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    Crítica | Memorias de un zombie adolescente

    Memorias de un zombie adolescente

    MORIR, REVIVIR Y VIVIR

    crítica de Memorias de un zombie adolescente | Warm Bodies, Jonathan Levine, 2013

    Renqueante y con ojeras, un superviviente forzoso, un muerto muy vivo. Se presenta como un zombi consciente de su enfermedad, cuyos remordimientos —precisamente—de conciencia permiten que reflexione sobre la putrefacción que salpica sus músculos. Es lento, camina encorvado por una terminal atestada de zombis menos proclives a la ensoñación: justo ahí, en ese aeropuerto en ruinas, se alza la primera metáfora del filme. El trasiego de viajantes en standby, de ida pero quién sabe si de vuelta, en un estado de hibernación mental sostenido por un solo cable motivador. O sea, seguir caminando día tras día. A la espera de muchas cosas volátiles, pero solubles como el cacao en polvo. Desayuno, comida o cena. Cerebros, tejido adiposo, un lóbulo a modo de canapé, intestinos bañados en carmesí, algún órgano de pesada digestión. Son zombis, son torpes y, claro está, poseen el olfato de un sabueso detector de sangre caliente, bombeando sin pausa. Los vivos, mientras tanto, se esconden tras los muros de una pequeña gran ciudad. El chaval de la sudadera roja, ‘R’, se muestra temerosamente resignado ante las circunstancias. Vive en un Boing 737, escucha relajado vinilos de bandas míticas como Guns ‘N’ Roses, conversa sentado a la barra de un bar y a través de onomatopéyicos gruñidos con un cuarentón trajeado que levanta el brazo para pedir otra ronda a un camarero que ya no está porque salió por patas o se transformó en cadáver. Dice que es su amigo. Y más tarde comprobaremos cuánto hay de cierto en esa afirmación revestida de humor sin complejos, desenfadado y certero durante largos minutos.

    Dos años después de facturar la imborrable 50/50, Jonathan Levine cambia de tercio y se aproxima, no poco confiado, al cine de multisalas con la adaptación de la novela Memorias de un zombie adolescente, del estadounidense Isaac Marion. En esta primera, Levine demostró una gran habilidad para traducir en imágenes la historia de un veinteañero al que le diagnostican cáncer, a ratos incrédulo y otras veces sumido en la indefensión —y en la incomprensión— de la enfermedad misma, que llega como un obstáculo definitivo, pero, paradójicamente, iniciático para alguien que (des)aprende lecciones entre náuseas y cuya creciente depresión sólo encuentra consuelo en dos figuras: un fiel amigo y una sugerente terapeuta. Etiquetada arriesgadamente como película indie de corto recorrido taquillero, 50/50 fue todo un descubrimiento para la cinefilia doméstica (no tenemos siquiera noticias de su posible estreno en España). Ahora, sin embargo, el realizador dilata su filmografía con una portentosa incursión en la comedia teen de atmósfera postapocalíptica pero con alma redentora: al servicio de amores confitados, y a expensas del triunfo de ese héroe (Nicholas Hoult) que se deja llevar por las escaleras mecánicas del aeropuerto, que se enamora de la flamante rubia que dispara furiosamente y a cámara lenta contra sus finados camaradas. Cazan en hordas, se acompañan para repartirse las balas del enemigo; tú recibes y yo, también. Yo no sangro; tú, tampoco. La escabechina es dantesca, aunque provoca carcajadas por su interés decididamente ilusorio: protegida por su depredador, ella será la portadora del fuego hasta ese fortín urbano que vigila su padre, un John Malkovich que interpreta a John Malkovich con gesto impertérrito y pistola en ristre.

    Memorias de un zombie adolescente

    Memorias de un zombie adolescente es la respuesta —sin codificar, bajo el paraguas de un ejercicio estrictamente lúdico— a su propio contexto dramático. En un mundo infecto, donde la capacidad gestora del Sistema ha desaparecido y la filosofía tribal consiste en sobrevivir-en-lugar-de-vivir, el antídoto se esconde en la memoria, en un pasado remoto o reciente que iluminará el mañana, sea cual sea. Son partes de un discurso informe, sí. Ingenuo o no, el guión se antojaba más gamberro, más permeable a cierta hibridez genérica. El amor, por aquello de las concesiones a su público objetivo, se perfila en detrimento de la parodia. Aun así, se agradece la coherencia implícita de un filme que nunca juega a ser otra cosa más que diversión absoluta con sus necesarios arquetipos. La fotografía del maestro Javier Aguirresarobe confiere al filme un plus de sobriedad, sin duda. Las cámaras sin apoyo, los azules desaturados de las tinieblas fundiendo a cálidos flashbacks subjetivos, resultantes de la ingestión de sesos. Difícil no pensar en la primera lectura. El canibalismo como enlace a un conocimiento superior. La memoria de lo no vivido, o de lo vivido en sueños. ★★★★★

    Juan José Ontiveros.
    crítico de cine.

    Estados Unidos, 2013, Warm Bodies. Director: Jonathan Levine. Guión Jonathan Levine (Novela: Isaac Marion). Fotografía: Javier Aguirresarobe. Música: Marco Beltrami, Buck Sanders. Reparto: Nicholas Hoult, Teresa Palmer, John Malkovich, Rob Corddry, Analeigh Tipton, Dave Franco, Cory Hardrict.

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