo la suciedad incrustada en sus pulmones abrasados. Todo ello mientras contemplaba por televisión las victorias —y la correspondiente suma de puntos en su lucha por el Mundial— de ese rubio juerguista llamado James Hunt. Un cáustico analgésico para Lauda, que recién se había casado y bajo ningún concepto pensaba rendirse ante el dolor. Más aún, le insufló aire y precipitó su vuelta. Como el hombre resucitado que sobrevive a su propia muerte.

    Rush

    Rush se detiene en la leyenda, dejando entrever no pocas de las inseguridades y miedos que afligían a Lauda y Hunt. Su tono, entre grave y accesible, evita planteamientos más allá del factor deportivo. Aumentan las revoluciones y lo celebran los aficionados. Sin ahondar en la caligrafía del biopic más común —que no lo es—, con una fotografía de grano duro, Howard hace lo que mejor sabe: imprimir épica a la condición humana. O mejor dicho, hablar de hombres excepcionales que nunca dejaron de ser más que eso, hombres. Corrientes y molientes. Y sin tracción trasera. ★★★★

    Juan José Ontiveros.
    crítico de cine.

    Estados Unidos, 2013, Rush. Director: Ron Howard. Guión: Peter Morgan. Fotografía: Anthony Dod Mantle. Música: Hans Zimmer. Reparto: Chris Hemsworth, Daniel Brühl, Olivia Wilde, Natalie Dormer, Lee Asquith-Coe, Alexandra Maria Lara, Joséphine de La Baume, Jamie Sives, Jay Simpson, Pierfrancesco Favino. Presentación oficial: Toronto 2013.

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