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    Crítica | Llévame a la luna

    Llévame a la luna

    CUANDO LA BELLA PERSIGUE A LA BESTIA

    crítica de Llévame a la luna | Un plan parfait (Fly Me to the Moon), Pascal Chaumeil, 2012

    Los caminos del amor suelen ser, a menudo, impredecibles y caprichosos. Eso lo saben muy bien las comedias románticas hollywoodienses, que han explotado hasta la saciedad esos romances que suelen surgir en las circunstancias más adversas, entre personas que, a priori, poco parecen tener en común. ¿Quién le hubiera dicho a la guapa Andie MacDowell que acabaría enamorándose del rudo francés con quien se casaba por fines económicos en Matrimonio de conveniencia (1990)?, ¿imaginaba la pizpireta Meg Ryan que el impresentable ladrón, al que daba vida Kevin Kline, le terminaría robando el corazón en French Kiss (1995)?, ¿acaso Anne Heche sospechaba que pasaría de la animadversión al amor por el borrachín piloto al que puso rostro Harrison Ford en Seis días y siete noches (1998)?. Como estos, muchísimos ejemplos podemos encontrar en el cine de los últimos años, pese a que el tema de la guerra de sexos ya existía desde los dorados tiempos de aquella screwball comedy que tan brillantemente representó La fiera de mi niña (1938). El francés Pascal Chaumeil debió tomar muy buena nota de las coordenadas de este tipo de productos para su primer largometraje, Los seductores (2010), una comedia romántica al uso protagonizada por Romain Duris y Vanessa Paradis que consiguió 5 nominaciones a los Premios César –incluyendo como mejor película– y fue vista por casi 4 millones de espectadores en Francia, colocándola como la producción más taquillera del año. Ya sabemos que los franceses son únicos en apoyar su cine, algo de lo que deberíamos aprender en nuestro país. También es cierto que saben facturar como nadie unas comedias frescas y populares, cuyo humor resulta fácilmente exportable al resto del mundo. Si la fórmula funcionó con Los seductores, ¿por qué cambiarla en su segundo trabajo? Llévame a la luna (2012) repite los mismos ingredientes que hicieron de la ópera prima de Chaumeil un éxito.

    Llévame a la luna

    En primer lugar, una historia de amor que nace del engaño y que va materializándose en sentimientos verdaderos con el devenir de los acontecimientos. También se vuelve a contar con los más variados escenarios para que sirvan de marco romántico. Si en Los seductores, la acción iba desde Mónaco hasta Marruecos, en Llévame a la luna nuestros protagonistas deben recorrer el exótico Kilimanjaro y la fría Moscú para descubrir su amor. El guión vuelve a correr a cuenta de Laurent Zeitoun y Yoann Gromb y, de nuevo, tenemos a una pareja de actores con la suficiente química (romántica y cómica) para hacer creíble la propuesta. Las maravillosas e incuestionables aptitudes para la comedia de Dany Boon ya no deberían sorprender a nadie, tras sus inolvidables creaciones en grandes éxitos comerciales como Bienvenidos al Norte (2008) o Nada que declarar (2010), de las que también fue director. En cambio, la guapísima Diane Kruger supone la auténtica revelación de la cinta. Ya conocíamos su profesionalidad en vehículos de acción como las dos entregas de La búsqueda, su elegancia para el cine histórico –Adiós a la reina (2012)– y sus notables registros dramáticos –Copying Beethoven (2006)–, pero poco podíamos intuir de sus excelentes dotes para el humor. Algunos ya percibimos algo de esto en su alabado personaje de Malditos bastardos (2009), ya que Tarantino sabe cómo descubrir facetas desconocidas de los actores con quienes trabaja. En Llévame a la luna, la actriz alemana se lanza abiertamente a desplegar todo su encanto y simpatía. Ríe a carcajadas, baila, hace maldades…, en definitiva, se la ve relajada y cómoda en este género. Su personaje de Isabelle intenta evitar que se cumpla sobre ella una curiosa maldición que parece afectar, generación tras generación, a las féminas de su familia. Todas encuentran el amor definitivo en su segundo matrimonio. La joven, que lleva 10 años de felicidad junto a su novio, decide seducir al primer pánfilo que se encuentre para casarse (y divorciarse), antes de contraer matrimonio para toda la vida con su amor de siempre. La víctima será Jean-Yves, un bonachón redactor de guías turísticas al que conoce en un avión y seguirá por medio mundo con la intención de hacerle pasar por la vicaría. Como el roce hace el cariño, y junto a Jean-Yves la vida se convierte en una continua aventura –desde el encuentro con un temible león a un simulacro de gravedad cero en un avión, pasando por una boda zulú–, Isabelle comenzará a replantearse sus auténticos sentimientos y qué es lo que espera para su futuro.

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    El argumento no destaca por su originalidad, es cierto, pero el director logra exprimirle el máximo jugo posible, combinando a la perfección los pasajes más hilarantes –la trastada de la crema depilatoria como champú, la sobredosis de anestesia de Jean-Yves en la silla del dentista–, con otros más dulzones. El filme es muy divertido. Arranca más de una carcajada en el espectador, lo que es mucho viniendo de un género que en los últimos años parecía estancado en la mayor de las rutinas. Los exóticos escenarios, muy bellamente fotografiados por Glynn Speeckaert, le otorgan cierto aire distinguido a la película, cuyo generoso presupuesto también se ve reflejado en alguna toma con buenos efectos digitales. El desenlace de la historia se ve venir desde los primeros minutos, eso es verdad, pero se puede ser previsible y, al mismo tiempo, ofrecer auténticas perlas en el camino. Y Llévame a la luna tiene muchas de ellas. No insulta a la inteligencia, está bien dialogada, cuenta con una atractiva galería de personajes secundarios que apoyan a la perfección a la pareja protagonista –especialmente el divertido cuñado de Isabelle, al que da vida Jonathan Cohen– y un ritmo endiablado que mantiene el interés del espectador a lo largo de todo el metraje. Tiene todas las papeletas para ser una nueva sensación en su país de origen, traspasar fronteras y ser carne de cañón para que Hollywood perpetre algún desangelado remake. ★★★★★

    José Antonio Martín.
    crítico de cine.

    Francia. 2012. Título original: Un plan parfait (Fly Me to the Moon). Director: Pascal Chaumeil. Guión: Laurent Zeitoun, Yoann Gromb. Productora: Quad Productions/SCOPE Invest/Scope Pictures. Presupuesto: 25.000.000 euros. Fotografía: Glynn Speeckaert. Música: Klaus Badelt. Montaje: Dorian Rigal-Ansous. Intérpretes: Diane Kruger, Dany Boon, Alice Pol, Robert Plagnol, Jonathan Cohen, Bernadette Le Saché, Etienne Chicot, Laure Calamy.

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